En los años que nos conocemos, Vivian y yo nunca cruzamos palabras a pesar de frecuentarnos seguido por asuntos laborales entre su familia y la mía. La sentía tan lejana y ausente, sentada en la mesa al otro lado de la sala, en ocasiones con la mirada perdida, como si hubiera ingerido alguna dosis de droga antes de venir aquí, lo cual era común dentro de familias con mucho dinero y con sus hijos dejados al abandono. Pero nadie se percataba de eso. De hecho, nadie se percataba de mí tampoco. Los adultos siempre estaban inmersos en su propio mundo, alardeando de riquezas y creyéndose los reyes del mundo.
La política nunca me agradó; no es más que una mafia donde abundan las mentiras y todos están cegados por el poder. Aunque, por otro lado, estaba resignado a vivir así. El legado familiar tanto de los Moya como los Noboa no debía ser rechazado. Las consecuencias no solo serían para mí, sino para todos los que conforman esta absurda mafia.
Esta noche era igual a todas, comenzaban con un vino añejado y terminaban bebiendo whisky hasta la madrugada. Era casi medianoche en la casa de los Noboa y, como ya era costumbre, me incomodaba tratar de encajar entre esta gente vieja que no hablaba más que de su egolatría. Mientras que, cuando pretendía hablar con Vivian, me resultaba sumamente complicado. No teníamos nada en común y casi siempre se portaba indiferente, así que simplemente leía un libro desde mi Tablet, sentado en un mueble individual apartado del grupo. De todas formas, a nadie le importaba.
Un momento después, para mi sorpresa, ella se acercó y se detuvo frente a mí. Me observó por un instante con esos penetrantes ojos cafés, como si quisiera decirme algo. Bajé la Tablet y fruncí el ceño ante su inesperada aparición. Su rostro de cerca era sencillamente hermoso; ha pasado tiempo desde la última vez que nos miramos de frente. Me sonrojé al notar que la miraba con una expresión de asombro, como si no fuera de este mundo. Ella no le dio importancia y, con un gesto, me indicó que la siguiera hacia la terraza.
Un viento refrescante nos recibió al atravesar la puerta de la cocina. Su cabello estaba sujeto en una coleta alta, dejando al descubierto su delicado cuello. Más abajo asomaba un tatuaje que no reconocí a primera vista. Quise preguntarle de qué era, pero antes de eso, se dio vuelta.
—Te llamas Alex, ¿verdad? —dijo en tono burlón.
—Así es, Vivian —traté de no sonar descortés al decirlo—. ¿Para qué me has llamado?
—¿Por qué no habría de hacerlo? Ambos parecemos ajenos a todo lo que ocurre ahí dentro. Y quiero saber qué opinas de esto.
—Es parte de lo que somos, a donde pertenecemos, ya deberías saberlo —respondí casi en automático, cual soldado amaestrado.
Ella sacó una caja de cigarros, se metió uno a la boca y me ofreció otro. Después de prenderlo, siguió hablando.
—Te engañas a ti mismo, Alex, eres un buen chico. Lo que pasa ahí dentro no va contigo.
Eso me enfureció.
—¿Y contigo sí?
—Para nada.
Sonrió tristemente, dándole otra calada a su cigarro. También le di una al mío y me apoyé en la barandilla. Admiraba el paisaje nocturno de la ciudad, aún procesando lo que Vivian me acababa de decir. ¿Acaso era una insinuación? Era probable, viniendo de alguien tan extravagante como ella.
—¿Por qué esto no va contigo? —pregunté.
—Tengo muchas razones, pero creo que la más importante es que no tengo la misma ambición del resto. No me brillan los ojos al ver dinero y, siendo sinceros, creo que sería más feliz en otro lugar. Siento que mi lugar es afuera, en el mundo, viviendo cada día como si fuera el último y no acumulando riquezas para una vida superficial. Y tú, mi querido Alex, eres honesto, y no estás hecho para una vida de mentiras. Así que te lo preguntaré una vez más: ¿Qué piensas de lo que sucede ahí dentro? ¿Te agradas a ti mismo de esa manera?
Era una situación extraña, casi como un interrogatorio. Sentía sus palabras afiladas y llenas de verdad. Vivian era inteligente. ¿Quería sembrarme una duda o abrirme los ojos? ¿Qué debería responder? Quizás deba darle la razón y seguirle el juego. Debe ocultar alguna intención al cuestionarme tales cosas.
—Lo que pasa ahí dentro es como un pacto de sangre entre nuestras familias, por ende, es algo que también nos arrastra. No tenemos la oportunidad de elegir, Vivian. No puedes alejarte de ti misma en esta familia. Y no, no me agrada quién soy. Mis deseos o aspiraciones mueren una vez que recuerdo de dónde vengo y a dónde pertenezco.
—¿Vale la pena vivir así? —preguntó con suavidad, acercándose—. Has vivido tantos años convenciéndote de esta mentira que sientes que no puedes salir de ella. Siento lástima por ti, Alex.
Reí con desdén con mi rostro a centímetros del suyo.
—Mejor siente lástima por ti misma. Todas tus expectativas del mundo estallarán en tu cara. No se puede salir de esto.
Con nuestras miradas fijas bajo una sólida tensión, negué con la cabeza y caminé hacia la salida. Al cruzar la puerta, el padre de Vivian, Juan Noboa, estaba en la cocina. Me observaba detenidamente, tratando de descifrar por qué entraba a zancadas. Me paralicé al verlo. Después, Vivian me tomó del brazo desde atrás. Su padre no dijo nada, dejó caer una botella vacía en el basurero y una sonrisa que no pude entender asomó en su rostro.
Ella apretaba mi brazo, indicándome que siguiera a la sala de una manera discreta. Al llegar al mueble, mis padres dijeron que ya debíamos irnos y todos fuimos hacia la entrada. Me despedí de los padres de Vivian y del resto de invitados. Al llegar a ella, se acercó a mí y susurró en mi oído:
—Adiós, Alex. Nos vemos el lunes.
Al subir al auto, mi padre me informó que desde el próximo lunes realizaré algunos encargos junto a Vivian en algunas agencias de carga en la ciudad y otra en un puerto marítimo. En otras palabras: cosas relacionadas al narcotráfico.
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Editado: 31.05.2022