Parásito en el enjambre - Romance dentro de la Mafia

CAPÍTULO 3

ALEX MOYA

Al llegar el lunes, Vivian insistió en pasar por mi casa a las tres de la mañana en su pequeño Mini Austin azul, al cual llamaba Snorlax. La noche del sábado, mientras trataba de dormir en la madrugada, ella me llamó a WhatsApp para preguntarme por qué estaba despierto. Hablamos por un buen rato esa noche y le hemos dado un nuevo inicio a esta rara amistad. Solo pensé que “cuando se cierra una puerta, se abre una ventana.” No veía a Vivian con los mismos ojos que a Diana, pero era reconfortante saber que no estoy solo en el mundo y en el negocio. En ocasiones se vuelve fastidiosa contándome cada cosa que hace y siempre llega al punto de que quiere que confíe en ella.

En fin, creo que tiene su lado agradable e infantil; después de todo, tal vez sí debemos confiar el uno en el otro. Ambos estamos en posiciones similares con respecto a la vida y lo mejor que podemos hacer es esto.

Al salir de casa veo que su auto ya está parqueado en mi entrada. Golpeo ligeramente la ventana para llamar su atención.

—¿Acaso amaneciste aquí? —dije divertido, regalándole una sonrisa.

—Desperté antes de tiempo, así que pensé en leer hasta que salgas.

—No me digas, ¿qué lees?

—Un manga japonés, ¿los conoces?

—Cuando era niño leí algunos por curiosidad, pero con el tiempo llamaron más mi atención las novelas y otro tipo de libros.

Durante el trayecto hasta la agencia de carga, Vivian me contaba de qué trataba la historia de su manga. Era algo relacionado a una guerra mundial ninja, pero perdí el interés enseguida. Tenía mucho sueño y de un momento al otro el auto frenó de golpe.

—¡Alex, despierta! —gritó Vivian alarmada.

Alcé la vista a todos lados frenético como si saliera de una pesadilla mientras ella se reía a carcajadas. Cuando se calmó, me guiñó el ojo. Vivian estaba loca.

—Hemos llegado, bello durmiente.

Esta chica va a llevar mi paciencia al límite.

Enseguida, un camión de carga aparcó justo detrás de nosotros y apagó el motor. Ambos nos bajamos y caminamos en su dirección. Un tipo pequeño con una voz chillona nos saludó y sus ojos se quedaron prendidos en la figura de Vivian.

—¿Eres la hija de Brandon Noboa?

—No, él es mi tío.

—Ya veo, te pareces mucho.

Antes de que la conversación se extienda, intervine:

—Creo que tienes algo para nosotros, ¿no?

El hombre se acercó nuevamente al camión y sacó de debajo de su asiento un sobre grueso y me lo entregó.

—Cuéntenlo si quieren, chicos, es lo acordado.

Mientras contaba el dinero, que supuse sería un soborno a las autoridades, Vivian conversaba con el hombre, quien le daba un recorrido de cómo ocultaban la droga en el interior del camión, que aparentemente era de neumáticos. Me sorprende cómo ella mantiene esa aura tan despreocupada e irresistible, sin importar que estemos haciendo algo en extremo peligroso e ilícito. Yo solo quería terminar e irme.

Cuando nos marchamos, ella me indicó un llavero que le había regalado el hombre del camión. Tenía la forma de una jarra de cerveza con espuma.

—No sabía que tenías un tío.

—Murió hace muchos años, recuerdo pocas cosas de él.

—¿Es correcto que hagas esto? —pregunté.

—¿A qué te refieres?

—A que te involucres tanto con las personas con quienes trabajamos.

—Alex, no tiene nada de malo, solo hago lo que me dijiste.

—No recuerdo haberte dicho “Vivian, vuélvete amiga íntima del hombre del camión.”

—No, pero me dijiste que éramos parte de esto queramos o no, que no podemos huir de eso que es parte de nosotros mismos. Es probable incluso que nos maten, es mejor vivir con naturalidad mientras tengamos la oportunidad. Además, él era muy agradable.

No quise seguir con ese tema de conversación. Cubrimos dos lugares más en la ciudad durante la madrugada y solo restaba ir al puerto en la playa, a ocho horas de camino desde Quito a Manta. Dejamos el dinero en casa de Vivian y salimos nuevamente después de llevar algunas frutas para desayunar, pero en esta ocasión a mí me pidió conducir mientras ella seguía con su manga y luego fue a dormir al asiento trasero.

Quizás era el sueño, cansancio, alejar a Diana de mi cabeza o la gracia de estar manejando un auto llamado Snorlax en medio de una estrecha carretera hacia la costa, pero Vivian se abrió un espacio dentro de mi cabeza. Era una chica intensa en varios sentidos, agradable a su manera e impredecible. Distinta a las personas que he conocido. Pero no sé mucho de ella más que lo superficial y familiar.

Hay varias cosas que me gustaría saber, sobre todo de la primera noche en su terraza. En mi cabeza solo hay una versión abstracta de la conversación donde rechazábamos nuestras vidas y pensábamos más en nuestra felicidad. ¿Tan difícil era ser felices? El dinero no compra eso, pero ayuda. Ahora mismo nuestras familias se pudren en plata, algo tan vacío e insignificante cuando lo que necesitas va más allá de lo material y se empareja con otro tipo de satisfacción de ser quien te plazca.

Al verla dormida, se me vienen recuerdos de cómo fue la primera vez que traté de hablar con ella. Tenía seis años y acabábamos de entrar al jardín de niños en una prestigiosa escuela de Quito. Era la primera semana de clases y solo habíamos jugado en grupo dentro del aula. Una tarde fui con mi padre a su casa por asuntos con el suyo. La empleada me permitió entrar hasta su habitación.

En mis manos llevaba dos carritos de juguete sin saber si le gustaría jugar con ellos. No la conocía mucho, pero notaba que era muy linda y bastante tímida, huía de mí sonrojada o se quedaba paralizada sin poder decir una sola palabra cuando me veía o se daba cuenta que estábamos cerca en los pasados días. Por eso quería sorprenderla en un lugar donde se sienta cómoda, pero antes de entrar a su cuarto, escuché a su madre regañándola.

A través de un pequeño espacio entre la puerta y el marco, la vi llorando. Vivian estaba paralizada con la mirada en el piso y le seguían brotando lágrimas que bajaban por sus mejillas, aterrizando en el piso de madera lleno de animales de peluche. Al advertir que su madre estaba a punto de salir, me escondí en el baño más cercano. Primero salió la mujer casi arrastrándola del brazo en dirección a las escaleras.




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