Parásito en el enjambre - Romance dentro de la Mafia

CAPÍTULO 4

ALEX MOYA

Ella y yo cambiamos de lugares nuevamente y comenzó a conducir paralela a la costa por la misma carretera de regreso a nuestra ciudad. No había palabras, ni si quiera una expresión divertida característica de ella a las cuales ya me había acostumbrado a lo largo de este día. Vivian conducía demasiado despacio y varios autos nos rebasaron hasta que este finalmente se detuvo a un lado de carretera. No estaba seguro de qué deberíamos hacer, tenía miedo de tocar alguna fibra sensible como hace rato, simplemente deduje que no le gustaba hablar de su pasado. Al mirarla nuevamente, estaba inmersa en el paisaje. El cielo anaranjado y las olas chocando en una playa desolada.

-Bajemos un momento -sugerí y en ella asomó una sonrisa triste.

Me senté junto a ella en la arena esperando a que quiera hablar y debatiéndome si tomar la iniciativa. ¿Valía la pena intentarlo? Pasaron tantos años en los que siempre intenté acercarme a ella y sus respuestas vacías e indiferencia llegaron a lo más profundo de mi autoestima. A ella no le interesaba nadie, vivía en su mundo, un lugar ausente de sentimientos a los cuales no sabía si podría alcanzar.

Durante años, después de la escuela, el poco cariño que conservaba de ella se esfumaba lentamente. Descartando lo de Diana en estos últimos 3 años, me hubiera venido bien tener amigos o a quién acudir en momentos como este al igual que Vivian, pero estaba solo. Mi círculo social se rodeaba de personas del mismo estatus, gente vacía y ambiciosa, más leales al dinero que a las personas. ¿Qué habría pasado si Vivian y yo hubiéramos tenido un destino distinto? Es una pregunta absurda considerando que no se puede revertir el tiempo. Lo que me recuerda a la otra noche cuando me dijo: “esto no va contigo” y tristemente con ella tampoco.

-Si pudieras pedir un deseo, ¿Cuál sería? -pregunté descolocándola por un instante.

-Volver a nacer en otro lugar -Una respuesta rápida-, en otro lugar, otro tiempo y otra circunstancia.

-Lo sé, esto no va contigo.

-Con ambos. Mucho menos contigo.

-¿En verdad se nota tanto?

-¿Ya lo aceptaste?

-Lo acabo de hacer…

Ella sonrió y me dio un apretón en la pierna. Asumí que habíamos llegado a mejores términos entre nosotros. Seguimos sentados en silencio mientras el cielo empezaba a oscurecer y varias estrellas asomaron entre las nubes.

-Cuando era niña mis padres estuvieron a punto de divorciarse, mamá se lo propuso primero. Resulta que ella tenía un amorío con el tío Brandon quien de igual manera trabajaba en el negocio familiar, pero mi padre no estaba enterado de su relación, eso creo. Un día alguien llamó a la casa, había varios teléfonos y ambas los levantamos al mismo tiempo, pero ella contestó antes. En lo poco que alcancé a escuchar supe que tanto tío Brandon como mamá querían sabotear el negocio de mi padre. Asustada colgué el teléfono y el timbre de la puerta me hizo sobresaltar. Corrí asustada a mi cuarto abrazando a mis peluches temiendo por mi padre. Un momento después mamá entró, lucía radiante como siempre y me dijo que tú habías venido a jugar conmigo, pero ignoré eso por completo y le pregunté directamente por qué quería hacerle daño a papá. Ella abrió los ojos como platos sin poder creer todavía lo que estaba diciendo. Era una niña tímida y me asustaban fácilmente, imagino que nunca esperó algo así por mi parte. Mi madre me regañó, me amenazó y el miedo fue tan devastador que llegué a un estado de shock. Me llevó a rastras exigiéndome que si papá preguntaba le dijera que me duele el estómago e iremos al hospital, pero en realidad fuimos a un parque de juegos donde luego llegó tío Brandon. Ambos discutían discretamente mientras yo estaba encima de la resbaladera aún en shock -sus manos le temblaban; tomó un poco de aire y continuó-. Al día siguiente mi papá estaba contento al enterarse que su esposa canceló el divorcio, pero no volvieron a ser los mismos. Creo que mamá continuó en secreto su amorío con mi tío hasta que murió en un accidente. Año tras año la imagen de mi madre gritándome eufórica y llena de odio me torturaba. Era incapaz de hacer algo siento tan solo una niña, odiaba las reuniones en casa sintiéndome peor con toda esa gente bajo el lema de que el poder es todo lo que les interesa y la vida que me dieron después. Odiaba mi vida.

Todo lo que había dicho tenía sentido complementando los recuerdos que tenía de ese entonces. Vivian estaba descompuesta a mi lado, como si sus palabras hubieran reavivado los sentimientos de aquel entonces. Se abrazaba a sí misma, hecha bolita, con la frente pegada a sus rodillas ocultando su rostro. 

Me acerqué un poco más y la rodee con mis brazos, no era mucho, pero pensé que podría reconfortarla. Enseguida ella también me abrazó y algunas lágrimas descendieron por su rostro empapando mi pecho. Un momento después caminamos de vuelta al auto y me senté en el asiento del piloto.

-¿Te apetece ir a comer algo? -pregunté.

-Me vendría bien un buen trago de clorox -dijo un poco más animada-, pero si debo ir contigo, preferiría un café con quimbolitos.

-Recuerda que estamos en la costa.

-Entonces un café con empanadas de verde.

Mientras buscábamos un lugar para comer, conversábamos trivialidades como gustos musicales, pasatiempos, color y comida favorita. Me contó que hubo una época donde se volvió vegetariana y ahora ama la comida rápida, mientras que yo le conté que tengo el tono de los ojos ligeramente distintos. Ambos son cafés oscuros, pero uno es más verdoso que el otro. Ella quería verificarlo y me tomó el rostro como si no fuera más que un objeto jalándome desde el otro lado de la meza.

-Tienes razón. Además, me gustan tus facciones, tienes los pómulos muy remarcados y los labios muy besables.

Cuando iba a decirle que sus labios me parecen igual, ella me robó un beso. Parpadee algunas veces asimilando lo ocurrido mientras ella sonreía satisfecha mirándome a los ojos.




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