Parásito en el enjambre - Romance dentro de la Mafia

CAPÍTULO 5

ALEX MOYA

Dejarse llevar por un sentimiento desconocido siempre será arriesgado si no conoces a la otra persona. O como le escuché decir una vez a Juan Noboa “Los sentimientos son parásitos dentro de este negocio”. Hace dos años conocí a una chica llamada Vanesa en mi último año de colegio. Era extranjera y se inscribió allí por el trabajo de su madre. Ella consiguió un empleo con una gran paga y comodidades en la ciudad. Al ser una empresa tan importante, sabía que quizás mi familia tenga lazos con ella, por lo cual la indagué un poco con un investigador de confianza quién ya nos ha hecho favores antes. Al parecer la madre de Vanesa estaba vinculada a la empresa de otra mafia que ocupaba la otra parte del territorio en Quito.

En mi clase había dos chicos a los que se podría considerar amigos por conveniencia, los gemelos Salcedo, eran hijos de un juez; aunque no tenía una relación directa con los negocios de mi padre, era un hombre corrupto fácil de sobornar para cualquier emergencia. Y ¿a qué vienen ellos? Pues ellos notaron una brecha de la mafia contraria a través de Vanesa.

A la siguiente semana ambos paseaban con ella codo a codo por los pasillos del colegio. Quienes los veíamos teníamos una mala sensación de que la pobre chica terminaría mal. Aunque en lo personal no estaba de acuerdo, comprendía la naturaleza del asunto. Los gemelos, ambiciosos al igual que su padre, buscarían debilidades en la familia de Vanesa a través de sus sentimientos.

Las sonrisas, caricias, abrazos, besos e incluso sexo… eran bonos comparados con alcanzar su verdadero objetivo: ser partícipes de la mafia principal. Con Vanesa crucé unas cuantas palabras encontrando a una chica italiana con ascendencia ecuatoriana, era sencilla y encantadora, se dedicaba mucho a estudiar como agradecimiento al esfuerzo de su madre. Día tras día se la veía más feliz y embobada con esos dos, hasta el punto de que ellos la usaban solamente como uno de sus empleados, dándole órdenes y manipulándola a su antojo.

A mitad del año lectivo Vanesa dejó de venir y los gemelos hacían bromas y malos comentarios de ella jactándose de su habilidad como seductores o manipuladores. Tenía curiosidad de saber qué pasó con ella, así que de nuevo acudí al investigador.

Me enteré de que ellos habían jaqueado la computadora de la madre de Vanesa y encontraron información ilícita perjudicial para toda la organización, pero antes de que la policía tome cartas en el asunto, nuestra mafia sacó provecho de su situación poniéndolos contra las cuerdas. El investigador no quiso dar detalles diciéndome que eran cosas que no me conciernen y por último me dijo que Vanesa regresó a Italia con su madre quien temía por la seguridad de ambas.

A veces pienso que, si Vanesa hubiera ido a otro colegio, donde no hubiera nadie de este lado de la mafia, ella aún seguiría viviendo aquí en Ecuador, graduada con las mejores notas y una madre orgullosa, inmiscuida en la corrupción local, pero feliz. Tampoco puedo culpar a los gemelos, ellos solo tomaron una oportunidad clara en beneficio propio como su naturaleza los demanda.

Suele ser lindo abrirse con la gente cuando ambos comparten un mismo sentimiento, en este caso éramos dos personas que vivían en un mundo ajeno a nuestros deseos de felicidad. Lo poco que vivimos con Vivian durante el viaje a la costa me hace querer darlo todo con ella, librarme de secretos que me pesan y escuchar los suyos para al menos saber que puedo confiar en alguien. Sin embargo, al recordar lo que pasó con Vanesa, sé que el diablo puede estar escondido bajo una cara y cuerpo bonito en este negocio, y si lo dejó entrar volverá mi vida un infierno. ¿Qué se escondía en Vivian?

Cuando llegamos a la casa de los Noboa sacamos el dinero escondido de entre los asientos y posteriormente nos dirigimos a la entrada principal desde el garaje. Su padre nos recibió como si hubiéramos hecho un acto heroico dando un par te aplausos arrimado al marco de la puerta. Llevaba un elegante traje gris, camisa blanca y corbata azul marino. Sentí como Vivian se tensó al verlo mientras caminaba junto a mí, una especie de miedo o desconcierto apareció en su rostro que la hizo agachar la mirada. El efecto de su padre en ella suprimía casi por completo a la chica libre y extrovertida que conocí en este viaje. No le salieron las palabras así que su padre intervino primero.

-Imagino que no tuvieron ningún problema, chicos. Hicieron un buen trabajo.

-Buenos días, don Juan. Y muchas gracias -dije educadamente.

-Por favor, solo dime Juan, no soy tan galán como para que me digan don Juan -Exclamó en tono divertido-. ¿Y tú? ¿no me saludarás?

-Hola. Papá, perdón… solo… estoy cansada por el viaje. Manejamos durante toda la noche.

-Ya veo. Pasen y sírvanse algo para desayunar. Están en su casa.

Una jocosa sonrisa asomó en su rostro cuanto Vivian levantó la mirada y los ojos cafés de ambos hicieron contacto. Él se apartó y salió a la entrada a la calle donde su chofer lo estaba esperando en un Mercedes negro.

Al entrar no encontramos a la empleada por ningún lado, Vivian imaginó que salió a hacer compras para el almuerzo, así que juntos improvisamos un desayuno con lo que encontramos en la refrigeradora. Un emparedado de huevos, jamón, queso, tomate y pepinillos junto con un café negro.

-¿No pones azúcar en el café? -me preguntó de repente.

-No. Creí que lo habías notado cuando estábamos en la costa.

-Wow, eso explica el porqué de tu amargura. ¡Me das miedo!

-No seas dramática -en verdad me divertía con ella-. Es un placer sin igual que, cuando lo descubres, no hay marcha atrás.

Ella tomó un sorbo de mi taza y al tragar hizo una cara de disgusto. Negó con la cabeza en desapruebo mientras yo me reía de ella.

-Estás loco.

Mientras terminábamos de comer observé la sala con detenimiento, no recuerdo haberla visto tan vacía y silenciosa como ahora. Era una estructura antigua y bien conservada de pisos de madera, paredes altas y una chimenea de ladrillo visto. Había cuadros y objetos precolombinos valiosos colgados en las paredes, pero el que más destacaba era un cuadro en el centro de ella que medía algo más de un metro de altura colgado sobre la misma chimenea a mitad de la sala. Era de un imponente Juan Noboa sentado en un mueble victoriano a su lado Amanda de pie y al otro lado una pequeña Vivian sonriente.




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