Parásito en el enjambre - Romance dentro de la Mafia

CAPÍTULO 8

Llegó el día, eran casi las 3 p.m. del viernes cuando Vivian llegó a mi casa, vestía un pantalón negro y una blusa gris con una insignia japonesa color rojo que hacían juego con sus aretes del mismo tono. Era muy linda aún sin demasiado maquillaje más que un sutil delineado negro en sus ojos los cuales no lucían tan profundos como generalmente lo hacen, pero eran muy atractivos.

La tarde de ayer fue muy amena y significativa para ambos, al menos eso fue lo que sentí. Pero ahora, estaba completamente seria, como la noche cuando salimos a rendir cuentas con Aníbal. Alejé esos amargos recuerdos y me concentré en la única cosa que me importaba durante esta tarde: sus verdaderas intenciones ¿qué la impulsó a estar conmigo? ¿Por qué se dio a quererme tan repentinamente? Pero el ambiente aún no estaba acorde a la situación, no sabíamos cómo empezar.  

La llevé a mi cuarto y ella exploró el lugar con curiosidad. Tenía varias fotografías sobre una repisa y ella tomó una de cuando era niño: yo posando con un balón de futbol en los juegos internos del jardín junto a la madrina de mi grado.

-También fuiste muy lindo desde niño -dijo llamando mi atención-. Debo admitir que envidio a la niña parada junto a ti en esta foto.

-En otras circunstancias, creo que pudiste haber sido tú.

-Yo en ese entonces estaba en mi casa, sola, con una profesora particular que olía a queso.

-¿A queso?

-Sí, a queso. Dejó de gustarme el queso durante mucho tiempo, hasta que probé las pizzas.

-Debió haber sido un trauma horrible.

-Lo era, me daban arcadas. Pero ahora me encanta.

-¿Has probado helados de paila con queso? Es una delicia, aunque es otro tipo de queso lo probé cuando fui a Ibarra por primera vez.

-¡Llévame algún día!

-Lo haré.

-¿Seguro?

-Confía en mí.

Colocó la fotografía en su lugar y luego se sentó a mi lado. Suspiró cansada como si tuviera muchas cosas guardadas y no supiera como decirlas.

-Tómate tu tiempo, Vivian.

Se quitó los zapatos y se acostó de lado -Ven conmigo -me señaló un espacio vacío junto a ella.

Estábamos frente a frente mirándonos directamente a los ojos tratando de leer que piensa el otro. Como si estuviéramos a punto de despedirnos sin siquiera habernos conocido lo suficiente.

-Perdón -susurró con los ojos cerrados-. Perdón por no haberte buscado antes. Si lo hubiera hecho quizás confiarías en mí, pero ahora… siento que si te cuento la verdad todo se acabará.

No dije ni una palabra, quería que fuera ella misma sin invadir su espacio. Me sentí identificado al verla procesando muchas cosas en su interior, cuando estamos solos tragamos sentimientos injustos, no sabemos si están bien o mal, si son reales o no, o si ya pasaron o nunca lo harán. Mis palabras no significarían nada diciendo “estoy o estaré contigo” suele ser una promesa falsa cuando no se cumple, pero en esos momentos quería que lo sintiera, que me sienta a mí. Lo único que hice fue acariciarle el hombro haciéndole saber que estaría con ella.

-Sabes, estoy involucrada en la mafia más de lo que crees, nunca me agradó, pero estaba acostumbrada a recibir órdenes. He pasado desde asuntos de sicariato, hasta torturar a traidores. Me sentí una basura durante mucho tiempo, ingería drogas para dejar de pensar por un instante en el monstruo que me convertí. No tuve una niñez normal, estudiaba desde casa durante las mañanas y en la tarde asistía con mi padre a algunas reuniones de la mafia o a clases de artes marciales, querían hacer de mí un arma perfecta; bonita para ganarme al resto e implacable al momento de atacar. Tal vez pienses, ¿Qué tiene que ver esto conmigo? Pero aún no iré a esa parte. Primero quiero que confíes en mí… se me dificulta ya que nunca me he abierto con nadie.

Escuchaba atentamente, casi sin poder creerle y ella siguió hablando ahora con la vista en el tumbado:

-Hace unas semanas tus padres llegaron a mi casa, en esa ocasión vinieron sin ti. Escuché unos ruidos y bajé a la sala, me sorprendió ver a nuestros padres discutiendo. Era extraño ya que solían tratarse como hermanos. La razón era que tu padre se sentía a la sombra del mío. El apellido Moya no era tan poderoso como el Noboa según él, y tu padre afirmaba ser más capaz en este negocio reclamando mayor poder sobre varias organizaciones. A mí, como siempre, me parecía tonto, mi objetivo, el cual siempre fue un secreto, era huir de casa ahorrando el dinero suficiente para una identificación falsa en un lugar hermoso donde nadie me encuentre. Pero entonces ellos comenzaron a hablar de ti ya que eras un claro punto débil dentro de la familia, incluso para tus padres.

Ese menosprecio me dolió e hice una mueca de tristeza, era consciente de que era distinto al resto de la familia, mantenía un perfil bajo aún sin deseos de involucrarme en asuntos de mayor peso. Vivian me observa esperando alguna reacción positiva o negativa de eso, y luego continuó:

-Ellos estaban ebrios y enojados. Mi papá le dijo al tuyo “Alex es muy blando e inútil, mi hija podría hacerlo pedazos con una mano”. Y bueno, tenía razón, digo, yo tengo entrenamiento en artes marciales y me encanta creer que soy un ninja, estoy segura de que podría ganarte, pero ese no es el punto, tu papá dijo “estoy harto de ese mocoso, no me sirve”. De pronto, mi papá sugirió algo impensable y era… matarte, justificando que era la única manera de sacarte del negocio. Creo que no le agradas. Al principio tu madre lucía ofendida, pero tras una breve reflexión, estuvo de acuerdo. Todos voltearon hacia mí preguntándome si podía hacerme cargo y asentí automáticamente.

Estaba en shock, pero le creía, mis padres eran capaces de hacer eso. El cariño que me tenían era casi inexistente. Repuestas vacías, ningún alago, ningún afecto o voto de confianza, nada más que recuerdos de sus regaños, señalaban mis errores constantemente presionándome para que sea un buen líder dentro de una mafia a la cual siempre he odiado. Ese sentimiento de mis padres hacia mí era algo normal y una vida feliz solo la veía en libros como algo ficticio o fingiendo ser alguien más con un desconocido como Diana en su momento; en ocasiones, mientras estaba solo en casa, imaginaba alguien tocando el timbre para informarme que mis padres habían muerto. Así, sería libre, quizás me adopten o me abandonen en la calle, pero sería libre de cargar con la presión con la cual nací.




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