Parásito en el enjambre - Romance dentro de la Mafia

PARTE 2 - CAPÍTULO 1

VIVIAN NOBOA

Durante las últimas semanas, desde que Ernesto Moya y su esposa reconocieron un inevitable odio a su hijo, investigué más acerca de Alex. Salí con algunos de sus excompañeros del colegio y siempre lo catalogaban como alguien distante, desconfiado, pero educado, que no quería involucrarse con los demás. Aunque, para ser sincera, yo tampoco me relacionaría con sus excompañeros. No había nada de malo con ellos, salvo su naturaleza; eran una versión más joven de todos esos viejos ostentosos llenos de ambición. Todos excepto Alex.

Me tomé el tiempo de observarlo durante los encuentros familiares; actuaba cortes, saludaba con todos y nunca hablaba más de lo debido como resignado a estar siempre al margen de los intereses políticos o no buscar más allá de lo que le ofrecían. Su inocencia lo hacía ver débil y manipulable. Era inteligente e ingenuo al mismo tiempo. Siempre buscaba un lugar apartado y se encerraba en mundos distintos gracias a la literatura. Creí que era la única que pensaba de esa manera, tampoco me gustaba ser parte de la mafia, pero al observar entre líneas, Alex y yo teníamos algo en común; nada de lo que ocurría alrededor nos interesaba. La diferencia entre ambos radicaba en que él no buscó una salida, mientras yo quería fabricármela.

Su personalidad era un rompecabezas incompleto y nadie sabía dónde estaban el resto de las piezas. Ni si quiera él mismo. Estaban enterradas bajo emociones reprimidas cubiertas de una apariencia serena e inocente. Quería saber que guardaba y qué sentía; pero, en el fondo, tenía algo miedo. Él era alguien distinto, de esas personas que no te darán nada a menos que tú también lo hagas. Si no me acercaba siendo yo misma, quizá no obtenga nada más que la pared de su sonrisa. Esa sonrisa falsa y evasiva con la que se engaña a sí mismo y al resto.

Estaba contrariada por mis impulsos, hasta que llegó esa noche; Ernesto se acercó a confirmar su petición de matarlo, tanto era el desprecio hacia su hijo que me dio la libertad de hacer con él lo que me plazca, como darme un juguete con una bomba en su interior la cual debía detonar cuando quiera. Sentí una punzada en el pecho y pensé en negarme, pero, si yo no aceptaba, Alex moriría siendo nada más que el último hijo de los Moya a manos de un desconocido, al menos yo podría saber más de él antes de matarlo ya que se me dio esa oportunidad.

Lo recordaría como una persona distinta, con secretos y sentimientos escondidos que solo me los daría a mí, pero también como alguien a quien le pude confiar los míos ya que ese era el precio a pagar por su verdad: la confianza. Su muerte era mi pretexto perfecto para experimentar o dar uso a todas las emociones que igual reprimí con el pasar de los años. Todo lo que llevo dentro se lo llevaría él cuando esa semana termine.

Y llegó el día de su muerte. Una voz en mi interior gritaba desde hace días que no lo haga, pero era demasiado tarde. Empuñé mi navaja en mi mano derecha. Lo observé fingiendo determinación y él me regaló una cálida sonrisa, una genuina y real que nunca había visto, como si estuviera conforme con que su vida termine de esta manera. Maldito Alex, sin saberlo hace que todo esto sea más complicado.

Me acerqué lentamente y él no se movió de su lugar, me jaló entre sus piernas despacio desde la parte superior de mi pantalón y mis pechos estaban a la altura de su rostro. Tracé un camino con la navaja desde su frente hasta el cuello y él suspiró cansado.

-¿Esto es parte de tu juego de tortura? -preguntó en un susurro con los ojos cerrados.

-No hables -exigí y no reconocía mi propia voz. Casi se me quiebra.

-Solo una cosa. ¿Podrías sacar a Hank?

-¿Tu gato también se llama Hank? -pregunté aguantando una carcajada que me hizo desear no matarlo. Era muy gracioso.

-Sí. Y también tortura cucarachas.

Caminé hasta el gato y le dije que se fuera fracasando en mi intento por echarlo, estaba dormido. Después le di toquecitos para incomodarlo y solo levantó la cara en un bostezo y se acostó patas arriba.

-¿No puedes? -se burlaba Alex.

-Tu gato es un perezoso.

-Abre la ventana, así él saldrá por su cuenta.

Lo hice y Hank salió disparado hacia el techo. Cuando me acerqué nuevamente a Alex mi teléfono comenzó a sonar y desvié la llamada al ver que era un número desconocido, pero un instante después sonó el de Alex y él contestó. Desde mi lugar pude escuchar a su madre llorar y gritar desconsoladamente. Él le pedía que se calme porque no entendía nada y, cuando lo hizo, unas gruesas lágrimas descendieron por el rostro de Alex.

-Mi padre murió -dijo después de cortar la llamada-. Le dispararon en la cabeza mientras comía junto con mamá en un restaurante.

Me impresionó saber que su padre, Ernesto Moya, había muerto. Lo conocía bien y lo observaba de lejos, era un sujeto desagradable al igual que mi padre. No me inspiraba absoluta confianza y peor aun cuando me mandó a matar a su propio y único hijo. Su muerte, en ese instante, dejando de lado cualquier mierda sentimental hacia su persona, me había caído de perlas. Antes de siquiera pensar en los sentimientos de Alex, comencé a soltar estupideces, como siempre:

-¿Sabes lo que eso significa? -dije con algo de emoción y casi llorando de felicidad-. ¡Que ya no tendré que matarte, Alex!

Me acerqué para darle un abrazo al cual rechazó enseguida mirándome con desprecio.

-¡Como puedes referirte a la muerte de mi padre con tanta ligereza!

-Alex, yo…

-Lo sé, Vivian. Me quería muerto, pero eso no quita el hecho de que es mi padre.

Se quedó un rato en silencio tratando de asimilar la situación, soltó varios puñetazos contra su cama envuelto en su propio dolor e ira. Se tomaba el rostro, los cabellos y su cara estaba roja. No me gustaba verlo así, era un Alex muy distinto al que conozco, del que me enamoré. ¿Me enamoré? Que afirmación más tonta y precipitada, solo lo usé de recipiente para entregar mis sentimientos los cuales a la vez fueron mutuos. Aun así, me arrepentía por lo que dije sintiéndome cada vez más estúpida, nunca he pasado por algo similar y ser empática tampoco ha sido mi fuerte. El rechazo a mis palabras de Alex era justificable, creo que si estuviéramos en el lugar del otro él intentaría consolarme, aunque yo no necesitaría consuelo ya que mi padre es una horrible persona. ¿Cómo puedo remediar este lío?




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