PRÓLOGO.
He tenido una vida normal desde que nací gracias a mis padres Aitana y Ángel quienes me fueron criando con amor en cada instante de mi pequeña existencia pues siempre se preocuparon por brindarme estudios, alimento, sustento y estabilidad emocional; además de que gracias a ellos descubrí el poder que tienen las palabras para transformar la vida de cada ser humano para bien o mal guiándome a lo que se convertiría en mi verdadera pasión. Es por eso que hace un año empecé a planificar un viaje familiar a Los Cabos San Lucas; para poder disfrutar de la paz y tranquilidad que proporciona el sonido de las olas del mar impactando contra la arena de la playa que tanto les encantaba ver a mis padres en los documentales o en algunos cuadros que tenían colgados en las paredes de la estancia de nuestro hogar.
Todo estaba previsto de una forma bastante sencilla dentro del itinerario de actividades; un par de días en la playa, yendo a restaurantes, salir de compras e ir a bucear en lo profundo de los arrecifes con los que contaba la pequeña ciudad, sin embargo; nunca conté con el hecho de que un día aparentemente normal mi tanque de oxígeno que me habían puesto antes de sumergirme en las profundidades del mar empezara a fallar provocando que poco a poco el agua empezará a filtrarse por mis vías respiratorias haciéndome perder la conciencia por unos minutos; en los cuales me creí perdida y sin esperanzas hasta que… una borrosa mancha amarilla se acercó a mí jalándome detrás de mi cintura y sacándome de las puerta de la muerte velozmente, regresándome al suave causal de la lucidez; no obstante cuando pregunté por aquella persona que me había traído del mar nadie contestó dejando pasar ese detalle inadvertido ante ellos pues para mí me habían puesto en la búsqueda por encontrar ese buen ser humano y agradecerle lo que había hecho por salvarme de un paseo submarino.