Capítulo 1:
¿Quién soy? Es una constante pregunta que la mayoría de personas suelen hacerse comúnmente a lo largo de su vida con propósito de someterse a un análisis con el cual pueda averiguar su identidad y saber que quiere lograr en los años que perdure su vida en esta Tierra, sin embargo; no todas las personas conocen los hechos, acciones o pequeños actos que lo van conformando a lo largo de su existencia perdiendo lentamente el sentido de su vida hasta llegar solamente a vivir por hacerlo sin rumbo ni dirección fija vaciándose más de los errores que suelen cometer que llenándose de amor, cariño y afecto.
He ahí la razón por la cual quería que mi vida significara algo para cada persona y con ella pudiera mover el mundo para hacerlo un lugar mejor; sin embargo, antes de eso tenía que averiguar mi verdadera identidad junto con el destino que debería de seguir; así que hice lo que nos sugirió una de mis maestras de Filosofía que tuve en el bachillerato el año pasado… experimenté nuevas actividades que nunca me hubiera imaginado hacer, salí con más de una vez con mis amigos, asistí a fiestas, conocí Cancún en un viaje escolar probando todas las comidas, postres y desayunos que me fueron posibles viendo cual resultaba más de mi agrado y que no tanto. Viviendo cada día como si fuera el último; estando agradecida por todo lo que he tenido porque a pesar de todas estas maravillas que el destino me ha permitido realizar también estoy agradecida por la familia que me ha cuidado, amado y brindado su apoyo incondicional en cada nuevo proyecto que me he propuesto cumplir; así que un día en el que salí temprano del colegio tomé el autobús escolar, esperando ansiosamente que mi medio de transporte se apresurara en dejarme enfrente de mi casa para realizar los detalles del plan.
Uno que no podría planificar sola pues lo que tenía en mente era demasiado tedioso por lo cual les había llamado a mis hermanos Edwin y Valentino que tenían la suficiente edad para realizar toda la documentación que era requerida.
Así que pasado un año desde ese día hoy me encargaría de investigar a que lugar llevaríamos a nuestros padres a vacacionar durante los próximos dos meses esperando que al fin pudieran tomarse ese descanso que su cuerpo pedía a gritos desesperadamente, ya que el negocio familiar había crecido demasiado en los últimos años y por eso no se daban tiempo de dormir, salir o disfrutar lo que más amaban hacer. Ellos se merecían eso y más porque nos dieron parte de su luz para iluminar nuestro sendero por el mundo encargándonos el deber de hacer los mismo algún día por los demás.
—Tal como nos han enseñado —pronuncié en voz alta delatando mis pensamiento mientras me detenía un minuto recordando todos esos momentos en donde estuvieron a nuestro lado abrazándonos y animándonos a seguir a delante con un plato de galletas recién horneadas que sostenían entre sus manos con amor acompañado de la sonrisa más sincera, pura, triste pero deseosa de ver resurgir a su hijo o hija como el ave fénix— desde pequeños.
Pasado una hora después de haberme sumergido en el baúl de los recuerdos visualice a cinco cuadras de distancia la casa que mis padres habían comprando con tanto esfuerzo antes de casarse para poder tener un lugar fijo al cual mudarse después de la boda, mismo que fuera su pequeño nido de amor, decorándola con fotografías, pinturas, alfombras, algunos objetos de valor familiar y una que otra repisa de logros que cada integrante ha obtenido desde mi padre hasta mí, la última hija del clan Rodríguez Flores; mejor conocida como Aielet una chica de dieciséis años de edad que suele asistir a su primer año en un bachillerato general y que por las tardes disfruta de su curso de natación o simplemente de una caminata a lo largo de su cuadra con la música a toda potencia mientras contempla a su vecinos realizar cada una de sus actividades; porque no hay nada mejor que guardar silencio y permitir que los pequeños movimientos, actos o palabras entren en tu corazón y cambien tu vida por completo.
Cuando el autobús se hubo acercado más me apresuré a llegar al lado de Bob (el mismo señor que nos ha estado transportando a inicios de curso y con el cual he entablado más de una plática acerca de su vida) para sacar del interior de uno de mis bolsillos una pequeña bolsa de celofán el cual contenía algunas galletas que había aprendido a hacer con la receta de mi madre hace años y se la tendí amistosamente.
—Bueno Bob… creo que hasta aquí he llegado —puse mi vista sobre él, observando la blancura de su barba, su característico ceño fruncido y sus ojos cargados con un brillo especial de alegría que solamente tenía cuando me encontraba a su lado tratando de sacar al tierno señor de sesenta años —te he traído esto pero justo esta mañana se me ha olvidado dártelas; las he preparado con la receta especial de mamá —proseguí a lanzarle un pequeño guiño para después sonreírle y decirle— espero que las disfrutes y salúdame a tu mujer.