Paseo submarino

Capítulo 3: Está será una larga noche.

Capítulo 3.

Valentino Rodríguez Flores o también llamado Vale es el hijo mayor de mis padres que hace menos de un mes cumplió los veintitrés años en el apartamento que alquilaba a dos horas manejando de casa; ya que había decidido independizarse lo más pronto posible una vez hubo llegado a la mayoría de edad; obviamente no fue un proceso sencillo y fácil como la mayoría de sus amigos suelen creer, pero aquí está feliz de lo que ha logrado sin la ayuda de absolutamente nadie y luchando por cumplir cada día sus sueños y anhelos del corazón; sin embargo, a pesar de todo eso le he arruinado su logro más importante de la noche al llegar de imprevisto y decirle que ha sido un bueno para nada; hiriéndolo, destrozándolo y decepcionándolo.

Supongo que después de todo puedo llegar a ser muy dura con todos, así que impulsada por la esperanza de arreglar el daño que había ocasionado puse ambas manos sobre la encimera de la comida para reunir la suficiente valentía de aceptar mis errores y enmendarlos.

—Vamos Aielet, tú puedes hacer esto; estamos hablando de Vale, el hermano que te vio nacer, madurar y te sostuvo infinidad de veces; perder el orgullo de ofrecerle una disculpa no es tan malo como parece ser—inhalé y exhalé mientras iniciaba a contar del uno al diez con la mayor lentitud posible con el fin de llevar a mis tensos músculos a un estado de relajación.

—¿Sabes que no tendrías que estar tan alterada verdad? —a pesar de escuchar la voz de Ed me obligué a permanecer en la misma posición con la esperanza de conservar por más tiempo la pequeña calma que había conseguido.

Soltando un último suspiro le contesté aun con los ojos cerrados. —Tienes razón Edwin, creo que el estrés de la cena contra el tiempo me tenía demasiado estresada que no medí mis palabras contra él —pronuncié soltando un suspiro para continuar hablando— y sé que eso no es justificación. Créeme que arreglaré esto.

Pasaron unos segundos en completo silencio hasta que a escuché a lo lejos un suspiro cargado de pesar acompañado de ligeros pasos acercándose hasta donde me encontraba con el propósito de envolverme en un cálido y alentador abrazo. —Vamos Let, eres lo suficientemente valiente como para aceptar un error delante de las personas —se tomó unos segundos antes de soltarme un poco para depositar un tierno beso en mi frente— y más si esa persona estuvo a tu lado hace un año cuando… todo sucedió; así que no dejes que el orgullo te impida remendar los errores.

Ante la razón de sus palabras solamente pude asentir mi cabeza contra su pecho con una pequeña sonrisa formándose en mis labios para decirles —Eso haré. Lo prometo.

 

 

 

 

 

 

 

Después de esos minutos Edwin se fue de la cocina dejándome ante mi nube de pensamientos una vez más para organizarlos adecuadamente antes de que todo el circo que estaba preparado para mis papás iniciara; sin embargo, el destino parecía no querer cooperar hoy conmigo ya que en cuanto me sentía preparada para abandonar la cocina rumbo a la sala el timbre de la casa sonó sorprendiéndonos a los tres pues aún faltaban escasamente diez minutos para que mis padres hicieran acto de presencia, intrigada por el sonido que no cesaba decidí caminar hacia el timbre con cámara y video que tenía instalada la casa desde que tenía memoria; una vez hube llegado intenté observar a través de la pantalla el rostro de la persona que persistía en llamar a la puerta pero la poca iluminación del exterior lo hacía imposible; preparada para enfrentar la situación apreté el interruptor de voz para hablar con el desconocido.

—Casa de la familia Rodríguez Flores —procuré mantener mi tono de voz en la misma monotonía con la que el ama de llaves María se dirigía con los visitantes— ¿en qué puedo ayudarle?

Escasos segundos pasaron hasta que escuché como la persona del otro lado se aclaraba la voz para hablar —Hola, buenas noches verá mi nombre es… Pancracio y quería preguntarle si… aquí es donde puedo venir a lavar mi ropa.

 

Hubo unos instantes en el que el uno ruido que se escuchaba era el sonido de los autos pasando frente a nuestra calle hasta que el ligero murmullo de unas risas que intentaban ser reprimidas me hizo darme cuenta de que solamente era un grupo de jóvenes que no tenían nada mejor que hacer en sus hogares un sábado por la noche; así que intentando seguirles la corriente les contesté con una dosis cargada de sarcasmo. —¡Oh, por supuesto!, puede dejar su ropa en una sesta justo encima del bote de basura para que otras personas que no tienen nada que hacer como ustedes vengan y la laven; sin más que decir les agradecería que dejaran de ensuciar con su presencia la entrada del hogar de la familia Rodríguez Flores.




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