Capítulo 5: ¡Bienvenidos a Los Cabos San Lucas hermanitos!
Desde el momento en el cual terminamos de cruzar aquel interminable pasillo mis ojos resintieron el cambio drástico de luz de un lugar a otro pues el pasillo que acabábamos de cruzar se encontraba lo suficientemente iluminado para impedir que algún pasajero desventurado sufriera alguna caída ante un objeto o persona con el cual pudiese tropezar; en cambio, el interior del avión parecía ser todo lo contrario al ancho pasadizo pues rebosaba de una excelente luminosidad de la cual si no ponías atención podría dejarte ciego por un momento; así que con la ayuda de Valentino pude ingresar adentro sana y salva a este en compañía de Edwin quien caminaba detrás de mí siguiendo de cerca mis pasos debido a que no le gustaba estar rodeado de personas desconocidas y mucho menos estar encerrado en un lugar tan pequeño como este pues era claustrofóbico desde que una de mis tías paternas lo dejó encerrado en el sótano de su casa cuando tenía cinco años de edad alegando ser un castigo por no haberse comido el alimento que “con tanto esmero” había preparado; provocándole desde esa edad un trauma psicológico severo; tanto que mis padres lo llevaron con un psicólogo para poder orientarlos sabiamente en el manejo de los ataques de pánico que solía presentar de manera periódica.
Por eso; con mucho cuidado de no golpear a nadie con mi maleta me volteé dirigiendo mi mano libre hasta la suya para darle un suave apretón que pretendía trasmitirle la paz y seguridad que le faltaba—. Estarás bien Ed, tú puedes contra esto y más; porque yo creo en ti hermanito.
Sonriendo tímidamente asintió ejerciendo un poco de fuerza en nuestro agarre como sin con ese simple gesto rogara silenciosamente un no me dejes solo por favor a lo cual solamente logré asentirle ligeramente antes de emprender la marcha hacia nuestros lugares deseando con todas las fuerzas de mi corazón que todo marchara perfectamente como hasta ahora.
Seguimos caminando a través del estrecho pasillo cuya funcionabilidad era dividir en dos hileras los asientos además de ser el único camino hacia la salida de este enorme aparato de metal en donde cada mullido asiento se encontraba enumerado con la finalidad de que los pasajeros pudieran ocupar la butaca perteneciente al número asignado en sus respectivos boletos, ya que al momento de comprarlos se podía elegir el lugar donde estarias sentados por la próxima hora, aunque ese no fue nuestro caso, ya que al momento de realizar el trámite por internet fue complicado hacer que nuestros lugares pudieran coincidir o al menos estar cerca, porque al menos el setenta por cientos de los espacios ya se encontraban reservados, por lo tanto únicamente papá y mamá estarían sentados uno al lado del otro dejando a mis hermanos y a mí totalmente separados, así que en cuanto llegué a mi lugar con el dolor de mi corazón me giré sobre mis talones hasta estar frente a Ed.
—Hasta aquí llego hermanito —el miedo y terror se vio reflejado en su rostro tal como sucedía cuando era un chiquillo— sabes que has logrado superar gran parte de la claustrofobia, no tienes porque cederle el control al miedo Edwin —hablé tratando de la confianza y seguridad fueran proyectadas en mis palabras— mírame a los ojos —indiqué firmemente— eres más valiente de lo que piensas, y nunca olvides que solamente estamos a una llamada o mensaje de emergencia de distancia, te quiero Ed —dije con voz ronca y con las lágrimas deseosas de ser liberadas; así que antes de que fueran derramadas acorté la distancia existente entre nosotros encerrándonos en nuestro propio mundo y así hubiéramos permanecido por más tiempo de no ser por la voz de una azafata que nos indicó amablemente no impedir el flujo de paso de los pasajeros a lo cual solamente nos quedó asentir antes de ser separad, al menos por un tiempo.
Suspiré con preocupación por tercera vez a la par que volvía a encender la pantalla de mi celular alerta de cualquier mensaje proveniente de mi hermano o mis padres, pero nada había aparecido en los pasados diez minutos, cansada de la situación decidí desbloquear mi móvil e ir a los pocos contactos que tenía agendados para buscar uno en particular.
Uno, dos, tres, cuatros sonidos pasaron hasta que la voz de la otra persona inundará mi oído derecho en donde tenía la bocina del celular.
—Sabes que está prohibido hacer llamadas dentro de los aviones, ¿verdad? —susurró de inmediato la voz de Edwin quien fue el primero en iniciar la conversación.
—Lo sé —contesté procurando no despertar al señor de edad adulta que yacía a mi lado izquierdo—. Pero estaba preocupada por ti menso, ¿cómo estás? —pregunté cambiando mi semblante a un serio y afligido.