Paseo submarino

Capítulo 8: Paseo submarino (parte 2).

Capítulo 8: Paseo submarino (parte 2).

 

Al siguiente día me levanté más temprano de lo normal con la finalidad de aprovechar la mañana y dar una vuelta alrededor de la playa como solía hacer en las tardes por las calles cercanas a mi vecindario; así que caminé hacia mi maleta para abrirla extrayendo de su interior la ropa deportiva que por fortuna había empacado esperando realizar un poco de ejercicio al cual estaba acostumbrada. Cuando estuve cambiada salí en silencio hacia el pasillo esperando no despertar a ningún turista a estas horas en las que apenas los tímidos rayos solares comenzaban a despejar las tonalidades azules, moradas y violentas que la noche había traído consigo. Para el momento en el que me hallé cara a cara con las puertas metálicas del elevador dejé salir un suspiro que no era consiente que estaba reteniendo, asustada de que alguna persona pudiera percatarse de mi secreta salida presioné el botón gris que me dejaría acceder a mi único medio de transporte hacia el lobby.

 

Para cuando llegué a la entrada y salida del hotel eran alrededor de las seis y media de la mañana una hora considerablemente para realizar estiramientos matutinos o simplemente dar un paseo por las playas privadas con las que contaba el lugar. Así que asegurándome que las agujetas de mis zapatos deportivos estuvieran bien anudadas salí empezando a caminar lentamente mientras disfrutaba como el aire fresco y sereno del día impactaba contra mi rostro relajando cada uno de mis músculos y haciendo que cerrara los ojos por un momento en donde una sonrisa amplia iluminó mi rostro.

—¡CUIDADO! —un gritó ensordecedor y demasiado cercano me sacó de la maravillosa sensación que estaba experimentando provocando que abriera los ojos de golpe y me detuviera abruptamente.

—¡AUCH! —fue lo primero que pronuncié en cuanto la acción que hice dejó lastimada a mi visión —. No sé quién seas, pero más te vale que me hayas detenido por un buen motivo —escupí tratando de controlar mi impulsividad y agresividad que parecían haber surgido de golpe igual que mi mal humor.

—La tengo señorita —escuché de nuevo la voz del mismo sujeto, pero ligeramente agitada como si estuviera regresando la velocidad de su respiración a un equilibrio —, permítame decirle lo cerca que estuvimos de haber chocado si ambos no nos deteníamos.

—Claro —solté sarcásticamente— y por eso decidiste que la mejor manera de hacerlo era gritándome para que me detuviera.

—No encontré ninguna otra manera; además supongamos hipotéticamente que la persona que se hubiera detenido fuera yo; usted estando sumergida en el mundo de sus pensamientos hubiera seguido su trayecto y terminaría colisionando contra mí.

Recuperada del dolor en mis ojos retiré mi brazo y parpadeé un par de veces antes de abrirlos con lentitud esperando que el color y claridad regresaran para poder observar al causante de mi falta de visibilidad y apenas volvió mi vista quedé impresionada por el físico del chico que tenía a escasamente treinta centímetros de distancia —. Yo… he… tú… —oh vamos cerebro, no puedes dejarme en este preciso momento.

El chico de ojos color miel con matiz café oscuro inclinó ligeramente su cabeza hacia su lado izquierdo como si quisiera entender el porque mi actitud confiada y malhumorada había desaparecido entregando mi ser a merced al nerviosismo y falta de coordinación de pensamiento —. Creo que las palabras que querías decir eran “aun así no era necesario que me asustaras de esa manera” —dijo, tratando de regresar al tema principal de nuestra conversación.

Parpadeé un par de veces hasta que el mecanismo de mi mente empezaba a despertar mi lado racional —. Sí —procuré contestar con total calma—, esas eran las palabras exactas que iba a decirte.

—Perfecto, entonces le ofrezco una disculpa por haber perturbado su tranquilidad —manifestó mientras se enderezaba para salir de mi presencia —. Fue un placer conocerla señorita.

Asentí, dándole a entender que aceptaba sus disculpas —. El placer también fue mío —contesté su última frase por cortesía como me habían enseñado mis padres.

—Bueno… me temo que debo dejarla —dijo mientras miraba la pantalla de su celular—. Con permiso.

Y con esas últimas palabras empezó a correr apuradamente hacia una dirección contraria a donde me dirigía dejándome solamente con el recuerdo de sus hipnotizantes ojos miel.

 

 

 

—¿De qué tanto te ríes Valentino? —cuestioné viendo como mi hermano sostenía su celular con la mano izquierda mientras esperábamos que el desayuno llegara a nuestra mesa.




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