Pata de lana (el arte del placer impuro)

Tita

Apenas atravesé la manga de pasajeros e ingresé al aeropuerto, un vaho de calor cubrió mi cuerpo y comencé a sudar. 

Presente mi documentación y recogí mis dos maletas. En la sala de espera habían tres personas de pie y cada una llevaba en su regazo una pequeña pizarra con un nombre anotado. Una de ellas, mujer relativamente joven, de rostro redondo, piel blanca y labios bellos anunciaba en su pizarra mi nombre. 

Al notar que lo leía sonrió sin ganas y dijo :

— De modo que usted es Vladimir. 

— Si, ¿con quien tengo el placer? 

Ella me sonrió más animada y guiñandome un ojo contestó :

— Soy Tita, la hija menor de don Herman Justiniano, me pidió que lo recoja y lo lleve al «Tutumazo». 

Sin más comentarios coji mi equipaje y la seguí al Toyota, observe que tenía mi estatura, estaba algo rellenadita, de piernas gruesas y sublimes nalgas que me parecieron dos esferas adicionadas a las ya existentes, llevaba el pelo suelto y alborotado. Antes de hacer contacto con el motor se caló unas gafas oscuras y se metió en la boca un chicle sin azúcar. 

Las poderosas ruedas del vehículo comenzaron a rodar como aplanadoras sobre la calzada, quince minutos después se salió de la carretera en dirección este, ahora el camino era de tierra, a los costados sólo se veía inmensas praderas verdes de forraje para el ganado, unos momentos más y pude observar limoneros, naranjos y platanales, solo entonces volvió a hablarme :

— ¿Usted es un periodista famoso? 

— Lo de famoso no sé, pero si soy periodista. 

— ¿Tiene negócios con mi padre? 

— Negocios precisamente no —un suspiro —, vengo para recoger algunos datos sobre su vida y seguramente sus tácticas y estrategias de seducción ¡Por ocho años esperé que me llamara! 

— ¿Escribirá sobre el viejo? 

— Una novela. 

Me sonrió con una mirada de “este colla loquito” que pude vislumbrar a través de su gafa oscura y nuevamente concentró su atención en el volante,sin dejar de masticar indolentemente su chicle. 

Caracoleamos un sendero más angosto, con las ramas de los árboles peligrosamente del lado de la vía, una nube de polvo a nuestras espaldas, de pronto el camino comenzó a transformarse en una pista asfaltada semienterrada. Súbitamente frente a nosotros la imponente casa blanca, una mansión en medio de la sabana... 

 

 

 

 

 

 

 

 




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