La mansión

Tita estaciono la vagoneta en el amplio patio interior de la casa, cuyo piso de cerámica brillaba como un espejo. 

Era el lugar más hermoso que hubiera visto nunca y no me cansaré de admitirlo. Mosaicos en el suelo y en la piscina tan exactos en su tonalidad, que se diría fue la obra de un artista que los eligió uno por uno. 

A un lado de la piscina había un enorme jardín con el césped perfectamente cortado y con una amplia variedad de flores multicolores.

La vista de la casa era magnífica, se parecía a un hotel de lujo, a la belleza de lo natural se unía la comodidad y la funcionalidad de lo moderno, se veía sobresalir por las blancas paredes laterales todo un silencioso equipo de aire acondicionado. 

Grandes arcos niveos posibilitaban la entrada de la luz a los grandes ventanales de las habitaciones y sugerían a la vez una agradable sombra. 

Era en verdad un lugar de fábula para vivir. 

Se abrió la puerta principal. Unos pasos muy leves murmuraron por los pasillos semioscuros y un susurro a guisa de sonrisa pude oír. Yo sudaba y nervioso me secaba con mi pañuelo. 

Apareció al fin el hombre acompañado de su empleado; la leyenda, el mito, «Pata de lana» de ropa informal y con lentes ahumados. Era de una edad indefinida, lo mismo podía tener cuarenta que haber pasado la frontera del medio siglo (personalmente sabía que era mucho mayor), en apariencia era una persona sencilla, aunque sí ostentaba un lujo desmedido : las cadenas de oro alrededor de su cuello, ni que decir de su Rolex dorado y sus anillos. Vestía igual que su empleado, según supe después capataz de la estancia, ambos llevaban la camisa ligeramente entreabierta. Su estatura mediana se acentuaba por el ligero sobrepeso, el cabello negro ondulado, su tez cobriza que conjugaba con sus bigotes oscuros, se notaba que eran teñidos al igual que su pelo. 

—¡Mi amigo periodista! —. Saludó cordialmente abrazándome con alegría.