Pata de lana (el arte del placer impuro)

Ojo morado

En las cuadras ambas muchachas ensillan mi caballo, sus animales ya estaban listos. 

Personalmente no se montar y se los hago notar al acercarme al potro con desconfianza me ayudan a subir e indican como sujetar las riendas, el animal relincha alertado por mi nerviosismo, pues no me conoce y muerde la jaquima. Doy un lentísimo paseo alrededor del potrero. 

El viento apenas movía las copas de los árboles de las cercanías. El calor agobiaba y hacia sudar. La dureza del sol quema mi espalda. 

De pronto un jeep Cherokee 4x4 rojo se detiene al frente de la casona y de el descienden un hombre y una mujer. «Mi hermano Yhonny y su novia», dijo Rosemary. 

Abrieron la compuerta de cola del vehículo y dejaron salir a dos sabuesos que jadeaban y meneaban la cola. Muje a lo lejos una vaca perdida. 

Las muchachas dan la señal de partida y los tres caballos se lanzan a gran galope. Agachado sobre el mío me dejo llevar cada vez más de prisa a través del bosquecillo de eucaliptos. 

Me entusiasmo al comprobar que tan bien puedo controlar la situación pese a ser un novato. 

Mi temeraria aventura ecuestre fue muy breve. 

Súbitamente una rama loca me golpea el ojo derecho. Casi es mediodia y llevo gafas de sol (gracias chicas por el ojo morado y también a Tita por las gafas). 

Dirigiéndome a mi habitación para asearme pues el almuerzo esperaba, involuntariamente volteo a ver la piscina, contemplando a la agraciada nieta emerger totalmente mojada; bikini azul, se calza las chinelas del mismo color y camina hacia los vestidores dejando a su paso una delgada estela de agua. Realmente era una belleza. Aunque comprove que no era tan alta como parecía, ella ni notó mi presencia. 

En el comedor me siento del lado derecho como lo hiciera por la mañana, a mi lado Tita, frente a mi Rosemary y..., la nieta, pues todavía no se como se llama, hablan entre ellas de perfumes y ropa de moda cuando sin previo aviso ella se presenta, cabello castaño, ni corto ni muy largo, delgada y con buena figura, sus ojos grandes y almendrados, llevaba unos short jeans cortisimos y una blusa transparente atada al desgaire bajo el pecho, dejándole al descubierto el estómago plano, satinado y liso. «Me llamo Giovanna», me dice extendiendome la diestra, yo le devuelvo la cortesía también presentándome y me quito las gafas de sol, una mancha roja y negra alrededor del ojo. 

El almuerzo fue pura atenciones hacia mi ojo en vez de saciar el apetito que lo tenía muy copioso. Estaba hambriento. Giovanna me tuteo como si me conociera de toda la vida y las hermanas no tanto pues de usted no pasaban (vaya forma de conocer a la bella). 

Después de la comida mientras paseaba por el jardín sentí un escalofrío que me recorrió toda la columna. Los enormes sabuesos de pelaje claro, de caras arrugadas y orejas caídas me ladraron con tal fúria que creí sentir los latidos del corazón en la garganta. 

—¡Choco, Choca! ¡Sentados! —. La voz varonil desconocida que reconocí en el rostro de Yhonny, el hijo varón de “Pata de lana”. 

Personalmente cuál perro correspondía a cada nombre, tampoco me interesa. 

Yhonny sonrió, se disculpó y me extendió la mano; entonces se le iluminó inmediatamente la mirada y comentó que Giovanna estaba soltera y también inyectando mayor énfasis a sus palabras que era «la consentida de papá». Luego frotándose el puente de la nariz echó un vistazo a su 4x4 rojo, su compañera lo esperaba con el motor rugiendo en tercera. 

Choco y Choca se frotaron el hocico contra mi pierna, sentí el pelaje del lomo de los caninos, eran sedosos y rolludos. 

Yhonny se va y con el los perros. 

 

 

 

 

 

 

 

 




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