Después él enciende otro cigarrillo y adoptando una expresión nostálgica dice —: aquellos inocentes años con sus calles de tierra, jeep Willis y carretones tirados por bueyes como mejor vehículo de transporte, con su solazo cenicular y su floresta en eterna primavera con sus domingos interminables en las galleras (riña de gallos), con apuestas y licor. Aquellos inocentes y dulces años con sus molienditas y su rebosante jarra de caldo de caña de azúcar, espeso, dulce y refrescante. Aquellos tiernos años en que era una fantasía devorarse la jalea, el empanizao, batidillo, melao y tablillas (golosinas locales hoy casi desaparecidas)... Aquel día terminé de vender temprano, en casa regue el maiz de los pollos y acomodé leña junto al horno echo de barro y paja, elíptico y panzón.
Mi madrecita trituraba yuca en el tacú afanada en preparar un rico masaco... La recuerdo alimentando el fuego con leña, preparando con criolla sazón el locro carretero que sería nuestra cena..., fui hijo único».
Don Herman calló y aplastó el cigarrillo consumido en el cenicero. Yo precione off en mi grabadora.
Editado: 12.09.2021