Macurca

La macurca se deja sentir pese a que poseo una complexión fibrosa. 

Exactamente cinco años atrás fui elegido por mi periódico para representarlo en una convención de periodistas de la farándula en Hawai. En el aeropuerto de Honolulu apenas pisas su isla los encargados de la recepción piden a las mujeres ponerse a la derecha y los hombres a la izquierda para que a ellas varios anfitriones con la tradiciónal camisa floreada y a nosotros dulces señoritas, delgadas bronceado caribe, en singular minivestido de hojas de ti nos obsequian a cada uno con una guirnalda de flores y una bebida tropical después del clásico saludo «Aloha». Debo aclarar que de alguna manera no me gustó mi aspecto, casi todos los hombres eran fibrosos y ágiles, y las chicas verdaderas ninfas del mar. 

Mucho después de la convención reafirme lo pensado cuando me solace en las concurridas playas de Bikiki, contemplando las esculturales figuras de sus mujeres y las piruetas de los hombres–adonis galopando sobre las turbulentas olas del mar en sus tablas de hacer surfing. 

Ya en las alturas de mi mediterránea La Paz comprendí la necesidad de mejorar mi aspecto físico. 

«Ejercicio–gimnasio» : Dar comienzo a la instrucción fue una experiencia patética, los deportes me desagradan, era bastante gregario. En mi vida había levantado una pesa o una mancuerna; dos horas diarias por cinco días a la semana. 

Al principio la macurca, los músculos todos flotando en dolor, las endorfinas revitalizandome, transformaron a un individuo alfeñique, rollizo y barrigón a su manera en un fortachon presentable, o sea yo. 

Mientras me peino frente al espejo luego del obligado duchazo con agua fría observo la redonda mancha en mi ojo, calculo que hasta la próxima semana dejará de existir. 

Después de desayunar todos juntos don Herman me invita a conocer la estancia, invitación que acepto siempre y cuando nos movilicemos en un vehículo, el viejo entiende con solo mirarme.