Pata de lana (el arte del placer impuro)

Tecnoidiota

Rosemary y Tita se divierten bailando la música electrónica de Robert Miller, jóvenes y mayores en la pista alardeando sus pseudo virtudes danzeriles. Mesas ocupadas de juventud y alcohol. El ambiente es candente. 

Astir, Natália, Paola y Diana me hacen sentir en las nubes al conversarme atropelladamente y brindando una ronda de trago por cada respuesta dada. Estas chicas, post–adolescentes, grandes bebedoras, bolicheras sin remedio que me embriagan y confunden, dorandome la perdiz y acabando con mi paciencia al interrumpir a cada rato. 

Diana me pregunta sobre la novela que pienso escribir, le estoy contestando cuando Astir sobandome la pierna me corta indagando si conozco la ciudad, le digo que hace ocho años no la visito, nuevamente Diana insiste sobre la novela, esta vez avanzada me toca a vuelo de mariposa la erección y sonríe, no se que responder, tampoco puedo hacerlo, la borrachera se deja sentir. Paola que está sentada frente a mi me hace ojitos mientras con su piecesito hurga mi entrepierna por debajo de la mesa, le sonrio. Natalia que parece no enterarse de nada solo bebe y ríe. Rosemary de cuerpo esbelto y robusto se acerca y sin preámbulo me saca a bailar ese ritmo tecnoidiota —«el mundo cambia y nos estamos poniendo tecnos», como diría Andrés Calamaro —, la beso y acaricio como quién desea la cosa. 

Rostro sensual de ojos grandes y avellanados, nariz respingada, labios gruesos y carnosos., dientes correctos y blancos, escasas cejas y frente amplia, cabello negro y recogido en una coleta. Como característica de su bonita cara posee un lunar oscuro del lado derecho de la nariz cerca al pómulo. 

«Me gustas y te deseo», me dice al oído con su voz de radialista timida, suave y chillona acompañada de su tufillo suave y etílico por encima de la estridencia sonora. «Vamos», le digo eufórico y ella me arrastra al baño de mujeres, el lugar está lleno, para mi sorpresa todas indiferentes, algunas aspiran cocaína liberalmente mientras otras orinan de cuclillas sobre el piso, nos encerramos en el cubículo que huele a marihuana y esperma, «Te deseo», me dice arqueando las caderas. 

 

 

 

 

 

 

 

 




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