Pepita La Pistolera y el Loco de la Ruta

Prólogo

Nota del autor:

Esta obra es una narración de ficción inspirada en hechos reales. Aunque se han respetado nombres verdaderos, lugares y fechas históricas, algunos eventos y diálogos han sido recreados con fines narrativos. No se pretende afirmar ni negar culpabilidades, sino rendir homenaje a una figura controvertida de la historia criminal argentina, explorando el límite entre el mito y la realidad. Mar del Plata, invierno de 2009. El viento del Atlántico arrastraba arena y silencio por las calles del puerto. En el cementerio local, una mujer que había sido leyenda, mito y amenaza para muchos, era despedida con aplausos, champán y la voz ronca de Sandro saliendo de un parlante viejo. Margarita Di Tullio —o como todos la conocían, Pepita la Pistolera— se iba de este mundo como había vivido: entre excesos, códigos, sospechas y una sombra que ni la muerte pudo disipar. Pero para entender a Pepita, no basta con ver su final. Hay que viajar al principio. A los días en que robaba con un revólver en la cintura y una sonrisa desafiante. A los años en que regenteaba prostíbulos en la zona más gris de la ciudad, donde las chicas no tenían nombre y los clientes pagaban por olvidar. A los tiempos en que el miedo tenía forma de mujer y caminaba por Alvarado como si fuera su casa. Y más allá, aún más oscuro, está el eco de una serie de crímenes que aterrorizaron la Ruta 88: prostitutas estranguladas, cuerpos tirados como basura, familias destruidas. Alguien —o algo— se escondía detrás de todo aquello. Y algunos nombres siempre volvían al rumor: el Loco de la Ruta... y Pepita. Esta es su historia. La que se cuenta en voz baja en los pasillos de Tribunales, la que circula en expedientes polvorientos, la que pocos se animan a escribir. Porque no se trata solo de una mujer. Se trata del rostro de un país que supo mirar para otro lado. Y cuando el pasado vuelve, lo hace con balas.




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