Mar del Plata, invierno de 1985.El aire olía a sal, humedad y miedo. En el puerto, las chicas trabajaban menos. Los clientes, más paranoicos. La policía, más ausente. Tres muertes eran demasiadas, pero no suficientes para que nadie se hiciera cargo. La ciudad había aprendido a convivir con los cadáveres cuando no molestaban al turismo. Pepita lo entendía mejor que nadie: la calle ya no era suya si no la defendía. Años atrás, había hecho favores. Tapado escándalos. Comprado silencios. Ahora era momento de cobrarla primera parada fue la Comisaría Cuarta. Entró con un tapado de cuero, lentes oscuros y la mirada de quien no pedía permiso. Se encerró con el subcomisario Duarte. Le dejó un sobre y una advertencia:—Vos te hacés el boludo con lo que pasa en la ruta. Yo también puedo hacerme la boluda con lo tuyo. ¿Estamos? Duarte no contestó. Solo asintió. Pepita lo tenía atado con una historia de abuso a una menor que había sucedido en uno de sus burdeles, y que ella había sabido enterrar... por ahora. Después fue el turno de la política. Se reunió en la trastienda de un restaurante del centro con un concejal del PJ, de esos que vivían a base de sobres y vino barato.—No quiero que me defiendas —le dijo—. Solo quiero que cuando me nombren, vos digas que soy "una empresaria reconocida de la noche". Nada más. A cambio, le prometió aportar para su campaña del 86. Diez lucas verdes, en dos partes. También tuvo una reunión con un juez. Viejo conocido. Había ido muchas veces a su whiskería, aunque se hacía el puritano en los diarios. Le pidió una sola cosa: que, si llegaba una causa con su nombre, la frenara.—Yo no maté a nadie —le dijo—. Pero si van a ensuciar a alguien, siempre empiezan por mí. Él juez le respondió con una frase que no olvidaría:—Nadie te va a ensuciar, Pepita. Pero si el asesino está cerca tuyo, lo vas a tener que entregar... o te vas con él. Desde esa noche, Margarita empezó a dormir con un cuchillo bajo la almohada. Su círculo íntimo se volvió más chico. Algunas chicas dejaron de trabajar. Una de sus "madamas" desapareció sin decir adiós. Otra la enfrentó:—¿Y si el que mata es alguien de los tuyos? Pepita no respondió. Pero por dentro, esa idea ya la estaba carcomiendo. ¿Y si el monstruo no estaba afuera, sino adentro? Blindarse no era solo pagar protección. Era aprender a no confiar. A leer miradas. A ver quién dudaba, quién temblaba, quién callaba más de la cuenta. Y mientras ella tejía su red para evitar caer, las noticias llegaban como escupitajos: "Cuarto cuerpo hallado en las afueras de Batán. Se trata de una joven de entre 20 y 25 años. Sin identificación. Misma firma. Mismo infierno. "Pepita dejó el diario sobre la mesa. Se sirvió un whisky barato. Miró por la ventana. La ciudad estaba dormida. Pero alguien estaba despierto. Y jugaba en su territorio.