POV Cristian
Dinamarca – Invierno
Camino lentamente por las calles frías de esta ciudad que se ha vuelto nuestro refugio y, al mismo tiempo, un recordatorio constante de tu ausencia. El viento helado corta la piel como si quisiera obligarme a despertar, como si no entendiera que el dolor no se puede entumecer con el frío. Han pasado ya cuatro años desde que te marchaste, y todavía me cuesta asumirlo. Cuatro inviernos sin ti… y cada uno más silencioso que el anterior.
Recuerdo con claridad brutal la última vez que hablamos. Fue una conversación breve, cortante, inacabada. Me quedé esperando tu llamada. Quería saber que todo estaba bien, que lo habías pensado mejor, que volverías. Pero no. Ese “tenemos que hablar” fue tu despedida. Y desde entonces, siento que una parte de todos nosotros se fue contigo.
Miro el celular, mi vista fija en la pantalla como si en cualquier momento fueras a aparecer ahí. Como si el tiempo pudiera devolverte. La llamada con Eimy terminó hace unos minutos, pero sigo sosteniéndolo con fuerza, como si colgar fuera soltar también ese último hilo que nos conecta contigo.
Nunca podré entender del todo lo que ella siente. La manera en que te perdió es distinta, más profunda, más personal… más devastadora.
Ella perdió a su esposo, a su amor de vida. Perdió a su mejor amigo, su cable a tierra. Perdió su hogar aunque viva bajo techo. Y aunque intenta seguir, yo sé que camina con los pies heridos, cargando un duelo que no se puede explicar con palabras.
Me quedo pensativo, debatiéndome internamente si todo lo que pasó fue real. Si acaso esta vida, la nuestra, no quedó suspendida en una fotografía vieja, en un recuerdo que ya no se mueve.
Entonces la siento. Esa presencia silenciosa, cálida. Levanto la cabeza y la veo: mamá. La mujer más importante en nuestras vidas. La que fue fuerza, guía y abrazo. Y la que ahora camina más despacio, como si el alma le pesara desde que no estás.
–Cariño… ¿qué te dijo Eimy esta vez? –me pregunta con voz suave, como si temiera escuchar la respuesta.
En sus ojos hay tristeza, pero también esperanza. Porque no solo te perdió a ti… también perdió a su hija del alma. A esa niña que se convirtió en mujer de tu mano.
–Que está intentando acomodar sus tiempos para poder compartir con nosotros esta vez –le respondo, aunque en el fondo, desearía poder creerlo sin reservas.
–Lo hará, mi amor –dice mientras me acaricia la mejilla con dulzura–. Ella también perdió una parte de su alma cuando te perdimos a ti.
Me dedica una de esas sonrisas tranquilizadoras, de las que nos daban paz cuando éramos niños y creíamos que todo en el mundo podía arreglarse con una caricia de mamá.
La observo alejarse, caminando hacia el invernadero donde recoge las flores que tanto amas. Esas flores que tú decías que “olían a sol” aunque el invierno rugiera. Las mismas que usabas para sorprenderla, para decorar la casa, para pedir perdón… o para hacer sonreír a Eimy.
Y ahí, contemplando cómo mamá se pierde entre esos colores cálidos, me doy cuenta de algo: tú eras eso. Luz. Calor. Vida. Eras quien hacía que el caos del mundo se sintiera como un juego de niños.
Apoyo la frente contra la ventana. El cristal está helado, como este día. Y mientras el viento golpea los árboles, me pierdo en mis pensamientos… deseando, con toda el alma, que aún estuvieras aquí.
POV Jonathan
Junio, 2015 – Noruega
Tengo las manos sudadas. El corazón me late con fuerza en el pecho. Estoy nervioso, pero es un nervio distinto… uno que nace de la certeza. Sé que esto es lo correcto. Que tú eres lo correcto.
Hoy, a mis 26 años, no tengo dudas: quiero bajarte el cielo, el mar y las estrellas. Quiero regalarte una vida donde cada amanecer te despierte con paz.
Tú me miras con esa expresión curiosa, como tratando de adivinar qué pasa por mi mente. Me observas como si aún no creyeras cuánto te amo. Pero yo… yo lo sé desde siempre.
Quiero que te mires como yo te veo. Que entiendas lo poderosa, lo valiente, lo increíble que eres. Que no necesitas perfección para ser magnífica. Que eres una guerra que ya ganó mil batallas.
–¿Es normal amar tanto a alguien que conoces hace más de 20 años? –me preguntas con esos ojitos coquetos que tanto amo.
–Es muy normal, hermosa –te respondo, haciendo mi sonrisa ladeada–. Más aún si estamos destinados a estar juntos. Eres mi esposa. Mi destino.
Te ríes, esa risa que siempre me quiebra por dentro de tanto amor.
–Vida… ¿por qué eres tan lindo conmigo?
–Porque me nace, corazón. Porque eres mi motor, mi razón de ser.
Te acerco a mí. Siento cómo tus manos acarician mi cabello, buscando consuelo, buscando certeza. Sé que el miedo siempre te acecha, que mi trabajo te llena de ansiedad. Te aterra perderme, como si el destino tuviera una deuda pendiente con nosotros. Pero yo solo quiero darte paz.
Apoyas tu cabeza en mi pecho, escuchando mis latidos. Y yo sé… que ahora es el momento.
–Eimy, necesito decirte algo –te susurro.
Te separas lentamente de mí, con una expresión de duda, de ansiedad.
–¿Pasa algo? ¿Hice algo mal? –preguntas, retrocediendo un paso.
–No, preciosa. Mírame… mírame a los ojos –dudo si lo harás, pero lo haces. Y ahí, con tus ojos llenos de amor y miedo al mismo tiempo, lo supe.
–Te amo, Eimy. Eres lo más valioso que tengo en esta vida. No puedo imaginarme un día sin ti. Por eso quiero hacerte esta pregunta… No dudes. Siempre serás tú. En esta vida… o en la próxima.
–Te amo hasta el día en que este plano terrenal ya no me lo permita.
Tus ojos se llenan de lágrimas.
–Eimy… ¿quieres casarte conmigo?
–¿Lo dices en serio, Jota? No estoy para bromas –me dices, todavía incrédula.
–Te lo digo con el alma. Eres la mujer de mi vida. Quiero formar una familia contigo. Una vida contigo. Todo… contigo.
Te lanzas a mi cuello, entre sollozos, entre risas.