Perder o Ganar Libro 4

Cap 10 Pequeña Flor

ANDREÍNA

Lista para atacar a la persona que va a entrar por esa puerta, agarro una lanza oxidada, me agacho rápidamente y espero a que la puerta se abra. 

Alicia está de pie mirando mis movimientos, sus ojos me dicen que tiene miedo interno, ella conoce el carácter de mi abuelo, siempre la he visto sumisa, obediente y nunca le discute, a veces pienso que Alicia es una mujer sin voluntad propia.

—¡Enrique!— grita Alicia, pero es demasiado tarde porque yo me levanto y tiro la lanza con todas mis fuerzas, para mi suerte que Enrique activa su sexto sentido y esquiva la lanza hacia un lado. 

—¡Joder que haces muchacha! Tienes buena puntería, pero yo no soy tu enemigo— declara y yo me avergüenzo. Enrique es el abogado de la familia, lo conozco desde niña. En mi carrera de derecho es él quien me ha ayudado a despejar muchas dudas de leyes.

—Lo siento Enrique, pensé que eran los hombres de mi abuelo; ¡me quieren llevar para hacerme abortar!— Suelto sin ningún filtro, a él lo considero mi amigo; miro que traga saliva y sé incómoda ante lo que dije. 

—Andreína acompáñame al despacho, quiero que trabajemos en la fábrica de Italia. Tu abuelo se acaba de ir de viaje, al parecer hay una revolución en las negociaciones y eso ha hecho que la policía confisque los bienes que pertenecen a los Sagbini. 

—¿Ángelo se fue?— pregunta Alicia alarmada —¿qué hicieron con los Toretti? 

—algunos de sus hombres cayeron heridos, le dieron cese al fuego y salieron huyendo; sin embargo, Ángelo se fue escoltando hasta el aeropuerto—. Responde Enrique dejando pensativa a Alicia, que me mira y me sonríe; ella toma mi mano y yo solo respiró hondo, sentí un gran alivio en mi interior. 

Cierro mis ojos, el alma regresa a mi cuerpo, mi mente tenía muchos pensamientos:

¿Era capaz de hacerle daño a mi abuelo para salvar a mi hijo? ¿Hasta dónde llegaban mis fuerzas con tal de salvarlo?

Sacudo mi cabeza y salgo de ese ático junto con Enrique para reunirnos en el despacho (…)

 

Agosto del 2016

Los meses fueron pasando, ocupaba mi tiempo en la tesis de grado de la universidad y en darle frente a los asuntos pendientes de la empresa de mi abuelo.

Me miraba en el espejo y notaba un crecimiento en mi panza, un bulto se asomaba en mi vientre bajo, lo sentía mover y ya estaba en mis cuatro meses de embarazo.

La ecografía mostraba que es niña y que se estaba formando muy bien; mi pequeña hija, fruto de mi amor por Juan Pablo, crecía en mi vientre, todas las mañanas la sentía moverse, era una alegría para mí sentir momento único y especial. 

Liana, Renata y yo, nos volvimos las mejores amigas de la facultad, tanto así que ellas, me acompañaban a mis consultas prenatales; Alicia tenía prohibido salir de la mansión mientras mi abuelo estaba ausente.

Mis dos tías hijas de Alicia y Ángelo están en el exterior casadas y con hijos. Las dos se fueron de ese seno familiar asfixiante y decidieron hacer sus vidas lejos del abuelo. Pienso lo mismo, y ese mismo miedo que veía en sus hijas y en Alicia es el que ahora me recorre por mi piel desde aquel día que mi abuelo se atrevió a golpearme y sacarme a las fuerzas de la casa para forzarme a perder a mi hija.  

Un cosquilleo de temor se estremece en mi cuerpo. Algún día me iré de aquí con mi hija en brazos y viviremos una vida normal lejos de venganza, odio y armas.

 

Noviembre 2016

Mi teléfono suena, es Renata quedamos de encontrarnos en el juzgado civil para terminar de recopilar información para nuestra tesis.

Llego al lugar para acercarnos a la recepción, voy caminando distraída hablando con Renata cuando tropiezo con un hombre.

—Oh, lo siento— me dice disculpándose y nuestros ojos se encuentran, sentí una conexión íntima cuando miré esos ojos negros de pestañas espesas. Él sigue su camino y lo reconozco de inmediato es Richard Hidalgo. 

Como no lo voy a conocer si durante casi toda mi vida tuve que ver su cara todos los días.

Salgo de mi estupor y desvío mi mirada, ya que mi corazón latía con fuerzas, queriendo correr tras él. Lo veo que entra a una oficina y yo sigo caminando con Renata. Me pregunto ¿qué estará haciendo en Roma?

—¡qué hombre lindo! ¿Lo conoces? ¿Quién es?— me pregunta Renata que me ve volteando la cabeza varias veces hacia la dirección a donde se fue Richard. Yo toso nerviosa.

—Es Richard Hidalgo, mi enemigo número 1 y el culpable de mis desgracias—, los nervios se van y mi expresión se nota turbia.

Que no se te olvide Andreína, que ese hombre es tu enemigo, no puedes sentir nada diferente al odio que has sembrado en tu corazón, ¡no puedes hacerlo!. Me reprendo a mí misma.

La recepcionista nos atiende y nos hace pasar a una sala de audiencia, allí junto a mi amiga Renata nos quedamos mirando un caso de violencia familiar. Anotamos mucha información relevante, pero mi mente se iba a la persona que vi momentos antes.

Cuando estábamos afuera del juzgado me separo de Renata para sacar mi teléfono y llamar a Bruno Coppola, él trabaja en la empresa Hidalgo hace cinco años, es nuestra persona infiltrada en esa empresa, algo así como un soplón, por eso me extraña que no informara que Richard Hidalgo había viajado a Roma.




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