Isabella Davis
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El ruido constante de los autos afuera siempre me despertaba antes de que sonara el despertador. Vivir en este pequeño apartamento en Nueva York era un reto, pero yo lo veía como mi refugio, lejos del caos exterior. Mi mamá siempre decía que debía aspirar a algo mejor, pero para mí, el lugar estaba bien. Era modesto, pequeño, pero suficiente.
El baño era mi escape matutino, un lugar donde podía tomarme unos minutos a solas antes de enfrentar el día. Mientras el agua caliente caía sobre mí, me repetía lo mismo que cada mañana:
«Hoy será un buen día, hoy tal vez él se decida a llevar una relación sana conmigo. Hoy tal vez me dé mi lugar»
Salí de la ducha y el aire frío del pasillo me golpeó. Me envolví en la toalla, mientras el espejo empañado apenas dejaba ver mi reflejo. Mi madre, Marta Davis, siempre estaba despierta antes que yo, lista para su turno en el hospital. Era incansable, a pesar de sus largas jornadas como enfermera.
La escuché moverse por la cocina, seguramente preparando el café. Sabía que me esperaba, como todos los días, con esa mirada preocupada.
— Isa, ya es tarde —me llamó desde la puerta del baño.
— En un segundo, mamá —respondí.
No llegue anoche a dormir y ella se había dado cuenta. Sabía muy bien lo que aquello representaba, pero no estaba de humor para otra discusión. No hoy.
Me dirigí a mi habitación, cerrando la puerta detrás de mí. El aroma del café empezaba a colarse por debajo de la puerta, pero mis pensamientos estaban en otra parte. En él. Jackson Russell. No pude evitar que una sonrisa se formara en mis labios.
La noche anterior había sido perfecta. Cada momento con él era como una montaña rusa: emocionante, intenso, y siempre me dejaba deseando más. Abrí el armario y tomé mi ropa, intentando no pensar en lo que vendría después. Mi mamá no aprobaba nuestra relación, y aunque intentaba mantenerla en secreto, era obvio que ella lo sabía desde hace meses. Las preguntas nunca terminaban, y aunque yo era una adulta independiente, me seguía sintiendo como una adolescente bajo su mirada crítica.
Me puse el pantalón y estaba abotonando mi blusa cuando, de repente, la puerta de mi habitación se abrió de golpe. Mi corazón dio un brinco.
— ¿Volviste a amanecer con ese hombre? —me soltó mi mamá, entrando sin esperar permiso. Di un paso hacia atrás, sorprendida por su brusquedad.
Sabía que no iba a dejarlo pasar tan fácilmente, pero la intensidad en su voz me dejó sin palabras por un momento.
— Mamá... —empecé, buscando cómo defenderme.
— No me vengas con excusas, Isabella. Volviste a quedarte con él, ¿verdad? —Sus ojos me escaneaban con esa mezcla de frustración y desesperación que había visto tantas veces—. Ese hombre no te conviene.
— Soy una adulta, mamá. Tengo veinte años —respondí, alzando un poco la voz, tratando de mantenerme firme. Ya habíamos tenido esta conversación muchas veces. Sabía que ella no lo entendería, que nunca lo haría.
— Y te estás dejando manipular por un hombre que te lleva diez años, que no es de tu misma clase social y que claramente solo se está divirtiendo con la jovencita ingenua y virginal — reclama.
— No soy virgen, mamá — le recuerdo, tratando de abotonar mi blusa.
Pero entonces, sus ojos se clavaron en mi cuello, y antes de que pudiera reaccionar, me tomó del brazo y lo levantó para exponer la piel descubierta. El moretón aún estaba ahí, una sombra oscura bajo mi clavícula, apenas visible bajo la blusa.
— ¡Mira cómo te deja! —dijo, casi escupiendo las palabras, su voz temblaba de rabia—. Toda llena de moretones. ¿Qué fue esta vez? ¿Te llevó a algún hotel y luego te devolvió en taxi? Dímelo, Isabella. ¿Hasta cuándo vas a seguir siendo la... la... puta de ese hombre que no te quiere?
Su insulto me golpeó como una bofetada, aunque no lo dijera con malicia. Sabía que hablaba desde el miedo, desde la preocupación de madre, pero no pude evitar que el enojo me invadiera.
— ¡No sabes de lo que hablas! —respondí, soltando mi brazo de su agarre. Sentí el calor subir por mis mejillas—. ¡Yo lo amo, mamá! Jackson me quiere... a su manera, pero lo hace. No es lo que tú crees.
— ¿Amor? —rió amargamente—. Eso no es amor, Isabella. Ese hombre solo te usa. Te deja llena de marcas, y tú... tú no lo ves. Estás ciega.
— No es lo que tú piensas —repetí, pero mi voz había perdido fuerza. Porque, en el fondo, sabía que parte de lo que decía era verdad. Jackson no era perfecto, pero en mi mente lo justificaba. Cada vez que me dejaba con esas marcas, me prometía que era solo una forma de expresar su pasión, su control, su deseo por mí.
El quiebre venía después del sexo, en la oficina, cuando pasaba a ser una empleada más.
— Isa —mi madre me miró, sus ojos llenos de lágrimas que ella se negaba a dejar caer—. Te estás destruyendo. Ese hombre no es bueno para ti. No puedo soportar verte así, no puedo... —Su voz se quebró, y yo sentí un nudo en la garganta.
— Mamá... —empecé, pero no sabía qué más decir. Todo lo que quería era que entendiera. Que entendiera que lo que sentía por Jackson no era algo que pudiera apagar como una llama. Lo amaba, aunque él no fuera perfecto. Aunque a veces me doliera.
Ella suspiró, negando con la cabeza.
— No te voy a ver caer más. Ya no puedo verte así, Isa. ¡Algo voy a hacer! —Y, sin más, salió de la habitación, dejándome sola, con mis pensamientos revoloteando entre la culpa y el amor.
Me senté en la cama, abrazando mis rodillas. La voz de mi madre resonaba en mi cabeza, mezclada con los recuerdos de la noche anterior. Jackson era todo lo que siempre había querido, pero a veces me preguntaba si lo que yo significaba para él era lo mismo.
Apreté los ojos, alejando esos pensamientos. Tenía que concentrarme. Tenía que ir a trabajar. Dejé escapar un largo suspiro, me puse los zapatos y me levanté. Era hora de enfrentar otro día, aunque por dentro sabía que estaba caminando sobre una cuerda floja.