Isabella Davis
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Al llegar a la oficina ese dia, noté algo que me dejó sin aliento: un ramo de flores sobre mi escritorio. Me quedé inmóvil por unos segundos, sorprendida y, en el fondo, emocionada. Me acerqué lentamente, y al ver las flores de cerca, sentí cómo mis mejillas se calentaban. ¿Serían de Jackson?
La idea me hizo sonrojar aún más, pero no podía evitarlo, me hacía feliz. Me senté en mi silla, aún observando el ramo con una sonrisa que no podía ocultar. Oler las flores solo intensificó la sensación de alegría que me invadía.
Las flores traían una carta, la cual abrí con prisa, leyendo aquellas letras perfectas y bien trazadas de mi jefe.
"Tú y yo, un fin de semana en París. ¿Aceptas?"
Mi corazón se quiso salir del pecho, ¿será ahora cuando por fin me pida que sea su novia?
Porque era imposible que me llevara a una ciudad tan cara sin que le importara, ¿cierto?
Miré alrededor, esperando encontrar alguna señal de él, pero su oficina estaba vacía.
«Debe estar con Matt en alguna reunión », pensé. Sabía lo ocupados que estaban últimamente con los nuevos proyectos.
Justo en ese momento, Nara, una compañera de oficina de unos 40 años, se acercó a mi escritorio con unos documentos. Nara era una mujer tranquila, siempre con buenos consejos y una amabilidad que la hacía destacar entre los demás.
—Isabella, ¿me firmas esto? —dijo, mientras colocaba los papeles frente a mí. Luego, sus ojos se detuvieron en mí, observándome con una expresión curiosa—. Tienes un brillo especial hoy, ¿eh?
No pude evitar sonreír aún más. Me sentía feliz, y ella lo notaba. Llevé las flores a mi nariz de nuevo, aspirando su fragancia mientras mi sonrisa se ampliaba.
—¿Te gustan? —pregunté tímida, sin poder contener la alegría en mi voz.
—Son muy hermosas.
Ella miró alrededor, como si buscara asegurarse de que nadie la escuchaba, y luego se inclinó hacia mí con una expresión más seria.
—Mi niña… esas flores, ¿te las envió el jefe, verdad? —preguntó en voz baja, casi en un susurro.
Mi corazón se desaceleró de golpe. Carraspeé, intentando mantener la calma, pero mis manos temblaban ligeramente mientras organizaba los papeles sobre el escritorio.
—No, no creo... —traté de negar, aunque sabía que no era convincente.
Mi compañera soltó un suspiro y se sentó en el borde de mi escritorio, mirándome con ojos llenos de preocupación.
—Isabella, debes tener cuidado con Jackson —empezó, hablando despacio, como si estuviera midiendo sus palabras—. Él… tuvo una infancia dura.
La manera en que hablaba me desconcertaba.
¿Qué quería decir?
Nunca había sabido mucho sobre la familia de los Russell. Jackson siempre fue reservado, y yo nunca pregunté.
—No entiendo… —admití, mirándola con curiosidad, pero Nara continuó, su tono más preocupado.
—Tengo miedo de que te lastime, como su padre lastimó a su madre. —Sus palabras me dejaron sin saber qué pensar.
¿De qué estaba hablando? Me costaba imaginarme a Jackson en una situación tan oscura. Siempre me había tratado bien, con respeto… y algo más, algo que me hacía sentir especial, aunque nunca lo habíamos hablado abiertamente.
—Jackson nunca me ha tratado mal —dije, defendiéndolo casi por reflejo—. Siempre ha sido bueno conmigo.
Ella me miró como si supiera algo que yo no.
—Eres muy joven y bonita, Isabella —me dijo suavemente—. No te marchites con un hombre egoísta. Los Russell no son fáciles, y Jackson… él lleva mucho de su padre. No quiero verte sufrir.
No supe qué decir. Sus palabras se quedaron flotando en el aire un buen rato, cuando me vine a percatar era mediodía y mi cabeza seguía dándole vueltas al asunto, y aunque quería creer que todo lo que sentía por Jackson era bueno, no podía ignorar la sombra que sus palabras dejaron en mi mente.
(...)
Al caer la tarde, vi a Jackson entrar a la oficina. Siempre había algo en su presencia que me hacía sentir una mezcla de nerviosismo y atracción. Me sonrió, y con una leve señal, me indicó que lo siguiera. De inmediato, me levanté de mi silla y lo seguí hasta su oficina.
Cuando entré, él cerró la puerta detrás de mí sin decir una palabra y, con un solo toque en el panel de control, las ventanas se oscurecieron, cubriendo el espacio con una penumbra íntima.
— Acércate —ordenó con voz ronca y baja, esa que siempre hacía que mi corazón latiera más rápido.
Mi pulso se aceleró mientras avanzaba hacia él. Pude sentir el calor de su mirada recorrer cada parte de mí. Cuando estuve lo suficientemente cerca, tomó mi muñeca y me jaló suavemente hacia su pecho, mientras él se sentaba en el borde del escritorio. El calor de su cuerpo me envolvió, y por un segundo me sentí pequeña, casi atrapada en su presencia.
— Bésame —murmuró, con esa seguridad imponente que siempre lo caracterizaba.
Pegué mis labios a los suyos de forma suave y su mano áspera abarcó mi nuca, atrayéndome más hacia él.
— Bésame como te enseñé —dice mordiéndome los labios y pegando mi pelvis a la suya—. Vamos, chiquita, bésame como se debe, para eso te hice mi mujer.
Hago lo que indica, besándolo más profundo, mientras él empieza a quitarme la ropa.
— No quiero faltarte el respeto, pero necesito hacerte el amor aquí —sus manos van a mis caderas.
Me quedé inmóvil por un instante, sorprendida por su demanda. Siempre había sido así, un hombre acostumbrado a tener todo bajo su control, a mandar sin esperar resistencia. Aun así, no pude evitar sonreír, un poco nerviosa, mientras inclinaba la cabeza y murmuraba:
— Primero debería darte las gracias por las flores, Jackson.
Él me observó, esa chispa de posesión brillando en sus ojos, y esbozó una leve sonrisa, una que solo él podía hacer parecer tan peligrosa como seductora.