Isabella Davis
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Cuando llegamos al lugar de batidas con Dan y los demás compañeros, sentí todas las miradas posarse sobre mí. No era común verme fuera de la oficina, mucho menos en una salida con colegas. Me di cuenta de que muchos se sorprendieron al verme allí, y algunos me saludaron tímidamente, como si no supieran cómo actuar a mi alrededor.
Sabía lo que muchos pensaban de mí: la asistente "secuestrada" por el jefe, tal vez incluso su amante, aunque jamás lo dirían en voz alta. Aun así, no podía evitar sentirme un poco incómoda por esas miradas, aunque traté de sonreír y saludar con amabilidad.
Dan, por otro lado, parecía más que contento de tenerme allí. Se acercó rápidamente y me invitó a sentarme junto a él, asegurándose de que tuviera un lugar cómodo.
—Este lugar tiene los mejores batidos del mundo —me dijo con una sonrisa de oreja a oreja—. Mi favorito es el de mango, deberías probarlo.
No pude evitar sonreír. Su entusiasmo era contagioso, y por primera vez en mucho tiempo, me sentí relajada, como si por unas horas pudiera ser una persona normal, una joven compartiendo con sus compañeros de trabajo.
—Yo voy a pedir uno de fresas, con mucho hielo —respondí, sintiendo que necesitaba algo refrescante para calmar el caos en mi interior, por momentos las náuseas regresaban y el batido bien frío me ayudó a calmar el revoltijo en mi vientre.
Mientras el mesero anotaba nuestros pedidos, algunos de mis compañeros comenzaron a hacer bromas.
—Isabella, es raro verte, pareciera que el jefe te tiene secuestrada —mencionó uno de ellos.
—Adrik, deja de hacer comentarios fuera de lugar, al presidente no le gustaría —le reclamó una rubia.
—Es que solo la quiere para él mismo —se burló otro.
—Con razón, Isabella es bellísima —dijo alguien a mi lado.
Aunque sabían que no debían cruzar ciertos límites, no podían resistirse a comentar sobre lo poco que salía del edificio.
—Soy una persona poco sociable —me excusé—. No tiene nada que ver con mi jefe.
Me reí, tratando de no darle demasiada importancia, aunque en el fondo, esas palabras me recordaban la realidad de mi situación con Jackson.
Dan, quien no ocultaba su interés por mí, se sentó muy pegado, sonriéndome y haciéndome preguntas cotidianas.
Preguntaba sobre mis gustos musicales, sobre lo que me gustaba hacer en mi tiempo libre. Me hacía sentir cómoda, como si solo estuviéramos dos personas normales hablando sin presiones.
—¿Sabías que este lugar se convierte en un karaoke y pista de baile después de las siete? —dijo.
—No, no lo sabía —respondí, un poco tímida.
Era agradable estar allí, lejos de las preocupaciones de la oficina. Las batidas sabían deliciosas, y mientras bebía la mía, sentí que por fin podía disfrutar de una noche sin pensar en Jackson, sin sentirme atrapada en un mundo que a veces no entendía.
Decidí tomar un momento de la noche y salir del grupo para hacer una llamada rápida a mi mamá. Sabía que ella estaría preocupada si no le avisaba que llegaría tarde.
—Hola, mamá —dije tan pronto como ella contestó.
—¿Te vas a quedar con ese hombre otra vez, Isabella? —su tono era directo, como siempre. No había manera de ocultarle nada.
—No, mamá. Estoy con mis amigos del trabajo. Vinimos a un puesto de batidas y karaoke. Nada más.
—¿Seguro? No me fío de ese jefe tuyo. Siempre he tenido un mal presentimiento.
Suspiré, sabiendo que ella no creería mis palabras tan fácilmente.
—Mamá, te lo juro. Estoy bien. De hecho, te voy a mandar un selfie con mis amigos para que veas —le dije, mientras sacaba una foto rápida con Dan y los demás.
Se la envié y, para sorpresa mía, mi madre respondió casi de inmediato con un tono mucho más aliviado.
—Bueno, al menos me alegra verte salir con gente de tu edad. Ya estaba preocupada de que pasaras todo tu tiempo trabajando con ese hombre o siendo su amante. Tienes más que dar en la vida, hija. Cuídate, por favor.
—Lo haré, mamá. Te quiero —le respondí, sintiendo un poco de paz después de la conversación.
Regresé a la mesa, y justo cuando la pista de baile se abrió, Dan me miró con una sonrisa encantadora.
—¿Te gustaría bailar? —me preguntó, estirando la mano hacia mí.
Al principio me negué, no estaba acostumbrada a bailar en público, y menos en una situación tan informal con compañeros de trabajo. Pero mis compañeros comenzaron a insistir, animándome, y poco a poco me dejé llevar por el ambiente.
—Está bien, solo una canción —le dije aceptando su mano.
Nos dirigimos a la pista, y aunque al principio me sentía un poco cohibida, pronto comencé a relajarme. Dan era un buen bailarín, y la música era animada, lo que hacía que la noche fuera cada vez más divertida. Bailamos varias canciones, riendo y disfrutando el momento.
Pero en un instante, mientras yo estaba distraída con la música, mi compañero se inclinó hacia mí y me besó. Al principio, no supe cómo reaccionar. Estaba tan sorprendida que no actué de inmediato. Fue como si mi mente se hubiera desconectado por unos segundos. Sentía sus labios sobre los míos, pero no podía procesar lo que estaba pasando.
Segundos después, reaccioné y lo empujé, alejándome bruscamente.
—Dan, no debiste hacer eso —le reclamé, todavía aturdida por lo que había sucedido.
Él se disculpó de inmediato, pero yo no podía ignorar lo que acababa de pasar. Sentía una mezcla de incomodidad y enojo.
—Lo siento, Isabella. No quise incomodarte —dijo, tratando de calmar la situación—. Es solo que… llevo mucho tiempo enamorado de ti.
—No, Dan. Esto está mal. No puedes besarme así, no debiste hacerlo —le dije, alejándome de él.
Sentía que todo el ambiente de la noche se había desmoronado en un instante.
Sin decir más, regresé a la mesa, cogí mis cosas y me excusé con los demás.