Isabella Davis
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Llegué a la empresa con la cabeza baja, el corazón pesado y una sensación de angustia que no lograba sacudirme. Sabía que algo no estaba bien. Lo había sentido desde la noche anterior, cuando Dan me besó frente a todos. Había tomado una mala decisión al aceptar aquella invitación.
Andaba un poco tarde, ya que las náuseas esta mañana empeoraron y me pasé un buen rato recostada hasta que finalmente me sentí mejor. Mamá tenía un turno de 12 horas en el hospital, así que no pude verla al levantarme.
Le envié un mensaje rápidamente diciéndole que me guarde un turno en la clínica con el médico de la tarde, ya que no me sentía muy bien y quería evaluarme. Tal vez alguna comida no le había sentado bien a mi estómago.
Al cruzar la puerta principal, noté que varios empleados me miraban de reojo. Las miradas no eran discretas, parecían cargadas de algo más. ¿Juzgaban? ¿Sabían lo que había sucedido? ¿O era solo mi paranoia que, a estas alturas, había alcanzado niveles insoportables?
Avancé rápidamente hacia mi oficina, evitando hacer contacto visual con nadie. Todo se sentía fuera de lugar. Al llegar, encontré a Nara, quien ya estaba trabajando en su escritorio, pero al verme entrar, se levantó inmediatamente y se acercó.
—Isabella, ¿estás bien? —preguntó con una expresión de genuina preocupación—. ¿Has visto a Jackson esta mañana?
Me detuve en seco, tratando de mantener mi compostura. ¿Qué era lo que ella sabía? ¿Por qué me preguntaba eso?
—No… apenas estoy llegando —respondí con un tono más débil de lo que quería admitir.
Nara me miró por un momento, como si estuviera evaluando si debía decirme algo más, pero finalmente asintió y se alejó en silencio. La incomodidad en el aire era notable. Algo estaba pasando, y lo peor de todo era que sentía que yo era el epicentro de todo.
Un intenso mareo me barrió por completo y tuve que respirar profundo, sacando inmediatamente un caramelo de menta. Segundos después la sensación molesta desapareció un tanto.
Justo cuando me senté en mi escritorio, mi teléfono comenzó a vibrar. Eran los empresarios colombianos. Estaban a punto de llegar, y yo, por un momento, había olvidado por completo esa importante reunión.
—Buenos días —contesté, tratando de sonar profesional. A Jackson no le gustaba que se mezclaran los asuntos emocionales con los de la empresa.
—Buenos días, señorita Davis —respondió uno de los ejecutivos con un acento firme—. Solo queríamos confirmar que llegaremos en aproximadamente veinte minutos.
—Perfecto, los estaremos esperando —respondí rápidamente, intentando mantener mi tono estable.
Colgué el teléfono y me levanté de mi silla, dirigiéndome a la oficina de Jackson. Sabía que él estaría molesto por mi comportamiento la noche anterior, pero esta reunión era importante. Teníamos que estar preparados, sin importar las tensiones personales.
Caminé con pasos rápidos hacia su oficina, tratando de mantener la calma. Pero cuando abrí la puerta, el escenario que encontré me dejó sin aliento.
Mi jefe estaba allí, junto a su escritorio, con su laptop. Sus ojos, rojos y furiosos, se clavaron en mí como si fuera la única responsable de todo lo que estaba mal en su vida. A su lado, estaba Matt, su amigo, que intentaba calmarlo sin éxito. Pero lo que realmente me hizo temblar fue la expresión en su rostro: una mezcla de ira, traición y algo más oscuro que no podía descifrar del todo.
—Jefe… los empresarios colombianos están por llegar —dije en voz baja, tratando de mantenerme profesional.
Pero la mirada de desprecio que me lanzó me dejó paralizada. Era como si no me reconociera, como si todo lo que había compartido con él no significara nada.
—Y aún tienes el descaro de presentarte aquí —espetó con veneno en su voz.
Lo miré, sin entender del todo lo que estaba pasando, pero sintiendo que todo iba terriblemente mal. ¿Qué había sucedido?
—No entiendo… ¿acaso hice algo mal? —pregunté, sintiendo cómo mi voz temblaba.
Fue entonces cuando él giró su laptop hacia mí, mostrándome una imagen que me dejó sin palabras. Era una foto, en ella yo estaba besando a Dan. El mismo beso que había tratado de olvidar, que había intentado racionalizar como un error. Pero ahí estaba, inmortalizado en una fotografía, acompañado de una leyenda humillante: "Tal parece que a la secretaria de presidencia no le basta con acostarse con el jefe mayor, también se tira al chico de contabilidad."
Mi corazón se detuvo. Sentí cómo el color abandonaba mi rostro y un frío terrible me recorrió el cuerpo. Llevé una mano a mi boca, incapaz de articular una palabra. Todo mi mundo se desmoronaba frente a mis ojos.
—Yo… yo puedo explicarlo… —tartamudeé, con la voz rota por el miedo y la desesperación.
Pero antes de que pudiera decir algo más, Jackson tomó la laptop y la lanzó con furia contra la pared, rompiendo el silencio con un estruendo que hizo eco en toda la oficina.
—¡Así que por eso no tomabas el maldito teléfono! ¡Estabas viéndome la cara de imbécil! —gritó, avanzando hacia mí con pasos furiosos.
Retrocedí instintivamente, sintiendo cómo mi corazón latía con fuerza en mis oídos. Matt intentó interponerse, tratando de calmarlo, pero nada parecía detener la furia de Jackson.
—Relájate, hombre. No hagas algo de lo que te arrepientas —intentó tranquilizarlo el gerente, pero Jackson lo apartó de un empujón.
—¡Yo puedo explicarlo! —suplicaba, pero mis palabras caían en el vacío.
—¡Me vale mierda tus excusas, mentirosa! —espetó con rabia—. ¡Te quiero fuera de mi empresa y fuera de mi vida, zorra!
El golpe de sus palabras fue peor que cualquier cosa física que pudiera haberme hecho. Sentí cómo mi corazón se rompía en mil pedazos, cómo el aire parecía escapar de mis pulmones.
—Él me besó, yo no quise ese beso...