Isabella Davis
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Llegué al hospital con el corazón en la garganta, sintiendo que mis piernas apenas me sostenían. El mareo que había sentido durante los últimos días se intensificaba, y las náuseas no me daban tregua. No sabía si era el estrés de todo lo que había pasado en el trabajo o algo más. Pero lo que sí sabía es que necesitaba ver a mi mamá. Ella siempre encontraba una manera de calmarme, de hacerme sentir que todo estaría bien.
Entré a la estación de enfermeras y me acerqué al mostrador, buscando a alguien que me ayudara.
—Hola… necesito ver a mi mamá, por favor. No me siento bien —mi voz salió más débil de lo que esperaba.
Rosa, una de las amigas de mi mamá, levantó la vista y al verme, su expresión cambió de inmediato.
—¡Mi niña, estás muy pálida! ¿Estás bien? —preguntó, dejando de lado lo que estaba haciendo y caminando rápidamente hacia mí.
—No me siento para nada bien, estoy mareada… —admití, casi en un susurro.
Rosa no perdió el tiempo. Me tomó de la mano y me guió hacia un cubículo cercano, su expresión de preocupación me hacía sentir aún más asustada.
—Espera aquí, cariño, voy a llamar a la doctora —me dijo con suavidad, acariciando mi mano antes de salir apresuradamente.
Me senté en la camilla, tratando de respirar profundamente para calmarme, pero sentía cómo el mundo se balanceaba a mi alrededor. Los últimos días habían sido un torbellino de emociones, y ahora, con todo esto sumado, mi cuerpo simplemente no aguantaba más.
Unos minutos después, una doctora residente entró rápidamente en el cubículo. Su rostro era joven, pero su actitud profesional me dio algo de consuelo.
—Hola, Isabella. Me dijeron que no te sientes bien. ¿Puedes decirme qué estás sintiendo? —preguntó mientras comenzaba a preparar sus instrumentos.
—Llevo varios días con náuseas y mareos… y hoy, simplemente, no puedo más. No sé qué me pasa —respondí, tratando de no sonar demasiado alarmada.
—¿Desayunaste bien esta mañana? —cuestionó mientras me tomaba el pulso.
—Sí, sí, desayuné bien… pero no mejoro.
La doctora me miró fijamente durante un segundo, como si estuviera evaluando algo en su mente. Luego, formuló una pregunta que no esperaba en absoluto.
—¿Sufres de alguna condición médica?
—No, soy bastante sana.
—¿Cuándo fue tu último período menstrual?
Me quedé pensando. Siempre había sido regular, nunca me había faltado. Pero mientras trataba de recordar, la respuesta me golpeó de repente.
—Mayo 17 —respondí, casi en automático.
La doctora se detuvo por un momento, sus ojos encontrando los míos.
—Isabella… mayo 17 fue hace tres meses.
Mi corazón dio un vuelco. Sentí cómo empezaba a transpirar y la desesperación me invadió de inmediato.
—Debe ser el estrés. He tenido mucho estrés últimamente. Acabo de ser despedida de mi trabajo, y he estado muy tensa. De seguro es eso… —traté de justificarme.
La doctora negó con la cabeza, con una calma que me hizo sentir aún más nerviosa.
—No, Isabella. Puedes estar embarazada.
—No… no, por favor, doctora, yo no puedo estar embarazada —respondí rápidamente, sintiendo cómo el aire comenzaba a faltarme.
La doctora me miró con seriedad, pero con un toque de amabilidad en su voz.
—¿Tienes una vida sexual activa? —me preguntó, claramente sabiendo la respuesta, pero necesitaba confirmarlo.
Me quedé en silencio. Mi mente voló inmediatamente a los últimos meses con Jackson. Las veces que habíamos estado juntos, teníamos relaciones sexuales varias veces en un solo día, a diario.
No dije nada, pero ella no necesitaba una respuesta verbal. Mi desconcierto lo decía todo.
—Te enviaré a hacer unos análisis de sangre —dijo y asentí.
Salió del cubículo dejándome sola, completamente confundida y con una mezcla de emociones que no podía controlar.
¿Cómo no me di cuenta? Estaba en shock. Las náuseas, el mareo… todo empezaba a tener otro significado, uno que me aterrorizaba.
Me llevé las manos a la cara, tratando de calmarme, pero era inútil. La posibilidad de estar embarazada no solo me afectaba a mí, sino a mi madre.
Debía ser un error, él usaba condón cada vez.
Me quedé allí, sola, esperando que alguien me llamara para los análisis, pero lo único que podía escuchar eran los latidos acelerados de mi corazón y los pensamientos caóticos en mi cabeza.
(...)
La doctora entró en el cubículo con una expresión seria. Me sentía débil, mi estómago aún revuelto y el mareo constante. Me levanté un poco en la camilla, intentando mostrar una fuerza que en realidad no sentía.
—Isabella —comenzó la doctora, acercándose con el expediente en la mano—. Los resultados han dado positivo. Estás embarazada, y según los análisis, tienes alrededor de once semanas de gestación.
La noticia me golpeó como un tren. Mi mente se quedó en blanco, y el mundo a mi alrededor pareció detenerse por completo. ¿Embarazada? Las palabras no parecían tener sentido, pero mi cuerpo lo entendía. De repente, sentí como si algo invisible me aplastara el pecho.
«Voy a tener un bebé». Las palabras resonaban en mi cabeza una y otra vez. «Un bebé de Jackson. Dios mío».
—Hay opciones para el aborto. Aún estás a tiempo si decides no tenerlo. Estas son tus opciones —dice mientras me entregaba un folleto.
La palabra "aborto" flotó en el aire, pesada y abrumadora.
—¿No tenerlo? —Levanté la vista y la miré, incapaz de procesar lo que acababa de decir.
—¿Aborto?
—Sí —respondió la doctora con calma—. Si no deseas este bebé o ha llegado en un momento incorrecto de tu vida, lo mejor sería considerarlo. El aborto es una opción legal y segura en este caso.
Me llevé una mano al vientre, mi mente un torbellino de pensamientos.
Mi cuerpo temblaba, y una oleada de emociones se mezclaba dentro de mí.