Isabella Davis
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Estaba en la habitación de mi bebé, acariciando mi vientre redondeado de seis meses, sintiendo cómo el pequeño se movía dentro de mí. A veces, esos movimientos me llenaban de una alegría indescriptible, pero hoy, mientras decoraba su habitación, la tristeza me invadía. Mi hijo iba a crecer sin un papá, igual que yo.
Me acerqué a la cuna que habíamos armado hace un par de días, pasé la mano suavemente por los barrotes blancos y traté de imaginar cómo sería verlo allí, durmiendo tranquilo, envuelto en sus pequeñas mantas. Mi hijo... mi pequeño príncipe, que ya amaba con todo mi corazón, pero al mismo tiempo me aterraba. ¿Cómo iba a criar a un bebé sola? ¿Cómo podría darle todo lo que necesitaba, cuando yo misma a veces me sentía tan perdida?
Desde que supe que estaba embarazada, mi madre había sido mi pilar, cuidándome, apoyándome en cada paso. No había sido fácil encontrar un trabajo estable, pero logré conseguir algo a medio tiempo, online. No era suficiente, pero al menos cubría algunos de los gastos del embarazo. Mi madre se encargaba del resto, como siempre lo había hecho. Pero el miedo seguía ahí. El miedo de no ser suficiente, de no poder ofrecerle a mi hijo lo que merecía.
Decenas de estadísticas mostraban las dificultades que afrontaban los niños que crecían sin la figura de un padre dentro del hogar. Yo misma soy un ejemplo, crecer sin un padre me hizo vulnerable en muchos sentidos. No tuve una autoestima suficiente, ni una independencia emocional para lidiar con mi relación amorosa.
Mi mano seguía acariciando mi vientre, intentando calmar esos pensamientos que me atormentaban a diario. Mi hijo no tenía la culpa de nada, y yo debía ser fuerte por él. A pesar de todo, tenía que encontrar la manera de darle lo mejor. Pero la idea de hacerlo sola, sin el apoyo de un padre, me partía el corazón.
Me volví hacia la pared donde había colgado unos cuadros con dibujos de animales, imaginando cómo sería tenerlo en brazos, cómo sería cuando llegara el día de mirarlo a los ojos y saber que dependía completamente de mí.
—Mi bebé... Tú y yo estaremos bien. Te lo prometo.
—Mira los biberones que encontré, hija —dijo mi madre, entrando a la habitación con una bolsa llena de pequeños biberones azules.
Sonreí al verla tan emocionada.
—Están hermosos, mamá.
—Estoy tan emocionada por ver a mi nieto —mencionó con una sonrisa amplia—. Un varón, Dios mío, será nuestro príncipe.
La ternura en sus palabras me hacía sentir un poco mejor. Saber que al menos él tendría a mi madre, su abuela, a su lado, me daba algo de consuelo.
—Sí, es increíble. No puedo imaginar cómo será tenerlo en brazos. A veces me parece tan irreal que, en unos meses, lo tendré aquí, conmigo.
—Será mágico, hija mía —asegura, acercándose para colocar los biberones en una repisa—. Tu bebé será el centro de tu vida, y cuando lo tengas en brazos, todo lo demás dejará de importar.
Sabía que mi bebé sería mi mundo, pero ¿cómo podría darle todo lo que necesitaba sin un padre a su lado?
—Mamá... —dije nerviosa, dudando si debería sacar el tema, pero sabía que no podía seguir evitando la conversación—. Debo ir a decirle... a Jackson. Él tiene derecho a saber que va a ser padre.
Mi madre se giró hacia mí, su expresión seria. Sabía que no le gustaba hablar de esto, pero no podía evitarlo. Yo sentía que era lo correcto.
—No tienes que decirle nada —replicó con firmeza—. Ese tipo no merece saber nada. ¿Qué te hace pensar que merece ser parte de la vida de tu bebé?
—Mamá, lo sé... —comencé, pero ella me interrumpió.
—¡No, Isabella!
Para ella, él no tenía derecho a saberlo, pero yo… yo no podía evitar pensar que él tenía derecho a saberlo, aunque no quisiera ser parte de nuestras vidas.
—Mamá, sé que no te gusta la idea —dije con suavidad—, pero él es el padre de este bebé. No puedo ocultarle algo así. No es justo para nadie.
—Hija, ese hombre te trató como basura —me recuerda—. Te echó de su vida sin pensarlo dos veces. No puedes esperar que ahora, por arte de magia, cambie y quiera estar aquí para ti o para este bebé. No quiero que sufras más de lo que ya has sufrido.
Mis ojos se llenaron de lágrimas, porque sabía que ella lo decía desde el amor, pero también sabía que no podía vivir el resto de mi vida sin al menos darle a Jackson la oportunidad de saber la verdad.
—No lo estoy haciendo por mí, mamá —dije, con un nudo en la garganta—. Lo hago por mi hijo.
Mi madre se acercó y me tomó de las manos, su expresión más suave ahora, aunque seguía firme en su postura.
—Isabella, yo te amo, y quiero protegerte de todo lo que pueda hacerte daño. No quiero que ese hombre te haga sufrir más. Tú y yo podemos cuidar de este bebé, no necesitas a nadie más. Has sido fuerte todo este tiempo. Saldrás adelante.
—Lo sé, y te lo agradezco —le respondí, abrazándola con fuerza—. No quiero que mi hijo crezca sin saber la verdad. Jackson debe decidir si quiere ser parte de su vida o no, pero al menos merece saberlo.
Mi madre suspiró, acariciando mi espalda mientras me abrazaba.
—Si decides decírselo, lo entenderé, hija —murmuró—. Solo prométeme que, pase lo que pase, no permitirás que él te haga sentir menos, porque tú vales más que eso. Siempre lo has hecho.
Me aparté un poco para mirarla a los ojos y sonreí con tristeza.
—Te lo prometo, mamá.
Aunque sabía que el camino que tenía por delante no sería fácil, tenía claro que no dejaría que mi hijo creciera sin saber quién era su padre, ni que Jackson viviera sin conocer la existencia de su propio hijo.
Fuera cual fuera su decisión, yo ya había tomado la mía.
(...)
Estaba en el centro comercial con mi madre, caminando entre los pasillos llenos de tiendas. Hoy habíamos decidido buscar algunos vestidos premamá. Mi vientre de seis meses estaba cada vez más grande, sabía que necesitaba ropa más cómoda para las semanas restantes del embarazo.