Jackson Russell
──❀•❀──
Estaba embarazada.
Sentí como si alguien me hubiese arrancado el aire del pecho de golpe. Todo lo demás a mi alrededor dejó de existir. Isabella estaba esperando un bebé. Y ese bebé podía ser mío.
No lo pensé dos veces. Comencé a caminar hacia ella, con la ansiedad quemándome por dentro. Tenía que hablar con ella, tenía que saber la verdad. Pero antes de que pudiera acercarme, una figura se interpuso en mi camino.
Martha, la madre de Isabella, apareció de la nada, bloqueando mi paso con una expresión dura en su rostro.
—No te acerques a mi hija —me advierte, clavando su mirada en mí.
La rabia me invadió al instante. ¿Qué derecho tenía ella de impedirme hablar con Isabella? Ese bebé podía ser mío. Mi sangre hervía solo de pensar que me estaban ocultando algo tan importante.
—Quítese de mi vista, señora —le digo, y no sé por qué esa mujer siempre me ha caído de la patada.
—Mi hija no necesita malos tratos ni alteraciones en su estado.
—Solo quiero hacerle una pregunta —insisto, y ella me toma por la chaqueta.
—No se acerque.
—A mí no me toque, suélteme —mis guardias se acercan, y les hago una señal para que se mantengan en su lugar, pues lo último que quiero es un alboroto con esta mujer loca.
—Sea lo que vayas a preguntarle, la vida de mi hija no es su asunto.
—Ese bebé puede ser mío, señora —dije con voz tensa, tratando de controlarme.
Martha soltó una risa sarcástica, como si la sola idea le resultara ridícula.
—Ese bebé no es suyo, señor Russell, el hombre que está con Isabella ahora es el padre —dijo, señalando a un tipo que estaba al lado de Isabella, charlando con ella tranquilamente.
Miré a la mujer embarazada, la cual le sonreía al tipejo, y aunque una parte de mí quería creerle, sabía que había algo que no encajaba.
—Eso es mentira —respondí, sintiendo la furia crecer en mi interior—. Podría imaginarme a Isabella equivocándose con Dan, pero con otro tipo… no lo creo. Tú misma sabes que ese bebé puede ser mío.
Martha no se inmutó. Su cara mostraba una calma perturbadora.
—Lo de Dan y lo de Isabella fue solo una aventura —insistió—. Ella estaba explorando, pero terminó volviendo con su primer novio. Deberías dejar de hacerte ilusiones, Jackson.
—Isabella no tuvo novios durante su adolescencia.
La mujer mira hacia la tienda, y veo que sus manos tiemblan.
—Váyase, aléjese, no hay posibilidades de que usted sea el padre.
—Yo desvirgué a su hija, señora —solté, sin pudor—. Yo tuve sexo con ella a diario. Ese bebé puede ser mío.
Por un segundo, vi la sorpresa cruzar por su rostro, pero lo ocultó rápidamente bajo su fachada fría.
—Isabella me dijo que siempre usaban protección —replicó sin titubear.
Sentí un escalofrío recorrerme. Por primera vez, la duda se instaló en mi mente. ¿Y si Martha tenía razón? ¿Y si Isabella había estado con otros?
La mujer estaba más nerviosa que nunca y, cuando vio que la movía a un lado y me acercaba a la tienda, procedió a decir:
—Mi hija se acercó a usted por interés —emite su voz.
—¿Qué carajos...?
—Mi hija siempre ha buscado lo mejor para sí misma, Jackson —menciona con sus ojos fijos en los míos—. Lo único que le importa a Isabella es el dinero y los lujos.
—Eso no es cierto —respondí, aunque la duda comenzaba a arraigarse en mi pecho—. Ella no es una mujer interesada.
¿Por qué su propia madre decía eso?
—¿De verdad crees eso? ¿Con todo lo que has visto? —preguntó, cruzando los brazos—. ¿O acaso olvidaste cómo te traicionó con Dan? Si mi hija te respetara o te quisiera, jamás habría tenido nada que ver con él. Y ahora, ¿qué? ¿Estás aquí tratando de convencerte de que ese bebé es tuyo? ¡Por favor! —exclamó, con una mueca amarga—. Isabella se movió a donde más le convenía, como siempre lo ha hecho. Desde que era una niña, siempre buscaba a quien pudiera darle más.
—¿Más? —le respondí, sintiendo cómo mi garganta se tensaba—. ¡Yo le di todo, y soy mucho más rico que ese pendejo al que le sonríe ahora mismo! ¿Qué más podría buscar?
La mujer no bajó la guardia, y vi como Isabella se adentraba a la tienda con el hombre a su lado.
—Isabella creció viendo cómo vivíamos en la mediocridad. Verme trabajar día y noche para apenas poder pagar las cuentas. ¿De verdad crees que una mujer así no busca a un hombre que le dé una vida diferente? —continuó, con la voz goteando veneno—. Pero luego se dio cuenta de que no puede lidiar con un hombre violento, posesivo y con una infancia cuestionable.
—¿Infancia cuestionable? —se me rompe el alma en decenas de pedazos—. ¿Qué sabe usted de mi infancia?
—Mucho.
Sacudo mi cabeza, sin poder entender cómo obtuvo esa información, que ni siquiera su hija que convivía entre mis sábanas sabía. De algo estaba enterada esa mujer.
Pero… ¿por qué Isabella no estaba aquí, pidiendo dinero, rogando por lujos, si realmente fuera interesada como Martha intentaba hacerme creer?
—Si tu hija es tan interesada como dices —respondí con dureza—, ¿por qué no está aquí, pidiéndome dinero o tratando de engañarme, diciéndome que soy el padre del bebé?
Martha me miró con los ojos entrecerrados, su postura cambiando. Sabía que había tocado un punto débil.
—No te acerques a mi hija, Jackson. No quiero verte cerca de ella.
—A mí usted no me dice qué hacer, señora.
—Soy su madre, y estoy aquí advirtiéndote que mi hija no es buena para ti. ¿Y tú insistes en creerla? ¿De verdad mi hija te enamoró lo suficiente para que sigas insistiendo en algo absurdo, señor Russell?
—Si ahora mismo encaro a su hija, yo...
—¿De verdad quieres encararla? ¿Que le destruyan el ego un poco más? ¿Dónde quedó su dignidad?
Sus palabras eran veneno puro, y por primera vez en mucho tiempo, no supe qué responder. Me quedé allí, paralizado, sintiendo cómo cada duda, cada miedo y cada maldito sentimiento de traición me golpeaba de una vez.