Noviembre 8, 2016
03:00 Am
| Kylan |
Las llaves han desaparecido.
O quizá no, y simplemente olvide donde las metí la última vez que las utilice. De eso ya hace tiempo. Me dije que si no recordaba donde las había metido no me tentaría buscarlas. Mírenme ahora. Quizá ni siquiera las guarde donde creo y estoy volviéndome paranoico pensando que alguien entro aquí para robarlas. Vuelvo a mirar debajo del colchón; antes era donde siempre las dejaba, temía una de esas fantasías en que había alguien que pudiera quererlas y llevárselas fácilmente si las dejaba en cualquier sitio visible. Debajo del colchón y con mi sueño liviano al menos sentiría si alguien buscara allí.
Tendría más posibilidades de enfrentarlo.
Lo más seguro es que mi miedo ni siquiera se base en el robo, si no en el que lo hicieran mientras dormía y no pudiera evitarlo. Me comía por dentro que alguien se mofara de lo fácil que había sido reírse en mi cara.
No hay nada en los cajones, la cómoda, mis mochilas o la ropa. Mi habitación parece un tiradero, he revuelto todo y mirado con lupa cada rincón en donde podría haberlas metido, sin embargo, no doy con ellas.
¡Demonios! ¿En qué pensaba cuando las escondí tan bien?
El reloj de la mesilla marca las tres y quince de la madrugada. He pasado más de la mitad de la noche decidiéndome si es buena idea seguir mi impulso o mejor me quedo acostado e intento dormir y olvidarme de todo por lo que resta de fin de semana. Pateo la mesa de noche, porque después de todo lo que me costó tomar el valor para buscarlas, ahora no doy con ellas. El mueble cae de lado junto con el reloj, la taza de té, mi celular y algunos papeles.
Y también las llaves.
De seguro la cinta adhesiva con las que las pegue en la base del mueble no resistió el peso con el movimiento, pues estas caen a mis pies como si también me buscarán a mí. Con una enorme sonrisa las tomo y guardo en el bolsillo de la cazadora, camino por arriba de todo, dejando el desorden cómo está, tomo mi gorra y salgo al mismo tiempo que siento la puerta de entrada cerrar también. Casi quiero salir corriendo a esconderme antes de que alguien me vea salir de la habitación a estas horas; sólo conseguiré una y mil preguntas. Pero lo que recibo no son palabras, sino un gruñido y un suspiro. Me giro extrañado, reconozco la forma en que ella suele expresarse, siempre con gruñidos, como si fuera el monstruo del lago. Está de pie, apoyada en la puerta y mirando el suelo en silencio, al parecer no se ha percatado de mi presencia, se mantiene entretenida moviendo los dedos. Vuelve a suspirar, levanta la vista y sus ojos dan conmigo, que por algún motivo aun no me muevo de mi sitio. Viste un apretado vestido rojo, y un ligero chaleco de hilo bajo una cazadora que debe de ser de algún chico desconocido. Unas botas que no pegan para nada con su atuendo, pero si con su estilo, y el cabello anaranjado rizado muy revuelto
Me dedica una sonrisa de oreja a oreja, como si estuviera realmente feliz de verme y fuera lo mejor que le ha pasado en la noche. Sus ojos brillan como una niña pequeña y deja caer las llaves sin siquiera mirarlas. Me doy cuenta de que es la primera vez que la veo sonreír, sonreír de verdad, sin soltar sarcasmo de sus labios. Ya que siempre la hago enfadar, no me dedica más que ceños fruncidos. Luce natural y sin preocupaciones, como si nada en este mundo fuera lo suficientemente importante.
— ¿Qué haces acá? — le pregunto al verla en ese estado.
—No...— intenta decir. Niega con la cabeza y cambia de idea. —Las llaves no me dejaban entrar— se ríe. — ¡Malditas! — les grita con una risa mientras apunta al objeto inanimado en el suelo.
Forma un puchero con sus labios y se pone derecha para comenzar a avanzar en hacia mí con pasos tambaleantes. Arrastra los pies con pereza, pero de alguna forma logra llegar a la sala.
— ¿Estas ebria? — le pregunto, aunque es evidente que se ha bebido hasta el agua del florero. La rodea un aroma a pisco, cerveza y cigarrillos, sus ojos están rojos y brillosos. Quizá también se ha drogado.
Ella niega con la cabeza sin dejar de sonreírme, y se tira al sillón a sus espaldas; aunque en su estado probablemente solo tuvo suerte de caer en él.
—Ian va a matarte— le digo y me permito sonreírle, porque la situación es graciosa, su sonrisa es contagiosa y de seguro mañana no se acordará ni siquiera de cómo llegó aquí.
—Estaba conmigo.
Ya sé dónde estaba. Los chicos se fueron de fiesta junto con la odiosa de Tyee, que corrió por todos lados arreglándose mientras supongo la esperaban. Jamás pensé que fuera de ese tipo de tías que va a las fiestas de rubias. Aunque hablando en serio, Tyee no se parece a ningún tipo. La fiesta de cumpleaños era de una tía de último curso de psicología y se celebraba hoy en las afueras del complejo. También recibí invitación, como Titán soy uno de los primeros en tenerlas en mis manos, pero ni siquiera me moleste en abrirla. Esas cosas no son de mi interés, y el sobre aun descansa en mi basurero. Los chicos intentaron convencerme, pero como siempre, terminaron por rendirse e irse sin mí. Había olvidado que Tyee era la hermana de uno de nosotros, la hermana de uno de mis mejores amigos, y que seguramente estará en todos y cada uno de los eventos desde aquí en adelante.
— ¿Por qué has llegado tan temprano? ¿Ian sabe de tu estado? — su sonrisa desaparece incluso más rápido de lo que llego.
—Vike me ha cortado el rollo y me traído en un taxi— frunce el ceño. —Dice que no puedo seguir emborrachándome cada vez que...— se corta, su sonrisa tambalea, sus ojos se muestran apenados unos segundos, luego se me queda mirando como si se hubiera dado cuenta de algo increíble, como que me hubiera vuelto azul o estuviera flotando.
—Tú no has ido— suelto otra sonrisa.
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Editado: 05.11.2020