Perfecto Desastre | Titanes 1 |

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Marzo 5, 2017.

 T Y E E 

Creo que en la actualidad hay un montón de reglas ridículas. Instituciones que dicen hacer el bien, llevando el mal en la espalda. Algo así creo que es lo que pasa con los orfanatos.

Países en los que no se les permite adoptar a parejas homoparentales por pensamientos anticuadamente ridículos. Como por ejemplo, que el niño fuera a salir homosexual.

¿Qué mierda?

Creo que eso es algo con lo que se nace, o algo a lo que se accede voluntariamente con los años. Por mas que alguien pudiera obligarte a ser algo que no eres, no pueden cambiarte.

Y si esa estupidez fuera cierta, jamás hubieran existido personas homosexuales, porque todos nacimos de la misma manera.

En resumen, esas familias no pueden adoptar, y los niños siguen huérfanos. En el mismo maldito lugar.

Y quizá decir que los orfanatos son como el maldito infierno, sea generalizar. Seguramente queda por el mundo alguna institución limpia en la cual realmente se preocupen de los niños, donde quieran encontrarles familia, y no los maltraten ni física ni psicológicamente.

Pero no fue mi caso.

No.

Si todas esas mierdas que se suponen que dan mala suerte fueran ciertas, seguramente mi madre se levantó con el pie izquierdo, derramó sal, paso por debajo de una escalera y se le atravesó un gato negro de camino al hospital a darme a luz un puto martes trece.

A mi me toco el lado malo de esas instituciones. Un gran orfanato a rebosar de monjas, pero con mas niños de los que podían manejar. Todos durmiendo apretados en habitaciones mal olientes sin mucha luz solar ni ventilación.

Una vida de control, de orden, reglas y mucho trabajo duro. Pequeños seres a los que se les enseñaba a mantenerse desde que sabían ir al baño solos. Trabajar para comer.

No teníamos contacto con nadie más. Jamás abandonábamos esa casa, por nada del mundo. Lo único que conocíamos eran esas mujeres de atuendos blancos y babydoll debajo.

No es que no crea en Dios, simplemente no creo en las personas que dicen actuar en su nombre.

Un lugar rodeado de aterradoras historias y personas malas. Creo que en aquel entonces no lo entendí completamente, pero allí pasaban cosas malas, y otras muy raras. Huérfanos que desaparecían, niñas embarazadas, otras golpeadas. Era una institución muy conocidas, la gente enviaba muchas donaciones, pero nada de eso realmente llegaba a nosotros. No teníamos educación, no había mucha ropa y apenas comíamos.

Con respecto a mi historia en general , podría describirla con la palabra triste.

Mi madre, algún tipo de prostituta Rusa que entro ilegalmente a los Estados Unidos, fue arrestada y me dejaron en custodia de las monjas.

Si salió o no de la cárcel, es historia de otro libro, porque jamás volví a saber de ella, ni por asomo. Lo único que me dejo, fue un nombre. Ni apellido, nacionalidad o incluso historia. Si ella era ilegal, que podría esperar. Nadie siquiera sabe como demonios llegue acá. Si me oculto de alguna forma, o me dio a luz en alguna sucia calle después de que llego.

Así que además de huérfana, soy una indocumentada. No estoy registrada en ningún lado, no tengo acta de nacimiento, padres que me reconocieran ni una identidad en concreto. Podría cambiar mi nombre a cada puto segundo, crear nuevas identificaciones y ser cuantas personas yo quiera, y jamás nadie descubriría cuál es la verdadera. Ni siquiera yo estoy completamente segura de donde provengo. ¿Soy rusa? ¿Estado Unidense? ¿China? ¿Soy ahora una irlandesa?

Bennet Smith, o por su apellido de soltera, Bennet Diconts, apareció un día en el orfanato de White soul con un lindo atuendo y un característico sombrero grande de los años 1910. Recuerdo ver su largo vestido blanco recorrer los pasillos de la sala general buscando a la niña indicada para adoptar. Por aquel entonces y con cinco años, ya había perdido la esperanza de alguna vez volver a tener una familia. Ya no buscaba mostrar grandes sonrisas a mujeres que se fijaban en la apariencia y el color de ojos. Yo seguía siendo la mota de cabello anaranjado que se sentaba en la ventana a mirar el exterior porque era el único lugar del edificio en donde podía apreciarlo, y que solo en ocasiones como esta, tenía posibilidad de disfrutar. Aquella mujer se me acerco, y solo recuerdo mirarla a los ojos, a esas grandes cuencas azules, y pensar en lo hermosa que era y lo afortunada que sería la chica a la que adoptara. También recuerdo pensar lo grande que le quedaba el sombrero, pero lo bien que lucía. Y entonces solo se sentó a mi lado a mirar el exterior conmigo, sin decir ninguna palabra, sin siquiera preguntarme el nombre. Solo escucho mi silencio de manera graciosa y luego de unos minutos se levantó y me dejo atrás.

Las monjas me llamaron esa tarde para decirme que aquella señora de los ojos azules había decidido adoptarme y que debía recoger las pocas cosas que tuviera.

Entonces aquí está el segundo dilema de mi vida, la siguiente interrogativa. ¿Fue buena suerte ser adoptada por la señora Smith, o mi destino habría sido diferente si me hubiera dejado allí entre las sabanas sucias y las monjas estrictas?

Bennet era toda sonrisas y amor. Recuerdo verla sonreír todo el camino hasta el que por entonces, sería mi nuevo hogar. Me conversaba sobre su vida, su marido y un odioso mocoso que tenía por hijo; decía que le gustaba hacer travesuras y era muy llorón, pero que amaba a su perro, como si eso fuera a compensar lo mal que decía que el niño se portaba. Manejó tanto, que en algún momento comencé a quedarme dormida, y desperté entre saltos y susto. Ella se volteó a mirarme por algunos segundo, y entonces comenzó a reír. Me dijo que no me asustara, que ahora estaba bien y que podía dormir tranquila por lo que quedaba de camino. Fue entonces cuando me aterrorice aún más, porque no me creía que después de tanto andar, aun tuviéramos más camino por recorrer. El mundo lucia tan pequeño desde la sala de visitas, que el creer que podría llegar más allá de la tienda de verduras de la esquina, parecía un sueño. Hasta los cinco años jamás había puesto pie en el mundo exterior, y el hacerlo de golpe una vez hizo más que abrirme lo ojos; me lleno de la valentía necesaria para siempre lanzarme a lo desconocido sin titubear.




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