- Eres libre - expresó aquella mujer al abrir la puerta principal - solo espero que nunca olvides esta amarga experiencia y aprendas a valorar tu libertad, al menos lo suficiente como para no volver a este sitio.
La abracé con sinceridad porque, esa guardiana, durante dos años fue mi puerto seguro, mi apoyo dentro de ese infierno terrenal pero, ni a ella, le había contado los secretos tan cuidadosamente custodiados.
- Nos vemos en el paraíso - grité - adiós amiga y muchas gracias.
Caminé hacia la enorme plazoleta, alejándome del portón que, anteriormente, me había recibido acusada de asesinato. Cerré los ojos, pues la luz del sol me molestaba por obvias razones. Al abrirlos nuevamente pude vislumbrar el auto gris de mi hermana. ¡La pobre! Había vivido un tormento por mi culpa. Mi libertad solo a ella debía agradecerla. Siempre creyó en mis nobles motivos y dedicó, sus ahorros, a sacarme de ese lugar inmundo, contratando, para ello, un reconocido abogado que, después de dos años, probó mi supuesta inocencia.
- ¿Vas a montar? - preguntó riendo Mirian.
Abrí la puerta del copiloto y, sin pensarlo, abracé a la joven que tanto había extrañado. Ella correspondió expresando su alegría con una sonora carcajada.
- Estás pálida - chilló - te hace falta el sol.
Asentí con un ligero movimiento de cabeza. De repente los recuerdos me golpearon y me fue difícil dejar de preguntar.
- ¿Cómo está ella, Mirian?
- Está bien, aunque un poco retraída,
- ¡Pobrecita! - exclamé - el maldito la marcó de por vida. Solo siento mi falta de paciencia. Debí arrancarle los testículos con mis manos.
- Calla - dijo en un susurro - lo que pasó ese día es nuestro secreto.
Aquella tenebrosa noche regresaba a la casa después de una larga jornada de trabajo. Silenciosa, para no despertar a mi princesa. Abrí la puerta principal y me dejé caer, cansada, en el enorme sillón. De repente un grito sordo, procedente de la habitación de mi hija, me espantó. Corrí a la cocina y alcancé, nerviosa, un cuchillo mediano. Subí la escalera corriendo y, por la puerta entreabierta, pude percibir con horror como, aquel hombre, mi hermano, golpeaba y abusaba sexualmente a mi niña. Me abalancé hacia él, enterrando el cuchillo una y otra vez en su asqueroso cuerpo semidesnudo.
Quedé consternada y traté de limpiar, las manos ensangrentadas, con mis ropas. Después solo atiné a abrazar a Laura. Sus visibles golpes y la sangre, evidencia de la violación, me hacían albergar la certeza de haber hecho lo correcto.
- Oye - articuló, mi hermana, para llamar mi atención - ¿En qué piensas?
- En la noche que… - respondí sin poder terminar la frase.
- No te atormentes, ya Laura, con la ayuda de las terapias, se va recuperando.
- ¿Crees que lo supere en algún momento? - interrogué deshecha.
- Lo hará - respondió - ella es una guerrera como tú.
La miré con agradecimiento. Había cuidado a mi niña con verdadera devoción, mientras yo pasaba dos años encerrada en aquel horrible lugar.
Recordé que, en el juicio, nunca se pudo probar mi participación en los hechos porque, el cuchillo, desapareció, mágicamente, de la habitación donde acontecieron estos. Mi ángel guardián había pensado en todo, encargándose de mi seguridad y protección.
De repente el vehículo se detuvo. Contemplé la fachada de la casa de Mirian y mi corazón se aceleró. ¿Me aceptaría Laura nuevamente en su vida? ¿Recordaría mi hija, con claridad, el trágico suceso?
Bajé del auto y caminé con temor hacia la entrada de la casa. Se abrió, la puerta, de golpe y pude detectar la imagen de la preciosa quinceañera que, al verme, se lanzó, a mis brazos, llorando.
- Gracias mamá - dijo - por amarme como lo haces. Me salvaste de ese monstruo y perdiste dos años de tu vida por eso.
Sequé sus lágrimas. Estaba conmovida y feliz. La abracé, dejándole claro que no me arrepentía de mis actos porque, mi principal tarea, era protegerla, apartándole del camino las vicisitudes y problemas, aún a riesgo de perder mi propia vida.
Un hijo es un maravilloso regalo y el tesoro más preciado. Por ellos derrumbamos gustosos barreras impenetrables y transitamos caminos tenebrosos. La meta de una madre siempre será la felicidad de su retoño.
Este cuento va dedicado a todas las madres guerreras que arriesgan su bienestar por el sano crecimiento de sus hijos. A esas luchadoras incansables llegue mi reconocimiento por todo el amor, devoción y entrega que brindan a diario.