Poderosa Esencia

Incomprendida

En aquella noche oscura, silenciosa y con un toque especial de misterio la joven ahogaba sus penas llorando, sin más testigos que una almohada de esponjas y seis muñecas, símbolos de una infancia sana, abundante y reciente.

Tenía 16 años y su familia era la única causante de su sufrimiento, pues no podía aceptar la decisión que había tomado. Estaba cansada de imposiciones, maltratos y humillaciones. Sufría el rechazo de sus seres más queridos, la crítica de los desconocidos y la frustración de no poder mostrar su verdadera naturaleza.

Se levantó, de pronto, de la cama y el espejo le devolvió una imagen preocupante, un rostro demacrado, languidez y cansancio en la mirada. Abrió, de un golpe, el armario, tocó los vestidos con las manos y respiró profundamente. Aquellas no eran sus pertenencias, pensó, sus padres las habían comprado, obligándola a usarlas para reprimir lo que ellos llamaban su confusión, pero nunca pensaron que, con esas actitudes arcaicas, solo la acercaban más a lo inevitable.

Abrió una cartera y sacó un pedazo de hoja blanca y un lápiz. Comenzó a escribir una nota. Movida por la emoción elaboraba, con rapidez, cada línea, mientras limpiaba, del rostro, las lágrimas que brotaban con facilidad.

En la nota expresaba el dolor de ser incomprendida, de no poder decir lo que pensaba o sentía con sinceridad, la decepción de observar, a los suyos, tan lejos e ignorantes y la necesidad de ser tratada como ser humano. Las palabras finales mostraban desencanto y pesimismo. Un lector inteligente o con cierta unión afectiva, a ella, podía percibir, en las últimas letras, un grito de desesperación y el grado de tormento que había en su mente, parecía una despedida del mundo terrenal. Cuando terminó dobló el papel, tomó una foto de una de las mesitas de noche y la besó con ternura, se dirigió al baño y bebió el contenido de un pomo transparente sin etiqueta y se acostó a esperar el desenlace fatal. Una pesadez en los párpados y reseques en los labios anunciaron el final. Escuchaba, a lo lejos, a su madre que, desesperada, golpeaba la puerta, después solo el silencio, una pausa interrumpida, únicamente, por el ligero y casi imperceptible latir del corazón.

Pensó que acababa de cerrar los ojos y, al abrirlos, una luz intensa le indicaba que no estaba en su cuarto e imaginó que había sido trasladada solo en instantes. La vista, un poco nublada aún, le devolvía la silueta de su madre llorosa frente a la cama.
- Mi amor perdóname – decía una y otra vez – yo te amo aunque no te entienda, siempre serás mi niñita. Nunca voy a cuestionarte.

Miró inquieta buscando al padre, pero fue en vano. Su madre comprendió y solo expresó.
- No importa, yo estoy aquí, aunque tengas otra orientación sexual y el mundo te cuestione, yo te apoyaré, tú siempre serás lo más importante para mí.

Y aquel cariño maternal la llenó de regocijo y fortaleza espiritual, devolviéndole la paz interior que tanto necesitaba.




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