Me besó y no sentí las mariposas de las que tanto hablaban mis amigas de la universidad. Solo percibí la humedad de sus labios. No fue un contacto del todo desagradable pero sí carente de emoción. Desde aquel día tuve novio pero, a su lado, jamás llegué a sentirme plena. Evadía los encuentros que implicaban caricias que no despertaban el más mínimo deseo de mi parte. Inicialmente pensé que solo debía acostumbrarme a este tipo de relación romántica pero, conforme pasaba el tiempo, el rechazo, hacia mi novio, aumentaba por lo que, completamente segura de la naturaleza de mis sentimientos, decidí terminar con aquel suplicio que provocaba, en mí, apatía y desesperación.
Tiempo después y, también por embullo, comencé otra relación de noviazgo. Esta vez percibí cierta conexión con mi pareja. Me sentía bien a su lado. Hablábamos de disímiles temas, pues teníamos muchos gustos en común pero, cuando pasábamos a los encuentros más íntimos, el aire se me antojaba más pesado, casi irrespirable y el vacío, después de las sesiones de besos, aumentaba, volviéndose, a veces, insoportable. Después de un análisis exhaustivo de la situación comprendí que, claramente, veía a mi novio como amigo, sin que mediara, en nuestra relación, la lujuria o el deseo.
Llegué a pensar, después de mis dos fracasos amorosos, que la vida era cruel e inflexible conmigo, al impedirme experimentar sentimientos puros, intensos y enloquecedores.
Dejé de buscar, al azahar, a la persona correcta y me centré en mi desarrollo profesional, confiando en que, mi camino se entrelazaría, en el momento indicado, con el de mi otra mitad, pero nunca imaginé lo que tenía preparado, el destino, para mí.
Cuando la vi, por primera vez, en mi consulta, me aterrorizó comprobar que era la indicada. Evité tocarla porque, al hacerlo, un hormigueo perturbador pero placentero se apoderaba de mi cuerpo. Tuve que replantearme mis gustos y principios, pues ella, sin proponérselo, me tenía completamente hechizada. ¿Por qué, hasta entonces, no me había percatado de mis preferencias?
Tenía miedo a lo desconocido, a ese descubrimiento que resultaba realmente abrumador, a ser juzgada por mis preferencias, al rechazo, la burla y la incomprensión, pero la necesidad que, todos los seres vivos poseemos de amar y ser amados, se impuso y, en mi tercera consulta, haciendo gala de toda mi valentía y autocontrol le dije:
- Me gustas, Nadia, nunca me había sentido atraída por otra mujer, pero no puedo reprimir mis sentimientos. Prefiero sufrir por el rechazo y no por la incertidumbre de lo que pudo haber sido. No sé cuáles sean tus preferencias pero te puedo asegurar que yo sí estoy segura de las mías y, aunque me abruma y desconcierta, también, al exponerlas sin tabú, me siento liberada.
Ella esbozó una sonrisa de medio lado, escudriñó en mis ojos la veracidad de mis palabras y me acarició la mejilla derecha.
- También soy una mujer segura y quiero conocerte - dijo - tienes una personalidad arrolladora e imponente. Me gustas. Llámame, tú tienes mi teléfono. Me encantaría compartir tiempo contigo.
Se acercó coqueta, depositó un tierno beso en la comisura de mis labios y salió del local, dejándome en un manojo de nervios pero completamente satisfecha.
Comprendí, por la intensidad de mis sentimientos que, mis experiencias anteriores, desde el inicio estuvieron destinadas al fracaso porque, el destino, tenía otros planes conmigo. Me estaba preparando para asumir, con responsabilidad, una relación madura, compleja, diferente pero edificante.
Nadia rompió mis barreras, acabó con mis miedos, haciéndome ver que, el amor, no entiende de prejuicios cuando es verdadero.
El camino no ha sido fácil, pues he tenido que enfrentarme a una sociedad cruel que no acepta la diversidad y a una familia prejuiciosa que, finalmente, logró aceptarme. Hoy puedo expresar segura que me siento realizada, valorada y feliz.
Solo si aceptas tu realidad y brindas, al mundo, una imagen de un ser humano relajado y feliz tus semejantes sabrán que, el rechazo o las especulaciones, son muestra de una discapacidad mental que impedirá únicamente su propio bienestar. Ofrece la mejor versión de ti mismo con esa fortaleza espiritual que garantizará tu éxito personal.