Poderosa Esencia

Inesperada traición

Zenia miró a su madre con evidente curiosidad, tratando de descubrir, en sus pensamientos, el impacto de sus palabras. Le había narrado, a su progenitora, los supuestos acontecimientos de los últimos días, donde la actual pareja de la misma, su padrastro, con sus acciones, había destruido las ilusiones del tierno corazón de la joven. Le comunicó que no estaba dispuesta a tolerar las molestas insinuaciones y propuestas indecorosas que él le hacía y que solo por el amor que le tenía a ella no había hecho público ese ultraje.

La señora enmudeció, tratando de asimilar tal información, pues su esposo siempre se había mostrado como un hombre respetuoso y nunca, hasta entonces, le había dado motivos para la desconfianza, sin embargo el llanto y la mueca de desencanto que apreció en el rostro de su hija movió algo en su interior. ¿Cómo se había atrevido el miserable a traicionar su confianza e insinuarse a su pequeña?

Consoló a Zenia, brindándole frases alentadoras y prometiéndole que el desgraciado esposo tendría su castigo.

La muchacha se sintió renovada y protegida en los brazos de la autora de sus días, pues sabía que, el bastardo, imploraría su perdón.

Sintió el ruido de la puerta, al abrirse y se tensó. Comenzarían los gritos y reclamos y su casa se convertiría en un campo de batalla.

Su padrastro miró la escena y, casi al instante, supo que tendría que dar explicaciones y solo asintió cuando su madre le dijo:
- Tenemos que hablar.

Después se escucharon murmullos procedentes de la habitación donde se llevaba a cabo la penosa e inevitable conversación.

El corazón de la joven latía con violencia, mientras se imaginaba el desenlace de la historia. Esperaba que, la relación se acabara y la paz envolviera su hogar. Debía pagar la humillación, pensó con determinación.

De repente lo observó colocarse a su lado. Se veía molesto y agitado.
- ¿Por qué me haces esto? - preguntó.
- Porque es verdad - respondió con fingida inocencia.
- ¿Verdad? - interrogó con ironía - yo nunca te he mirado con ojos de deseo y lo sabes. Yo amo a tu madre y tú eres apenas una niña.

Su corazón se hizo pedazos. ¿Una niña? Ella lo amaba como una mujer y estaba dispuesta a todo, por obtenerlo.
- No soy una niña - expresó exasperada - y serás mío, puedo asegurarlo.

El hombre miró hacia un extremo del recibidor donde, su esposa, contemplaba horrorizada a la hija mentirosa y cruel. Había estado a punto de perder su matrimonio por la calumnia levantada a su pareja.
- Lo siento - susurró él - yo nunca podría verte como mujer, eres como mi hija.

Zenia, sin percatarse de la presencia de su madre le dijo irónica:
- Eres un idiota, pero voy a acabar con tu prestigio.

La muchacha sintió un ruido y supo que no estaban solos. Comenzó a temblar pensando en su madre. Percibió que la había descubierto y que no podría contar con su apoyo.
- No, no lo harás _ habló su progenitora _ por tu caprichito casi pierdo a un gran hombre. Eres mi hija pero no puedo permitir que arruines su vida. ¿Hasta dónde pensabas llegar con tu maldad?

La joven la miró con arrogancia, considerándola una rival.
- Sabes - dijo para llamar su atención - siempre me pregunté que él había visto en ti. Eres tan insignificante e insípida.

La señora se tensó ante las palabras de su hija. ¿En qué había fallado? ¿Por qué, su retoño, sentía tanto placer al ofenderla? Entonces supo que, a un hijo, jamás se le debe otorgar tanto poder y autonomía. Sintió un dolor fuerte en el pecho pero con determinación logró expresar:
- Te amo, pero a partir de este momento solo tendrás las cosas que merezcas para que aprendas a valorar mi sacrificio. Pagarás por tus objetos personales y alimentos, por lo que deberás trabajar y, como esta es mi casa, solo tendrás acceso, de la misma, a tu habitación. Tienes prohibidas las salidas y visitas, hasta que te arrepientas de cada una de tus locuras y quede plenamente convencida de tu cambio.

Zenia la miró con miedo y supo, aunque no lo expresó, que había molestado seriamente a aquella mujer y, allí, en el recibidor, se dio cuenta de su vil traición. Había actuado como adolescente inmadura y hormonal, sin pensar en las consecuencias de sus actos. Se arrepintió al instante y lloró de rabia y decepción por todos los errores cometidos. Ya no sentía ese deseo por su padrastro que había nublado su juicio, ni el sentimiento de competitividad hacia ella, solo podía experimentar el dolor brutal de haberle fallado a la persona que tanto amor le había brindado.

Un error premeditado no es simplemente un mal momento que se puede remediar. Es un fallo que traerá implicaciones y que suele ser irreparable, una desafortunada acción que te llevará al fracaso, la frustración y el desengaño.




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