- Estás lenta - gritó aquel hombre repugnante y déspota.
Odiaba a mi jefe. Sus constantes regaños, las palabras hirientes y su cara de desprecio hacia nosotros, sus trabajadores, provocaban, en mí, un sentimiento de rechazo y repulsión que apenas lograba aguantar en su presencia.
Aquella tarde, particularmente, yo estaba sensible. Mis padres esperaban ansiosos la transferencia que, cada mes hacía, para suplir sus necesidades elementales, pero él se había retrasado en el pago, justificándose con los preparativos de la importante cena que ofrecería en su establecimiento.
Llevábamos varias horas laborando sin descanso y comenzaba a notar el conocido calambre en las piernas, por lo que no pude evitar sentarme solo durante algunos minutos. Su reacción, al verme, fue, en extremo, exagerada pues, en la cocina y en medio del caos, me vociferó sin rasgos de la más mínima humanidad.
- Eres una inútil. No me extraña que tu vida sea un desastre.
Los compañeros solo miraron mi rostro desencajado y la expresión corporal que trasmitía rabia, impotencia y vulnerabilidad. No pude contestar porque, un nudo, se me instaló en la garganta, pero sí corrí hacia el baño para deshacerme, a través del llanto, de todas las frustraciones.
Estaba tan molesta que planes de venganza atacaron mi mente.
En menos de diez minutos ya me encontraba lista para incorporarme a la rutina laboral.
- ¿Estás bien? - preguntó el ayudante de cocina al verme atravesar el umbral - es un idiota - agregó - no le hagas caso.
Asentí con un ligero movimiento de cabeza, pero estaba clarísimo que no iba a dejar pasar desapercibida dicha ofensa.
¿Qué derechos tenía el infeliz de tratar a sus empleados como esclavos en el actual siglo?
Los clientes comenzaron a llegar, llenando el recinto de un murmullo ensordecedor. Realizaban sus pedidos con satisfacción, ajenos a lo que, cuidadosamente, le tenía preparado.
Sabía que el evento, para el dueño, poseía especial importancia porque, entre los comensales, teníamos una significativa participación de personas famosas en el área de la gastronomía, además de periodistas críticos, también especialistas en el ramo. Estaba consciente de que, al mínimo fallo, mi jefe perdería su prestigio y su nombre encabezaría las páginas del conocido diario gastronómico.
Ante las disímiles amenazas de despido, el trato arrogante y las recurrentes ofensas, cegada por el rencor, incorporé una buena dosis de picante y sal a los alimentos.
Minutos después todo, en el salón, se convirtió en un caos. Las personas tosían desesperadas y llamaban, molestas, al capitán del turno que, sorprendido, contemplaba la escena sin saber qué hacer.
El idiota no tardó en salir de la oficina, percatándose de la tragedia. Su entrada fue necesaria para recibir los primeros reproches. Después, las voces, cada vez más fuertes, indicando la frustración de los visitantes, volvieron aún más tenso el ambiente.
Salían, todas aquellas personas, apresuradas y sin pagar, dejando el establecimiento, en pocos minutos, vacío en su totalidad.
- ¿Quién fue? - gritó convencido del sabotaje.
Nadie habló, pero pude percibir el esbozo de una sonrisa en cada uno de los rostros de los trabajadores.
Estaba ahogándose en su propio veneno y yo me sentía completamente vengada.
- Están despedidos - concluyó irritado.
- Lo siento señor - dije encarándolo - tenemos derechos laborales que usted no puede negar. Prepárese para enfrentar una demanda colectiva.
La cara de rabia, sorpresa y desconcierto me dio la medida del tamaño de mi victoria.
Cerré, con fuerza la puerta, al salir del lugar y, aún sin saber lo que me deparaba el destino, por primera vez en años, la paz se apoderó de mi cuerpo y espíritu.
No podemos dejar que la arrogancia de las personas destruya nuestras vidas. Las riquezas materiales no son símbolo de grandeza. Solo el empeño y perseverancia que pongas en la realización de cada una de tus tareas te garantizarán el respeto y admiración de tus semejantes.
El respeto no se impone, se gana con tus buenas acciones y principios. Encamina acertadamente tus pasos y te valorarán hasta tus enemigos.