Poderosa Esencia

Atracción nocturna

Cada noche asistía al local, para verlo. Me sentaba cerca de la ventana y tomaba la misma bebida: café negro. Desde mi puesto podía presenciarlo en todo su esplendor, hermoso e irreal. Era un profesional. Sus movimientos mostraban una increíble sincronización y yo contemplaba azorada las manos que, nunca abandonaban su trabajo. A veces me sonreía coqueto y yo devolvía, su gesto con verdadera admiración.

Particularmente ese día me sentía agotada pero, como siempre, a las diez, entré al establecimiento. Necesitaba reponer fuerzas y sabía que, aquellos ojos azules, me darían la motivación necesaria para continuar en pie.

Pedí el delicioso líquido y me dispuse a degustarlo sin apartar los ojos de mi atracción nocturna. De repente una joven rubia se acercó al chico y la impotencia me invadió. Quise disimular mi enojo pero, el semblante, mostraba la evidente molestia. Parecía a gusto con ella, participando en su juego de seducción.

Intenté calmarme y, a pesar de mi cansancio, me dispuse a bailar. Movía las caderas al compás de la música. Pude darme cuenta que, en minutos, los clientes me consideraron la atracción del lugar. Premeditaba mis gestos, mandando un mensaje claro a los presentes, en especial a cierto joven rubio que se había convertido en mi obsesión.

El descontrol no se hizo esperar y logré el efecto deseado. Sentí una respiración familiar quemar mi piel y olas de poder me invadieron.

- No hagas eso - dijo - o tendré que golpear a todo el que te mire.

- ¿De verdad? - pregunté - pensé que estabas ocupado.

- No lo suficiente como para no ver el espectáculo que montaste.

Tristemente volvió a su labor y me sentí vacía sin su presencia. Me dejé caer nuevamente en la silla para observar mejor a mi sexy chico. Lo llevaría a mi casa, lo sabía y me regocijaba con eso. ¿Desde cuándo era tan posesiva?

La muchacha se alejó, percibiendo nuestra conexión. Sonreí victoriosa. No quería tomar decisiones drásticas con respecto a ella. La antigüedad me otorgaba el derecho a reclamar ante eventualidades como esa.

De repente contemplé el reloj que formaba parte de la decoración del sitio.

- ¡Las doce! - exclamé.

Llevaba dos horas en aquella mesa, esperando por él. Estaba venciendo, solo debía recoger y listo. Era libre para tomar decisiones en las primeras horas de la madrugada.

Tan absorta estaba en mis cavilaciones que no me percaté del hombre que se sentó a mi lado.

- Cariño te invito a mi casa, quiero un bailecito privado.

Me levanté irritada. Yo no estaba disponible y, mis bailes, solo tendrían, aquella noche, un único espectador, él empleado rubio y sexy.

Apretó fuertemente mi muñeca izquierda.

- Vamos zorrita - dijo devorándome con la mirada.

Traté de escapar de su agarre, pero su fortaleza física me lo impidió. De repente un cuerpo musculoso y conocido lo separó bruscamente de mí.

- Idiota, a mi esposa la respetas.

Escuché murmullos. No esperaban que la joven que, cada noche, aparecía en el establecimiento y pedía su café negro para degustarlo en la mesa cerca de la ventana, fuera la feliz esposa del empleado de aquel lugar.

- Vamos nena, hoy se encarga de cerrar mi compañero. Deseo llegar a mi hogar. Prometo compensar esta larga espera.

Tomé su mano y me dejé llevar por el atlético joven con el que llevaba tres años de feliz matrimonio.

No importa lo estable que consideres tu matrimonio, el arte de la seducción, te garantizará una motivación añadida, que otorgará nuevos bríos y vitalidad a la unión.




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