Dante se halla en el diván, apático y absorto en sus pensamientos mientras observa por la ventana. Su psicóloga, Lorreine, muestra evidente frustración ante su falta de participación. Bien, creo que es todo por ahora, puedes salir – concluye la sesión. Dante se levanta sin despedirse y abandona la oficina. Lorreine, sin salir del lugar, invita a los abuelos de Dante a entrar, dejando al joven solo en un asiento de espera.
Dentro de la oficina, los abuelos de Dante, Doris y Michael, aguardan ansiosos. Lorreine, tras un suspiro, revela – No hemos avanzado en nada – Las palabras golpean el corazón de Doris, quien coloca sus manos en el pecho. Michael pregunta la razón.
Lorreine explica – Dante no quiere hablar, evita cualquier tema, el cree que la solución es ignorar todo y no hablar más sobre ello – Lorreine saca un portafolio y muestra un historial que refleja la dificultad de los profesionales para hacer que Dante se abra.
¿Como podremos ayudarlo? – Pregunta angustiada la abuela Doris.
La psicologa se soba un poco la cabeza mientras trata de buscar una solución. – Estaba pensando que tal vez hacerlo volver a clases podría ser una opción. Mostrarle un nuevo entorno, permitirle conocer jóvenes de su edad que puedan ayudarlo a sanar. Las amistades a su edad son de suma importancia. Quizás encontrando jóvenes parecidos a él pueda soltarse y, por consecuencia, salir de ese caparazón.
Lo dicho por la psicologa deja pensando a Doris y Michael, saben que no tienen otra opción por ahora y tendran que ingresar a Dante a la escuela. Tras la sesión, Dante y sus abuelos regresan a casa en silencio. A la hora de la cena, Dante sale de su habitación y se sienta frente a sus abuelos para tomar sus alimentos, Michael aborda el tema – Hijo, tenemos que hablar – Dante se dispone a escuchar.
La abuela Doris se nota nerviosa y continua la charla – Estabamos pensando en que, tal vez ya es hora de que retomes tus estudios, no queremos que te atrases, claro siempre y cuando tú te sientas listo – Los abuelos esperan la respuesta de Dante atentos.
Dante, consciente de que tarde o temprano tendría que volver, acepta con ciertas reservas. – Si, supongo que, es hora de que vuelva – La respuesta positiva de Dante alegra a sus abuelos.
En la oscuridad de su habitación, Dante se acuesta lleno de dudas y miedos. La ansiedad de pensar en volver a la escuela lo atormenta. – No estoy listo – murmura – debi haber dicho que no. – Su mirada se posa sobre el techo y en su intento de dormir, sus miedos le atormentan.
Días después, el momento llega. Nervioso pero estoico, cumple con su rutina matutina y baja al primer piso, donde su abuela Doris le sirve un abundante desayuno.
Buenos días, ¿Nervioso? – La abuela trata de hacer que Dante diga cómo se siente, pero Dante, desvía la conversación hacia la cantidad de panqueques que le ha servido.
Al llegar la hora, Doris sube al auto junto a Dante. En el silencio interrumpido por la radio, llegan a la escuela. Dante observa el imponente edificio con cierta ansiedad mientras lee el nombre de su nueva escuela, secundaria Kennedy. Al bajar del auto, la abuela comenta sobre la belleza de la escuela y le desea un buen día. Dante, solo, aprieta los puños para dar sus primeros pasos.
En los pasillos, los estudiantes a su alrededor lo miran y murmuran sobre su identidad, haciendo tortuoso su camino hasta la dirección. Ya en la oficina, la secretaria lo atiende.
¿Qué se te ofrece? – pregunta la mujer de unos cuarenta años. Dante, distraído por sus canas descuidadas y anteojos pasados de moda, tarda en contestar. – Soy Dante Williams Lane, un nuevo estudiante – responde finalmente.
La mujer lo mira y le dice – Bien, toma asiento, tienes que esperar al director.
Dante toma asiento y nota la presencia inquieta de una chica a su lado, al mirar de reojo se encuentra con su mirada, quien, sin darse cuenta, en voz alta, elogia los ojos de Dante – Wow, tus ojos son impresionantes – Su franqueza y que no le quite la mirada de encima, sorprende e incómoda a Dante.