Narrado por Kile
Después de un intento fallido de socializar en el Salón de Hombres, donde las miradas cargadas de sospecha de los demás seleccionados, especialmente la de Finn, se clavaban en mí como dagas por esa misteriosa carta que había recibido, decidí refugiarme en la soledad de mi habitación. Al entrar, me topé con varios sirvientes puliendo los muebles que ya brillaban como espejos.
—No es necesario, en serio. Todo está impecable —les dije con una sonrisa cansada.
Ellos intercambiaron miradas nerviosas antes de hacer una reverencia y salir apresuradamente. Agradecí el silencio que se instaló tras su partida. Por primera vez, me permití explorar a fondo el lugar que se había convertido en mi refugio temporal. Las paredes estaban adornadas con pinturas de paisajes idílicos: majestuosas montañas, vastos océanos y criaturas exóticas cuyos ojos parecían seguirme.
Me detuve ante una estantería repleta de libros que, hasta ahora, había ignorado. Pasé mis dedos por los lomos, leyendo los títulos en voz baja: novelas de romance, historias de terror, ciencia ficción y crónicas de antiguas batallas medievales. Sonreí al pensar que la princesa debía tener un espíritu ecléctico para elegir tal variedad. Tal vez era otro indicio de que, detrás de su imagen regia, había una joven con inquietudes similares a las mías.
Un cuaderno de tapa dura y apariencia sencilla llamó mi atención. Al abrirlo, mi corazón dio un salto al ver mi nombre escrito con una elegante caligrafía en la primera página: "Diario de Kile Roberts". ¿Era esto un regalo de Isabella? ¿Una invitación a expresar mis pensamientos en un lugar seguro? La idea de que ella hubiera pensado en mí de esta manera hizo que una calidez se esparciera por mi pecho.
Sin pensarlo mucho, tomé una pluma y me senté junto a la ventana. La luz del atardecer teñía el cielo de tonos anaranjados y rosados, creando el ambiente perfecto para escribir.
Querido diario:
Soy Kile, uno de los tantos participantes de la Selección. Nunca imaginé encontrarme en este palacio imponente, rodeado de lujos y protocolos que aún me parecen ajenos. Hoy, la princesa Isabella ha solicitado una cita conmigo a las seis en los jardines. Confieso que la noticia me tomó por sorpresa. ¿Qué habrá visto en mí?
Desde mi llegada, he sentido que no encajo del todo. Los otros seleccionados parecen jugar un juego que no comprendo ni deseo participar. Finn, por ejemplo, siempre tiene una sonrisa que no alcanza sus ojos. Mi padre solía decirme que, en un mundo lleno de máscaras, ser uno mismo es el mayor acto de valentía. Espero que tenga razón.
Mi familia... ellos son mi motor. Mi padre está enfermo, y cada día luchamos por cubrir los gastos médicos. Al menos, con mi presencia aquí, puedo asegurarles un ingreso que alivie un poco nuestra situación. A veces me pregunto si sacrificar mi tranquilidad vale la pena por ellos. Pero entonces recuerdo su sonrisa, y sé que haría cualquier cosa por mi familia.
Casi es hora de mi cita con Isabella. Me pregunto cómo será realmente. Más allá de la princesa que todos ven, ¿quién es la joven que lleva el peso de una corona sobre sus hombros? Tal vez hoy pueda vislumbrar un poco de su verdadero ser.
Dejé la pluma a un lado y exhalé profundamente. Escribir siempre tenía un efecto liberador. Me levanté y me preparé para dirigirme a los jardines. Al salir de mi habitación, el aire fresco del corredor me despejó las ideas. Caminé con paso firme, aunque el corazón me latía con fuerza.
Al llegar al punto de encuentro, me encontré con Isabella ya esperándome. Llevaba un vestido sencillo, pero que resaltaba su belleza natural. Sus ojos brillaron al verme, y me sonrió de una manera que hizo que olvidara momentáneamente dónde estaba.
—Puntualidad impecable, Kile —dijo con un deje de humor.
—No quería hacer esperar a la princesa —respondí, haciendo una ligera reverencia.
Ella rio suavemente.
—Por favor, aquí solo somos dos personas conversando. ¿Te parece si caminamos?
Asentí, y comenzamos a recorrer juntos los senderos bordeados de rosas. Un aroma dulce nos envolvía, y el canto lejano de los pájaros creaba una melodía de fondo. Al principio, el silencio fue cómodo, pero sentí la necesidad de romper el hielo.
—Este jardín es realmente impresionante. ¿Pasas mucho tiempo aquí?
Ella miró a su alrededor con una expresión contemplativa.
—Cuando puedo, vengo a refugiarme entre las flores. Es uno de los pocos lugares donde puedo ser simplemente Isabella.
Sus palabras resonaron en mí.
—Debe ser difícil llevar siempre la carga de ser princesa.
Ella suspiró.
—A veces lo es. Pero también es un privilegio que no tomo a la ligera. Aunque... —me miró de reojo— a veces desearía poder escapar de todo y ser anónima por un día.
Sonreí.
—Entiendo el sentimiento, aunque en mi caso, ser anónimo es mi estado natural.
Ella rio, una risa genuina que iluminó su rostro.
Continuamos conversando, y la formalidad inicial se desvaneció. Hablamos de libros, descubriendo que compartíamos el gusto por las historias de romance y las historias de mundos lejanos. Discutimos sobre música, sobre nuestras comidas favoritas y pequeños detalles de nuestras vidas que nos hicieron sentir más cercanos.
En un momento dado, mientras gesticulaba al contarle una anécdota sobre mi infancia, no me percaté de la raíz que sobresalía de un árbol y tropecé, perdiendo el equilibrio. Intenté sostenerme, pero acabé dando un paso torpe hacia ella. Instintivamente, Isabella extendió sus manos para ayudarme, pero en lugar de evitar la caída, ambos terminamos enredados y caímos suavemente sobre el césped.
El tiempo pareció detenerse. Estábamos tan cerca que podía ver la disimulada incomodidad en sus ojos. Mi corazón latía desbocado, y sentí el calor subir a mis mejillas.
—Creo que eres el primer caballero que me hace caer literalmente a sus pies —dijo ella, rompiendo el silencio con humor.