Por el Amor de la Princesa

Capítulo 7

Kile

Los días en el palacio se han vuelto una tortura. Cada vez que veo a Isabella con otro seleccionado, siento como si me clavaran un cuchillo en el pecho. ¿Acaso nuestra cita no significó nada para ella? ¿Acaso mis sentimientos son solo un juego para ella?

Y para colmo, los demás seleccionados aún me miran con odio, como si yo fuera el intruso que se atrevió a robarle un momento a su princesa. Paso la mayor parte del tiempo en la biblioteca o en mi habitación, buscando refugio en la compañía de Óscar. Él, con su paleta de colores y su lienzo, se dedica a pintar paisajes y animales, mundos donde la belleza y la paz aún existen.

Hoy, un libro titulado "Los juegos del hambre" captó mi atención. Óscar estaba absorto en su pintura de un patio lleno de flores de colores. Intenté concentrarme en la lectura, pero una figura pasó junto a mí, interrumpiendo mi concentración. Al girar, vi a la doncella de cabello rubio, la misma que me despertó para la desastrosa clase de baile en el jardín.

Sentí una extraña atracción, una curiosidad que me impulsó a saludarla.

—¡Hola! —dije, y ella saltó como si la hubiera quemado, dejando caer un montón de libros.

Me levanté para ayudarla, pero ella, con una agilidad sorprendente, recogió los libros y salió corriendo de la biblioteca.

"Guapa, pero rara", pensé, mientras volvía a sentarme.

Óscar, que había presenciado la escena, me miró con una ceja levantada.

—¿Qué te pasa? ¿Por qué me miras así?

—¿Cómo? —preguntó, con una sonrisa pícara.

—¡Como si te alegraras de mis desgracias!

En realidad, su mirada era más divertida que maliciosa, pero no estaba de humor para admitirlo.

—Olvídalo —dijo, volviendo a su pintura.

Intenté retomar mi lectura, pero la imagen de la doncella persistía en mi mente, como una sombra persistente. A pesar de saber que debía concentrarme en la Selección, a pesar de las advertencias sobre relaciones románticas que no tuvieran que ver con la princesa, no podía evitar sentir una punzada de curiosidad.

Frustrado, decidí buscar un poco de aire fresco en los jardines. Esta competencia me está volviendo loco, transformándome en alguien que no reconozco. Nunca había sido celoso, nunca había sentido esta desesperación. ¿Acaso Isabella me estaba hechizando?

Mis pensamientos se interrumpieron al escuchar una risa familiar, una risa que me heló la sangre. Caminé sigilosamente hacia la fuente y los vi: Isabella y Alex, en una cita romántica. Isabella, radiante y feliz, se reía de algo que Alex había dicho. Él la tomaba de la mano, y ella no hacía ningún intento por soltarse.

Sentí una oleada de celos, una punzada fría en el pecho. Isabella se recostó en el hombro de Alex, y sentí como si me hubieran arrancado el corazón. No podía soportar verlos juntos ni un segundo más.

Di media vuelta y me alejé, intentando no hacer ruido. No quería que me vieran, no quería que vieran mi humillación. Pero, por supuesto, el destino tenía otros planes.

Justo cuando estaba a punto de desaparecer entre los setos, Alex me vio. Me lanzó una mirada de triunfo, y luego Isabella también me vio. Sus mejillas se tiñeron de rojo, y sentí como si me hubieran abofeteado.

Avergonzado y furioso, salí corriendo, sin importarme quién me viera. En el camino, me encontré con Óscar y Will, otro seleccionado. Me invitaron a pasear por el jardín, pero les advertí sobre la cita de Isabella y Alex.

—Si tú lo dices —dijo Will, con una sonrisa burlona.

Nos dirigimos al Salón de Hombres, un espacio designado por Isabella. Los demás seleccionados estaban allí, dispersos en grupos, conversando, jugando juegos de mesa o simplemente descansando. Uno de ellos veía la televisión en volumen bajo. Alcancé a escuchar noticias sobre ataques y disturbios, palabras como "rebeldes" y "muertos" flotando en el aire.

Un pensamiento repentino me golpeó con la fuerza de un rayo: ¡mi padre! Lo había olvidado por completo, atrapado en el torbellino de la Selección. ¿Cómo estaría? ¿Le habría pasado algo? La culpa me invadió como una ola fría. Esa noche, sin falta, le escribiría una carta.

Para distraerme de mis preocupaciones, me uní a Will en una partida de ajedrez. Siempre se me había dado bien; tenía un juego heredado de mi abuelo, un recuerdo preciado que atesoraba.

Continuamos jugando y conversando con otros seleccionados, compartiendo risas y bromas, hasta que Isabella apareció, con una expresión seria que contrastaba con la atmósfera relajada.

—Kile, necesito hablar contigo.

La seriedad en su voz me heló la sangre. No tenía ganas de hablar con ella en ese momento, y un miedo irracional me invadió: ¿acaso me echaría del palacio? ¿Acaso había perdido todo interés en mí?

—¿Ahora?

—Ahora, por favor —suplicó, su voz cargada de urgencia.

Sin opciones, me levanté y la seguí. Noté las miradas de los demás, quizás esperando mi expulsión, quizás simplemente curiosos.

Nos dirigimos a los jardines, un lugar que parecía ser el refugio favorito de Isabella. Se sentó en un banco, esperando a que yo hiciera lo mismo en el banco frente a ella.

—Supongo que esta es mi despedida —dije, intentando sonar despreocupado—. Me llamaste para decirme que abandono esta absurda competencia.

Me miró fijamente, con una intensidad que me hizo sentir vulnerable.

—¿Por qué haría eso? Solo quería conversar contigo.

Ella suspiró, una exhalación larga y cansada.

—¿Cómo estás, Kile? ¿Cómo te sientes en esta absurda competencia?

—Estoy bien, solo viendo cómo sales con todos los chicos, bailas con todos excepto conmigo, y me dejas olvidado. Supongo que no es ningún logro ser tu primera cita, solo fue el azar.

Sonrió, sorprendiéndome. No esperaba esa reacción.

—Ha de ser difícil estar en tu lugar, tratando de ganar mi corazón antes que otro chico me lo quite. Pero te recuerdo que yo también tengo que ganar el tuyo. El de los demás. Y el que me corresponda fielmente, ese será el elegido.




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