Otra vez iba a la escuela. Era lo peor del mundo y no quería volver, pero lo más feo era que iba a estar otros cinco años más ahí. Me daba mucho miedo.
Estaba desayunando pero no tenía ni poquita hambre. Me dolía mucho mi pancita, como si se estuviera quemando. Esto me pasaba cuando me acordaba de mis compañeros o me hacían algo.
— Come, Hye-jung— me ordenó mi omma.
— Es que no tengo hambre, omma.
— Come— me volvió a decir. Aguantando el dolor, me comí poquito cereal y casi nada del jugo.
Sentí que se revolvía mi pancita. Oh no, iba a terminar vomitando todo lo que me comí, así que dejé el plato a medias poniéndome muy triste.
Mi omma lo hizo con mucho amor para mí y yo no estaba comiendo.
Y me fui a la escuela con mi mami. De veras tenía mucho miedo, tanto que estaba temblando. No quería ir, pero si le decía eso, ni ella ni mi papi me darían permiso de faltar.
Cuando llegamos, mi mami se fue a la casa y sentí todavía más miedo, si es que de podía. Estaba en peligro. Miré correr a Ji-cheong y sentí un nudo en mi panza del miedo. ¿Dónde me escondo?, Pensé.
Se me ocurrió irme al salón. Ahí nadie me encontraría hasta que sonara la campana para entrar a las clases y cuando estuviera la seongsaeng nadie me pegaría ni me diría nada. Y me acordé del otro día cuando Ji-cheong me aventó las tijeras en la mano.
Me escondí en la parte de atrás haciéndome chiquita. Aquí no tendría que aguantar a Yoon-do y a sus amigos ¿y si me estaba aquí todos los recreos? Era una muy buena idea.
En este lugar me sentía muy protegida aunque me daba un poquito de miedo que le cerraran la puerta. Miré afuera de la ventana. Todos los niños estaban muy felices y yo siempre sola.
Siempre había querido tener un amigo y estaba segura de que algún día lo iba a tener. Si no es de mi salón puede ser de otro, pensé. Pero ¿cómo iba a buscarlo si me escondía?
Por el momento me iba a quedar aquí hasta que timbrara, llegaran los demás y empezaran las clases. Volví a pensar en cómo sería tener un amigo o amiga. Tenía que conseguirlo.
Sonó la campana y volví a estar bien porque ya no me tenía que esconder en el escritorio de la seongsaeng.
— ¡Buenos días niños!
— Buenos días, maestra.
— Saquen su cuaderno de Lenguaje porque les leeré un texto y ustedes harán un escrito sobre lo que se trató— sonrió.
La maestra empezó a leer el cuento de La bella durmiente. Ese cuento me hacía ser a mí la durmiente porque me aburrí mucho. Yo no me habría comido la manzana y lo único que me había gustado era el final.
Que bueno que el trabajo no era en equipo, si no, me iban a poner a hacerlo todo a mí y si no acababa me iba a ir mal con la seongsaeng... Y mis compañeros.
Empecé a escribir de qué se trataba el cuento, lo que me había gustado— el final—, lo que no me gustó— casi todo— y lo que le cambiaría— lo de la manzana. Algún día iba a escribir mi propio cuento.
— Pásame lo que hiciste— me pidió Yang-mi. No le di mi cuaderno—. ¿No escuchaste? Que me des tu mugroso cuaderno.
¿Pero qué? No se lo iba a dar pero les tenía mucho miedo a todos. Muchas veces me habían dicho que me iban a matar si iba de chismosa con alguien y que me lo merecía por rara y fea.
— Dame tu mugroso cuaderno o te vamos a encerrar en el sótano.
— Y-Ya... Yang-mi, n-nos... V-va a v-v... Ver la maestra— dije al fin.
Mi compañera me jaló el cabello y me dio un coscorrón. Quería llorar pero me iba a ir peor. Oh no, se me salieron unas lágrimas. Cobarde, diría mi appa.
Sonó la campana para recreo. Antes de que pudiera salir a comer sentí a Yang-mi y a sus amigas atrás de mi. Tuve que pasar por el sótano para poder ir al comedor y una de ellas me jaló y me aventó ahí para cerrar la puerta.
Era muy oscuro, nada más pude ver sombras y a un ratón. Bueno, al menos no estaba sola pero el lugar era muy chiquito y tenía algunos clavos. Me hacía muy chiquitita para no cortarme. Y pues ¿qué creen? Sin querer me rasguñé el brazo y me dolió igual que mi pancita hace rato.
Por cierto, mi panza se quemaba otra vez. Ayuda, por favor. Miré que alguien iba a entrar al sótano porque la puerta se abrió y me había salvado. Era el señor de limpieza.
— ¿Se puede saber qué hacías aquí?
— N-nada— antes de que me regañara salí corriendo.
Me fui hasta el jardín y me senté donde siempre. Miré a otra niña ahí, sola como yo. Me fuí más cerca.
— ¿Por qué estás triste?— me preguntó. Era una niña bajita. Tenía sus ojos cafés y su cabello negro.
— Me duele mi pancita y me metieron en el sótano— le contesté. Nunca alguien que no fuera de mi familia me hablaba bien.
— ¿Cómo te llamas?
— Ah... Hye-jung ¿y tú?
— Soy Bo-young, ¿qué te parece si somos amigas?
Nunca me había sentido tan feliz. ¿Que alguien me preguntará si quería ser su amiga? Era la primera vez que alguien se acercaba a mí.
— ¡Si!— le contesté muy emocionada.
Bo-young era mi primera amiga y ya no estaría sola. Si alguien me molestaba otra vez al menos tendría a alguien que me escuchara.
— ¿Por qué te metieron en el sótano?
— Porque no le pasé el trabajo a Yang-mi.
— ¿Sabes? A mí tampoco me quieren en mi salón porque soy nueva. Soy del tercer grado.
La miré triste. Ella sabía muy bien cómo estaba.
— Pero ahora somos amigas.
Cuando dije eso, Bo-young me sonrió.