2 Días después del incidente - Spoleto, pueblo de Italia.
- ¡¿Cómo va a dejarnos sin la misa otro día más!? Ayer usted dijo que se encontraba enfermo, pero ya no puede engañarnos más, sacerdote.
- ¡Cierto! Si el clérigo abandona su fé en un momento como este, ¿Quién mantendrá el rebaño de Dios mientras él no esté?
Cada vez era más la gente que se acercaba a la iglesia, pero no eran solamente los feligreses habituales, el morbo de la situación estaba atrayendo cada vez a más curiosos.
Dos señoras susurraban con la cabeza agachada. - Se ha acomodado en su sillón de terciopelo. Ya no es el hombre santo que era antes.
Pasaban los minutos y la multitud se amontonaba a las puertas del edificio, dejando sin espacio y sin salida al cura Joel, agobiado por una multitud que se veía casi incapaz de amansar y con la espalda pegada al gran portón de la iglesia.
- ¿Creéis que esto es sencillo para mí? ¡Malnacidos! al igual que el doctor es el primero en preocuparse por sus pacientes, yo quería protegeros a vosotros. - señaló con un dedo acusador a las decenas de personas que lo miraban. - Os conozco, sois faltos de fé. juntaros y hablar sobre la muerte de Dios hubiera desatado maldad y desdichas entre vosotros. ¡Os estoy protegiendo!. Ya os lo dije, rezad en casa y esperad a que se apacigüen las aguas. El Padre volverá y nos dará explicaciones.
- ¡Mientes! - Gritó una voz desde la parte trasera del grupo.- ¡Ha perdido la fé y tiene miedo al rechazo de su pueblo!
Joel se quedó boquiabierto intentando que la situación no le sobrepasase, pero el temblor en las piernas y la respiración entrecortada lo delataban.
- ¡Se acabó! No toleraré que habléis así de mí, con todo lo que he hecho por vosotros. La iglesia permanecerá cerrada hasta nuevo aviso.
Abrió la puerta lo justo para que cupiese su cuerpo de lado y cerró de un portazo dejando un fuerte murmullo al otro lado de la madera. cogió las llaves de un bolsillo interior que tenía la sotana con sus manos temblorosas y cerró el candado lo más rápido que pudo para que no diera tiempo a una réplica por parte de la multitud descontenta.
Pasó más de media hora esperando con la cabeza pegada a la fría madera, escuchando cómo le insultaban y soportando las quejas del exterior. Poco a poco se fueron acallando las voces y por fin, después de un rato, se hizo el silencio.
Se dirigió hacia el altar a través de las dos columnas de bancos que se situaban en el centro de la iglesia. El sonido de los zapatos sobre el suelo de piedra parecía inundar su cabeza a cada paso, todavía en shock por los momentos vividos.
Posó las manos sobre el altar y levantó la cabeza hacia una estatua del Padre.
- Oh Dios mío… ¿Por qué nos has abandonado?
<¿Qué me está ocurriendo? Los hombres y mujeres de ahí afuera tienen razón… Estoy perdiendo totalmente la fé a la primera debilidad que he visto. Ya ni siquiera creo que rezar me vaya a ayudar en nada… al igual que no creo que pueda ayudar al resto de las personas que confían en mí… ¿Es acaso herejía esto que estoy pensando?>
El sacerdote daba vueltas a toda la iglesia una y otra vez, como absorto en sus pensamientos.
<Está claro que esto es una prueba del Señor pero… ¿Por qué iba a hacerla ahora? Hemos tenido sociedades mucho más violentas contra las que no ha tomado represalias. No lo sé… creo que es momento de permanecer fuerte y no sucumbir a la desesperación.>
<¿Y si no..? ¿Y si realmente nos ha dejado? ¿Qué va a ser de mi vida ahora? yo no sé hacer nada más que predicar su palabra. Acabaré en la indigencia como les ocurrirá a otros muchos clérigos. Es un destino terrible pero no veo otra salida fuera de la fé.>
Un suspiro salió de su boca de forma totalmente involuntaria. Deslizó su espalda por una de las columnas de la iglesia hasta caer sentado y empezó a hablar para sí mismo, como intentando consolarse.
El rechinar de dos metales moviéndose llamó su atención, era la puerta de entrada que se abría despacio, dejando asomar una pequeña cabeza con pelo blanco y arrugas en la cara.
- ¿Padre Joel, hay alguien ahí? - Dijo una anciana encorvada mientras oteaba toda la sala.
El cura se levantó y frunciendo el ceño se acercó a la señora.
- Aquí estoy, pero hoy no habrá misa si es lo que viene a preguntar. Debería haberlo sabido con todo el revuelo que se ha montado estos días a la puerta de la iglesia.
- Oh padre. - sonrió afablemente.- Una ya no es lo que era, no anda igual, no ve igual y sobretodo… escucha menos. ¿No podría al menos confesarme? lo hago todas las semanas desde que tengo memoria.
Un primer instinto casi le lleva a aceptar, no le costaba nada. Pero su cara se ensombreció recordando los problemas todos los problemas que estaban sucediendo, tanto a él, como a la sociedad.
- No es el momento, mujer. - Respondió Joel con un tono frio y grave, esperando que eso fuera suficiente para que la mujer se marchase.
Acto seguido se dió media vuelta en dirección a la sacristía, el único sitio donde podría estar solo, al parecer.
Entonces oyó replicar a la señora con tono burlesco tras él.