Predilecto

CAPÍTULO 3

CAROLINE

Después de resolver el inconveniente, bajo para ir a almorzar. como lo predije, es fácil pero tedioso. lo que ayuda bastante en un trabajo; es el equipo que lo conforma y tengo la fortuna de tener a grandes personas a mi alrededor, educadas, atentas, dóciles, inteligentes y entregadas.

Salgo del laboratorio, decido tomar las escaleras y en lo que bajo voy tarareando "Paradise"...

en la puerta veo como un hombre esta discutiendo con los guardias.

"Bueno, no todas las personas tienen modales, Carol".

a veces los compradores se comportan como animales, deben comprender que esta empresa debe estar muy bien asegurada, las piezas que se manejan son de un alto precio, por ello es que no se debe dejar entrar a culquiera.

Lleno mis pulmones de aire, me apresuró, ya que los guardias están sudando y están mas pálidos que una vela.

—¿Qué ocurre? —pregunto, los guardias sueltan el aire que estaban reteniendo. Ignoro al invitado.

—Hasta que alguien baja. —Dice en voz baja pero con autoridad, el hombre que tenía apunto de la asfixia a los vigilantes. —si hay personas en este jodido lugar, ya creía que era una empresa fantasma. —dice con algo de ironía lo ultimo.

lo ignoro y dirijo la mirada hacía mis chicos de confianza, pero de reojo veo como el hombre curva sus cejas por encima de sus lentes. “Toma esto”.

—Este Señor, desea ingresar a la empresa, por protocolo no podemos dejarlo subir hasta que alguien admita la entrada, ya que es la primera vez que lo vemos...

volteo y miro al caballero... Es un hombre Alto, cabello Rubio oscuro, piel blanca y una barba muy bien cuidada. Luce un traje color azul, sus manos están cubiertas por unos guantes de piel y unos lentes Ray-ban tapan su mirada. luce muy pulcro, de hecho si esa palabra fuera una persona sería el hombre que veo. alto impacto, ya que siento su mirada pesada pese a que los lentes se la cubren.

la boca se me seca en menos de nada, estoy anonadada, cuando su voz me trae a la realidad.

—Ya les dije que soy su jefe. —lo que dice hace que quiera qué la tierra me trague.

Si antes eran dos pálidos y asfixiados, ahora somos tres.

—¿Señor Hoffmann? —pregunto con temor.

—he repetido hoy mi nombre más veces que cuando iba en el Kínder. —contesta con sarcasmo.

—Déjenlo pasar.

El hombre se acomoda la chaqueta e ignora a todos.

—No nos va a despedir ¿verdad?

Susurran los guardias, pero tal parece que él señor no escucha.

—¿Por qué no llamaron a su asistente?—los miro con el mismo temor que ellos tienen por que los despidan.

—lo hicimos, pero no contestaron....

—¡A parte de que no responde todavía se quedará a conversar! —se dirige a mí el señor Hoffmann.

—¿Disculpe?

—Quiero un café, sin azúcar y mi agenda sobre mi escritorio en menos de cinco minutos.

—Señor, yo voy a almorzar, puede pedir ayuda a alguna asistente...

—¿tiene problemas para escuchar? ¿Su nervio vestibulococlear no le funciona? Podría diseñarle algún aparato auditivo para que sea más eficiente. —su gesto me hace sentir mal, me mira y yo niego. —¿alguna duda? Espero que no, ya me canse de gastar saliva a lo tonto.

—No señor.

—Entonces mi café, sin azúcar y mi agenda sobre mi escritorio. ¡AHORA! —me deposita su maletín y su abrigo en mis manos.

—Pero yo…

Se da la media vuelta, subiendo al elevador.

—¿Este es mi nuevo Jefe?

—Él de todos, señorita.

—Estamos Jodidos. —digo en un susurro.

—¿Señorita?

Volteo y me miran extraños.

—¿Qué? Ese hombre se va adueñar de nuestros peores sueños.

—Si usted que ve la vida tan bonita, dice eso de él, que nos espera a nosotros los mortales.

—Qué el señor tenga piedad.

Les asiento y me marcho. “Tú puedes con ello” me motivo.




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