Predilecto

CAPÍTULO 12

CAROLINE.

 

El fin de semana pasa volando, la alarma no deja de sonar y aunque ya la pospuse diez veces, se que ya me tengo que levantar. ¿Quién invento las alarmas? ¿Quién dispuso el levantarse tan temprano?

cómo sea, me miro en el espejo del baño mientras me cepillo los dientes y veo el hilo de saliva que me dejo marca, eso y los pelos de espantapájaros en crisis, parece que me exploto una bomba en la cabeza.

—¡Eres Bellísima Caroline! oh sí...

me mando un beso después de que me enjuago la boca.

—Eres un manjar de dioses, una sonrisa y listo.... eres perfectamente imperfecta.

Me ducho y me visto.

tomo la Vespa y me dirijo al trabajo, estos días han sido muy solitarios pues ni mi amiga Leslie ni Alex están en casa. Ambos son como mis hermanos, aunque tienen su apartamento cada uno, viven conmigo, pues la casa es demasiado grande para mí sola por lo que les invite vivir conmigo, sin embargo cada uno hacemos nuestra vida y entramos y salimos de casa cuando queremos y cuando coincidimos en estar los tres en casa hacemos que el momento sea memorable.  

me dirijo a mi cafetería, espero en la barra mientras atienden a los clientes, los colores son tenues y el olor a café combinado con el pan y el olor a madera me recuerda a mi madre, cuando ella atendía y llegaba de clases a ayudarle. por el ventanal que divide la cafetería de la tienda veo como los turistas se adentran a ver las cosas. 

una vez que me atienden, pago y me marcho. 

estaciono la moto y me acomodo el cabello antes de ingresar. 

—¡Holaaaa! Qué tengan un día fabuloso. —les doy su café.

—Usted es la única persona que ama los lunes. —me dicen los vigilantes.

—Disfrutemos cada día, señores.

Ingreso a la empresa y me olvido un poco del exterior.

Saludo a Bruno que esta con unas grandes ojeras, bebiendo café con unos compañeros.

—¿Resaca?—le pregunto con burla. 

—La peor, pero que se puede esperar si se tiene el corazón roto...

—Cambiar los hábitos. —me encojo de hombros y niega. 

Margot me comento que Hoffmann estaba en el taller así que allá me dirijo.

—Buenos días, te traje tu café. —digo desde la puerta.

Me mira de reojo.

—Pasa.

Baja el volumen de la música.

—¿Cómo estuvo el fin de semana?

—Viernes y sábado nos vimos, ayer fue descanso total, no me había acoplado a esta ciudad hasta ayer, me di la oportunidad de descansar.

—Vaya, me da gusto que te hayas tomado un merecido descanso.

—Justo y un poco innecesario.

—¿Eso crees?

—Un poquito.

Me rio con una sonora carcajada, lo que hace que él me mire raro.

ese un poquito me da gracia, se le escucha tan tierno y más porque lo dice en español; el español es gracioso, el otro día aprendí la palabra Merequetengue, la escuche en un video y me causa gracia la infinidad de palabras que tienen.

—¿Qué? Porque me miras así. —dejo de reírme.

—¿Cómo? —me mira como si no supiera. 

—Así, con tus cejas enmarcadas y con cara de que estoy loca o te caigo mal.

Se empieza a reír cosa que no había visto.

—¿Por qué pensaría eso?

—porque siempre que me rio, me ves como si estuviera enferma mentalmente.

—una cosa es que te vea y otra cosa es que estés. ¿ya has ido con el psiquiatra? —bebe de su café— ¿Quién te hizo las pruebas psicometricas para entrar a trabajar aquí? ¿Estas medicada? —me mira con sorna. me encanta como se le achinan los ojos cuando sonríe. 

—Hoffmann, ¿estás bromeando? —me imagino mi cara, si no babeo es porque tengo la boca cerrada.

—estaba…

—¿Qué mierda sucede? —dice un Bruno desconcertado, parado en el umbral.

Hoffmann y yo volteamos a verle. 

—¿Estás bien hermano?

—Supongo que sí. —se ajusta los lentes y vuelve a su caparazón.

—Bien, entonces no hay de que preocuparse. Ya me había espantado, ver a mi jefe reirse es brutalmente extraño.

Hoffmann suspira.

—Bien, yo me voy a trabajar, tengan un lindo día. —digo finalmente, la verdad es que no planeo lidiar con Hoffmann malhumorado. 

Salgo y me voy muy feliz, el odioso de Hoffmann bromeo conmigo.

—espera. — me habla Hartmann. 

Me detengo antes de subir al elevador.

—¿Qué sucede? —cuestiono preocupada.

—¿Qué hiciste?

—no te entiendo Bruno.

—espera, ¿fumas hierba? eso tendría mucho sentido ahora que lo pienso...

Si pudiera mi cara sería un enorme signo de interrogación.

—No ¿por qué?

—hiciste reír a Adam y lo mejor tuviste una conversación con él, una conversación.

—¿Y?

—Creí por un momento que fumabas hierba, ya que siempre andas tan relajada y despreocupada que pensé que le habías echado al café... 

—Jamás volvería a fumar hierba. —digo cuando le entiendo por donde es que va, Bruno muy pocas veces se toma en serio las cosas. 

—invítame cuando lo hagas, yo pongo mi casa. Quiero ver caracoles de colores Fluorescentes arrastrarse.

Eso me causa tanta gracia, que comienzo a reír a carcajadas y él le sigue.

—perdón, soy un idiota divertido, querida... —dice sin parar de reír.

—Sí, eres un idiota, ahora lárgate a trabajar. —truena la voz molesta de Hoffmann.

Ambos nos miramos y dejamos de reír, subiendo los tres al elevador, como si fueramos un par de niños que acaban de castigar por no hacer sus deberes.

Hoffmann se pone en medio de ambos y ya me doy cuenta de que el Hoffmann de hace un rato ya no está, pues va con una cara seria y sin emitir ningún ruido, hasta su respiración logra pasar desapercibida. pero tengo miedo de voltear y que me tire una mordida. ya sabes, como esos perros que te ven pasar por la calle y antes de dar la vuelta comienzan a ladrar, sacándote un susto.




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