ADAM.
(5 años después)
Veo el descenso a través de la ventanilla, y mientras observo cómo las nubes se van quedando en donde deben hago una ligera introspección de quien fui y en quien me convertí, los años no pasan sin dejarnos una virtud o un desafío, no es fácil verlos pues los errores pesan más que las virtudes, nos ciegan, hace años apostaba más a la muerte que a la vida con mis acciones que hacía, ¿Quien se arriesga a ir a escalar la montaña más peligrosa en la vida? Solo alguien que no quería enfrentarse a su realidad, no quiero llamarme suicida, mejor extremista se escucha con menos tensión, aventarse de los paracaídas y pensar que cuando vas a tocar fondo todo se termina, pero no, el paracaídas se extiende y jamás llega el des enlace fatídico.
Recuerdo en alguna ocasión lo que me dijo Bruno, algo referente a que algún día encontraría la felicidad de mi vida y a alguien que me esperaría una vez más, palabras más palabras menos, y que me arrepentiría por haberme arriesgado tanto, hoy en día no me arrepiento de las experiencias que viví, no. Pero no volvería a hacerlo, ahora quiero suficiente vida para compartirla con todos los que me rodean y sobre todo conmigo mismo. Hace unos años me liberé de cadenas que no eran mías, siempre pensé que era un mal hijo y por eso merecía lo que mi padre me hacía, pero comprendí que yo no era un mal hijo, él solo actuaba en lo que le parecía establecido, el problema era su forma de pensar nadie más.
Lo perdone y me perdone por culpas que no eran mías y agradecido por haber recapacitado. Todo esto viene derivado a que en una semana cumplo los treinta y siete años, los años no pasaron desapercibidos, ya en mi barba hay unas cuantas canas, que trato de disimular pintándomelas, además de que son herencia familiar. Si me preguntaran hoy ¿Estas realizado? Respondería que si, como diría mi psicóloga mi pirámide de las necesidades están satisfechas, desde las básicas hasta la autorrealización, aunque esta última cada día se actualiza.
Sigo igual de guapo, los años solo se notan en estas canas que mencionó, pero de ahí en más nada a cambiado, me sigo ejercitando para no atrofiarme y vaya ejercicios que hago.
Sonrió al pensar lo ultimo.
Y al parecer aún saco sonrisas de las mujeres, lo veo en el par de azafatas que me acompañan y al mirarles se ruborizan. Hace algunos años me hubiera divertido con ellas, pero hoy ya no.
Me toco con discreción el anillo de bodas.
Y mejor decido bajar del avión una vez que se me indica.
El gesto serio no se me quitó nunca eso lo admito, pero ahora sonrió más, ¿hablo poco? No, y admito que lo extraño, Tom tenía razón al decir que Caroline sacaba todas las palabras de una persona, juro que en las primeras semanas de matrimonio sentía dolor en la garganta, de tanto hablar me sentía afónico. Sigo siendo un mandón eso está clarísimo. Soy el jefe, bueno, al menos en las sedes de Europa, porque aquí en Vancouver mandan un par de colegas.
Me monto en el auto y cierro los ojos.
El chofer conduce con cuidado y lo agradezco, me coloco los auriculares y comienza lo que me apasiona desde siempre la música.
Los guardias me ven y me hacen la broma de siempre, bueno, ya es broma, al principio fue real. Me piden mis datos y se hacen los tontos para no dejarme pasar.
—Bienvenido, Herr…
—Bienvenido Señor Hoffmann.
Asiento y me adentro, sí, aún sigo practicando mis señas. Lo veo como el lenguaje Adam Hoffmann, es mejor a que sepan que pienso.
La gente se mueve de un lado a otro, el aroma a café a estas horas es fuertísimo.
No subo a ninguna planta me dirijo a los laboratorios de diseño.
—Buenos días señor. —me dicen los empleados.
Y claro mi típico asentimiento es más que suficiente.
A dónde me dirijo esta solo, aparentemente.
Abro la puerta y solo se escuchan ruidos sutiles.
Me quedo observando el interior y veo como quien está dentro no nota mi presencia, sigue en lo suyo.
Sus manos se mueven con agilidad, acomoda sus piezas que está inspeccionando y habla en voz baja.
Veo como su cabello se mueve cuando hace amago de acomodarse para sentarse cómodamente, miro sus pies colgar la de la silla y como los mueve, su chaqueta azul que dice NASA, me hace sonreír con cariño.
¿Me lo creo? No, cada que vuelvo de un viaje sigo admirando a quien es mi sangre. Cada que abro los ojos en cada fin de semana y brinca junto a mi en la cama me tomo unos minutos para decirme es totalmente real.
Me adentro un poco más.
Y escucho con atención lo que dice.
—¿Fuiste a la luna?—su pequeña voz me hace sonreír. Al intentar ponerle voz a su robot, el primer regalo que le obsequie al saber que vendría al mundo. Y según los expertos su juguete de apego.
—Sí y fui a Marte también. —lo dice en un alemán. Con un muñeco vestido de astronauta.
—¿y qué tal le pareció su aventura? —le digo, haciendo que salte de su asiento viniendo hasta donde estoy para abrazarme.
—no había Zombies, solo Aliens.— saca la lengua.
—sigo esperando mi abrazo.
Se me deja venir y me pongo de pie, claro, todo padre debe ponerse en cunclillas para su abrazo. —¿o ya se te olvidó quien soy?
Asiente.
Y la carcajada sale de mí.
—Nada de señas, jovencito, palabras por favor.
Niega.
Le hago cosquillas y suelta la risa que más me llena de orgullo.
Si señores cuando uno se vuelve padre le enorgullece todo de sus hijos. O al menos a mi si.
—Bien, toma a Robi y astro y vayamos a almorzar panqueques. ¿Te parece?
Asiente.
Lo cual me provoca un suspiro.
Lo pongo en el piso y dejo que vaya por sus cosas.
Cuando vuelve a mi, me extiende su manita para que la tome.
Se medio colgó su mochila de cohete espacial.
Salimos y no hay nadie cercas. Casi llegando a la puerta de salida me cruzo con Margot quien preocupada me mira.
—Dile a Cooper que está conmigo.
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Editado: 02.04.2025