Primavera: Con sabor a chocolate.

Capítulo 1. ✓

Primavera del año 1906.
Vigo, Pontevedra, España.

—Esto me pasa por ser una atenida, confiada —renegaba Millicent dando zancadas por el bosquecillo que rodeaba la hacienda de los Sáenz—. ¡Irene! —Gritó ahuecando sus manos alrededor de la boca para que el sonido saliera más fuerte—. ¡Franco! —el canto de los pájaros fue la respuesta ante su grito—. No, por supuesto que no —aseguro para sí al no tener ninguna respuesta—. Críos del demonio. Pero si es que me las van a pagar.

~*~

— ¿Estáis consciente que cuando Millincent se dé cuenta que no estamos en el granero saldrá a buscarnos? —Era una pregunta, pero para Franco fueron palabras al viento. Imito la sonrisa de Irene al mismo tiempo que le colocaba un gorro para protegerla del sol.

— ¿Creéis que nos encuentre? —Agarro una cesta del mueble, se la dio a ella, y acto inmediato él agarro una caña junto con una caja pequeña pero pesada.

—A caso lo dudáis, os guindara de las orejas —ambos rieron. Franco, en especial, río a carcajadas ante la imagen que se dibujó en su mente.

—Vamos —con una mano en su espalda la guio a la salida de la minúscula bodega que había en su granja, misma que era una especie de extensión del granero.

— ¿Qué harías con los peces que casemos?

—Pescaremos —la corrigió burlón, ella rodo los ojos al cielo—. Y pues la mayoría se los daremos a mi padre para que los venda en el pueblo.

— ¿Y los otros?

—Se los daremos a mi madre, para que los sale y luego comerlos.

El río Lagares es el principal curso fluvial del municipio de Vigo, mismo en el que abundaban los peces, y que familias como las de Franco aprovechaban para subsistir.

El muchacho con tan solo quince años ya era un habido pescador, se estaba convirtiendo en un experto leñador e incluso estaba aprendiendo el oficio de su tío en su ebanistería. Irene por su parte, pues se empeñaba en pasar con notas aceptables, para que Pilar no la matase con regaños, en el colegio en el que estudiaba en el centro de Barcelona.

Pese aún estar en clases todas las primaveras eran imperdibles los viajes a la hacienda de sus padres, después de todo los donativos que la familia Sanz le daba a aquel colegio eran demasiado importantes como para negarle el permiso de faltar a una de sus peores estudiantes.

— ¿Cómo vais con los muebles?

—Mi tío me regaña por todo... —se quejó un poco, pero al mismo se encogió de hombros restándole importancia—. Creo que para él no hago nada bien.

—Deberías de echarle ganas, Franco.

Sus ojos se apretaron en una delgada línea ante la burla de su amiga—: Deberías echarle ganas, Irene —ambos reventaron en carcajadas.

Aquellas eran las mismas palabras que este usaba cuando ella se quejaba por sus obligaciones estudiantiles.

~*~

En la hacienda de los Sáenz, Millicent apenas y regresaba después de su travesía buscando por todos lados a aquellos pequeños demonios que se le habían escapado. Aunque de todos modos los había encontrado en el río, estaban juntos muertos en risa. Al poco tiempo terminaron celebrando cada pez que Irene era capaz de pescar bajo las instrucciones de Franco.

— ¿En dónde...?

— ¡Ay, Dios santísimo! —Chilló Millicent completamente asustada con la mano en el corazón.

— ¿Os he asustado? —Cuestionó burlón, acercándose a ella.

—Sois demasiado silencioso —se quejó dándole la espalda para continuar pelando las papas.

— ¿En dónde os habías metido?

Guardo silencio pensando muy bien su respuesta—: Estaba con Irene, la deje recogiendo unas frutas —mintió para salvarle el pellejo a su pequeña, estaba segura que a Francisco no le haría mucha gracia que su hija estuviera sola en el bosquecillo con un jovencito—. ¿El señor qué hace en la cocina?

— ¿El señor? —Chilló casi ofendido—. ¿Desde cuándo soy vuestro señor? —Cuestionó aferrando sus brazos a la cintura de la mujer, al mismo tiempo que hundía el rostro en el hueco de su cuello para aspirar su aroma.

—Sois el señor de esta casa. ¿O no? —Le siguió el juego dejando aquella papa sobre la mesa para volverse a él y perderse en la vista de sus labios y aquella angulosa mandíbula que estaba cubierta por una fina capa de vello.

Se deleito un par de segundos en el tacto de Millicent sobre su barba antes de emitir palabra—: Así como vos sois la señora de mi corazón.

Acto inmediato ella unió sus labios con los de él, por reacción instintiva Francisco la apretó más a su cuerpo, arrancándole un suspiro de lo profundo de su garganta. Aquello lo llevo a intensificar su beso, con la familiaridad de su cuerpo poso su mano necesitada del contacto de ella sobre su pecho, hasta apretarlo con posesiva ternura.

Estaba por sugerir cambiar el escenario de la cocina por la habitación de ella cuando un fuerte dolor estallo en su espalda, al siguiente segundo se escuchó un estrepitoso sonido de algo metálico estampándose contra el suelo.

Francisco perdió el equilibrio y de inmediato se dobló sobre su eje cautivo del dolor; Millicent por otro lado hizo amago de toda su fuerza para que él no callera al suelo.

—Sois una loca —acuso al darse cuenta que le había lanzado una cacerola a Francisco.

—Y vos sois una cualquiera por meteros con mi marido —gruñó en su dirección, mientras que en la dirección del susodicho agrego—. ¡Qué pena que sigas gustando de tan poca cosa!

Habiendo lanzado su veneno se marchó.

— ¿Y mi vaso con agua? —Preguntó bastante confundida al ver a su madre regresar a la sala sin aquello por lo que había ido a la cocina.

—Vuestro padre se sigue acostando con la maldita negra de Millicent —soltó tan de prisa que Carmen apenas y logro entenderle.

—Ya deberías de haberte desecho de ella y de su...

—Agradece querida que no me he desecho de la arpía de vuestra madre —Francisco apareció en la sala componiéndose su traje y con cara de pocos amigos ante la conversación de aquel par.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.