Primavera del año 1908.
Vigo, Pontevedra, España.
Hacia dos años Francisco había dicho que Franco e Irene ya no podían ser amigos. Irene le había dejado en claro que él no podía decidir eso. Francisco también había ordenado que no la quería ver a ella y a Franco jugueteando en la hacienda, entonces, todo estaba súper claro, no quería verlos rondando en la hacienda.
El resto de aquella primavera de 1906, les costó un poco lograr encontrarse, sin embargo, teniendo la ayuda de Millicent de su lado nada de aquello fue imposible.
Al siguiente año la primavera llegó y los Sanz también llegaron a su hacienda. La primera orden que Irene recibió fue evitar a aquellos vagos que afirmaban ser sus amigos, en especial a Franco.
Y justamente esa orden fue la primera que Irene desobedeció; resultaba que la muchachita ya no solamente era amiga de Franco Salvador, sino también de los amigos de este.
Al final de aquella primavera Francisco se terminó dando cuenta de que su hija lo había desobedecido al mínimo descuido que él tenía. Pequeño acontecimiento al que denominó como "Los primeros actos de rebeldía" de los muchos que su hija cometería en su contra.
"¡Maldita adolescencia!" Pensó el afligido padre.
Para el siguiente año, cuando Irene ya tenía trece años y Franco diecisiete, se habían vuelto más unidos que nunca; no había nada que no hicieron juntos, ni travesura que Irene no planeara sin que Franco obediente la siguiera.
—¡Desgracia que acompaña a Franco! —Ludmila llamó la atención de Luis al ser consciente de la cercanía de Franco e Irene, que entre risas se dirigían a ellos—: La señorita de sociedad nos ha honrado con su presencia —se burló otro poco.
—A una dama de mi alcurnia deberíais de reverenciarla, pedazo de insolente —Irene respondió casi tajante, por otro lado un deje de diversión teñía su voz.
Luis reventó en carcajadas y Ludmila lo acompaño al mismo tiempo que aferraba en un fuerte abrazo a aquella pequeña niña que apenas y llegaba a sus pechos.
—Vaya que nos hicisteis falta, mala leche —aseguró Ludmila volviéndose a sentar en las piernas de Luis, este por su parte depositó un tierno beso en su hombro y la rodeo con sus brazos.
Aquel par había estado junto desde siempre; en los dieciocho años de vida que tenía Luis no había conocido a otro amor que no fuera el de Ludmila, quién con dieciséis años jamás se había apartado de él.
Ellos eran un sueño de amor para Irene; aquellos dos jóvenes que aún con tan poca edad para ella parecían ya haber encontrado el verdadero amor de sus vidas.
— ¡Eh, chavala! —Le llamó la atención Luis—. Contadnos, ¿Cómo os ha ido en Barcelona?
Aquel fue el inicio de una larga mañana de platicas, risas y bromas entre los cuatro amigos.
— ¿Pero ya has tenido vuestra primera sangre? —Preguntó la chica curiosa, al mismo tiempo que Luis la apretaba de la pierna como reprendiéndole por tan atrevida pregunta.
—No tenéis que responder —Franco salió al rescate de su pequeña.
—Sí, el año pasado, de hecho —respondió Irene de todos modos, intrépida como siempre—. Fue un pequeño accidente —ella y Franco cómplices, se vieron fijamente y para él fue como si el mundo no girase por un segundo.
—Ya os pillamos el secretillo que os guardáis —aseguró entre risas Luis jugando con el pelo de Ludmila que seguía en sus piernas. ¿A caso no se le dormían las extremidades? Franco necesitaba aquella respuesta.
— ¿Provocasteis su primera sangre?
— ¡No! —Chilló indignado el joven ante la injuria de Ludmila—. Solamente estábamos juntos en el río, pescando —aclaro con cansancio, ante la burla en los ojos de su amigo—. Cuando sus ropas se tiñeron de rojo. Nos asustamos un poco, pero Millicent nos lo aclaró todo.
— ¡Oh! —Guardó silencio por un momento pero una sonrisa de pura malicia danzaba coqueta en los prominentes labios de aquella chica—. ¿Ya os habéis besado? —Poco o nada le importaba su invasión a la privacidad que a Franco tanto le molestaba.
— ¡Ludmila! —La reprendió su novio, sus ojos casi fuera sus órbitas.
— ¡¿Qué?! Los besos son hermosos, y un beso es como ninguno —le dedicó un beso, tan fugaz que apenas fue un roson de labios, como para probar su punto.
—No os incumbe.
—Sois un amargado, Franco.
—Él, no quiere besarme —respondió Irene de la nada ganándose un profundo reproche de su mejor amigo.
—Entonces, ¿vos si queréis besarlo?
— ¡Que te den morcilla, Luis!
— ¿Se os ha ido la pinza, hombre? —Sus palabras implicaban un reto pero en su rostro brillaba pura diversión.
— ¡Coño! —Repuso nervioso por sobre todas las cosas—. Estáis montando un pollo —Estaba al borde de una crisis de nervios, su tez pálida se había tornado de un rojo intenso y sentía su boca tan árida como el desierto, pese a estar en un clima templado en la rivera del río de Pontovedra, donde la brisa refrescaba plácidamente.
—Pues yo si deseo besarle.
— ¡Veis, ella si quiere! —Repuso eufórica—. ¿Por qué no la besáis?
— ¡Es una niña, por el amor de Dios, Ludmila! ¿Cómo se os ocurre?
Mientras él y Luis se enfrascaban en una campal lucha entre los porqué si y los porqué no debería de besarla, Ludmila aprovecho a intercambiar un par de secretos con Irene que al final de cuentas terminaron por envalentonar a la chiquilla para hacer aquello que tenía rondándole la cabeza sin encontrar el valor suficiente como para animarse a hacerlo.
Con Franco metido hasta las narices en la pelea con su amigo, no se dio ni cuenta del instante en el que Irene se incorporo en una postura arrodillada, para llegarle a la altura al muchacho que permanecía sentado, y se lanzaba de lleno a sus labios.
Más que un verdadero beso fue un topón de labios con poca gracia y demasiada brusquedad, aunque al fin de tanto seguía siendo un beso, y no cualquier beso, sino el primero de ambos.
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Editado: 11.02.2025