Prisionera

2.- Toma unas clases de manejo

     Descuelgo la llamada que está entrando en mi móvil y al instante escucho la voz divertida de mamá.

     —¿Podré honrrarme con tu presencia a la hora de dormir?

     —Al parecer si, la noche estuvo tranquila.

     —De acuerdo, date prisa.

     Si, mamá sabe perfectamente en dónde me meto cuando no estoy en la cama a las once de la noche. También sabe que de vez en cuando fumo hierva. Al igual que también sabe que un par de regaños no me harán cambiar.

     Cuando cruzo las puertas de mi casa me recibe la completa obscuridad. Avanzo con pasos lentos a mi habitación y en el proceso, reviso la hora en mi móvil.

     Media noche.

     Al llegar a mi habitación me desplomo en la cama: un cómodo colchón con sábanas blancas y cojines de rosado, sin quitarme de encima ninguna de las prendas que llevo puestas y me dejo llevar por el sueño.

     A la mañana siguiente mamá no esta en la cocina preparando el desayuno como de costumbre, ni en su habitación, ni en la ducha, ni en el cuarto de lavado, pero su automóvil esta en la cochera.

       Me sirvo cereal con leche. Después, voy a mi habitación a terminar de peinarme y a lavarme los dientes.

     Y aquí me encuentro, con las llaves del auto en la mano debatiéndome entre ir en autobús o en un cómodo carro propio.

     Me estaciono en un puesto vacío de lo más cercano a la puerta de la Universidad. En el proceso, suelto algunos gritos de júbilo por la maravillosa conducción que di. Tomo mis cosas rápidamente y al bajar le coloco la alarma al auto.

     Mi primera clase es Geometría, con un estúpido viejo de calva y ojos lujuriosos que pervertía a todas las chicas que se sentaban en la primera fila. El tiempo me sobra, por lo que decido ir a mi taquilla a meter los libros que no me son necesarios. Lanzo estos últimos dentro al igual que un par de bolígrafos y mi ropa para clase de deporte.

     El día pasa rápido. Hoy el chico de la pijama se tomo la molestia de vestirse de forma decente, he inclusive pude darme cuenta de lo guapo que es.

     El timbre que anuncia la salida suena, guardo mi libreta de Literatura en la mochila, al igual que mi lapicero.

     Una vez frente al auto, abro la puerta trasera, lanzo mi mochila y voy hasta el puesto del conductor.

     —¿Ahora ignoras mis llamadas?

     Miro a mi costado. Hunter esta recargado en la ventana del copiloto.

     —No recibí ninguna llamada.— le contesto cortante.

     —Oh claro. Estabas demasiado ocupada en tus apuestas como para prestar atención a tu móvil,— me limito a mirarle. —Lindo auto.

     —¿De que hablas?— finjo hacerme la loca.

     —No te hagas la estúpida, ¿No me recuerdas? Busca a otra damisela en apuros.— cita mi frase del día anterior.

     —Ah, ¿Eras tú?

     Asiente, —Así es, Fra.

     —Lamento mucho que perdieras cuatro veces contra el mismo chico, es humillante.

     Una mueca aparece en su rostro y frota frustrado su labio inferior, —Es un estúpido.

     —¿Quién, tu? Ah claro que lo eres— dejo escapar un soplido.

     —Sabes,— abre la puerta del auto y se trepa en el. —me vendría bien un aventón.

     —Sabes,— bajo del auto y rodeo este para abrirle la puerta.—me vendría bien que desaparecieras de mi vida.

     —Sabes,— toma la puerta con fuerza y la cierra. —te vendría bien ser más amable, no merezco este trato.

     —¿No mereces este trato? ¿Qué no mereces este trato?— repito una vez más, indignada — Vete al demonio Hunter, no seguiré siendo la víctima de tus estúpidas humillaciones.

     —Oye, lo siento, creo que no empezamos con pie adecuado. Comencemos de nuevo,— abre la puerta y se baja del auto, me extiende su mano.— Hola, soy Hunter.

     Me quedo mirando su mano extendida, he ignorandolo completamente regreso a la puerta del conductor.

     —¿Sabes que te vendría bien?— le pregunto encendiendo el auto.

     —¿Qué?— cuestiona confuso.

     —Unas clases de manejo, yo en tu lugar no soportaría la vergüenza de perder de la manera en que lo hiciste anoche.

     Y con eso me fui, dejando completamente humillado al chico lindo.

     —No hablas enserio, ¿Cierto?

     Un largo silencio responde a mi pregunta.

     —Oh demonios, ¿Diez días? ¿Diez? De verdad debes de confiar demasiado en mi.




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