Prisionera

Prólogo.

Rebeca.

—Muero de hambre hermanita. ¿Qué has preparado? —Su pregunta me duele en el alma, quisiera responderle que he cocinado su platillo preferido, un caldito de pollo con verduras que ama; sin embargo, el nudo en la garganta me impide decirle que no hay nada.

—Una sopa de tortillas —alcanzo a decirle.

Hace una mueca porque es algo que no le gusta para nada, pero se lo come porque sabe que no hay más, que, en tiempos difíciles como este, lo mejor es quedarse callado y meter algo a su estómago que cada vez ruge con más fuerza.

—Vamos, come. Esta vez me alcanzó para comprarte un poco de queso. —Su sonrisa se ilumina al escuchar esto, si supiera de donde lo he sacado tal vez no se lo estuviera comiendo con esas enormes ganas.

—¿Tú no vas a comer? —pregunta con inocencia.

—No mi amor, mejor guardemos un poco para la noche y podamos cenar algo.

Ya no dice nada, prefiere alimentarse. A su corta edad es consciente de que no estoy comiendo solo para dejarle a él. Su hambre es más fuerte que el amor que me tiene, y lo entiendo, también fui niña, sé lo que es tener hambre y comer cualquier cosa que se me ponga enfrente, por eso no me da miedo arriesgarme.

—Esta noche volverás a quedarte solo.

—No, por favor, déjame ir contigo, prometo que me voy a portar bien.

—Esta vez no puedo. —De nuevo, se resigna, agacha la cabeza y sigue comiendo en silencio.

Dejo a mi hermano en la mesita mientras que dispongo a ponerme lo más decente posible y poder conseguir un poco más de dinero. Además, esta noche es de paga y solo espera que el usurero y viejo rabo verde me dé el dinero completo, que no haya ningún pretexto para quitarme el dinero que me gano con mucho esfuerzo y que por derecho me corresponde.

Me aseguro de cerrar bien la puerta antes de salir, no sin antes volver a hacerle la recomendación a mi hermano para que por ningún motivo le abra a nadie. Es tarde y parece que esta noche la gente prefiere estar en casa, ya que casi no veo a nadie. Trato de que mi cabeza este ocupada, busco algún recuerdo agradable y lo único que consigo es que lleguen las imágenes de la miseria en que tengo viviendo a mi hermano, me regaño por no poder ser lo suficiente para él, para darle una vida digna.

De pronto, una extraña sensación se apodera de mí, un presentimiento de que algo no está bien. Mis reflexiones dejan de funcionar cuando de la nada un hombre viene corriendo hacia mí, el instinto me hace correr a mi también y de pronto, me veo siendo perseguida por unos hombres que no tengo idea de donde salieron.

—Es mejor que te detengas, no tienes donde escapar. —No estoy segura si me dicen a mí o a él.

No pasa mucho antes de verme acorralada por todos los hombres que nos perseguían y sin evidente escapatoria. Nadie viene a nuestra ayuda, parece que todos han desaparecido y si le sumamos a eso que la oscuridad nos envuelve imposibilitándonos ver nada más que las siluetas de ellos, provoca que el pánico se intensifique.

—¿Qué les pasa? Déjenos en paz. —me atrevo a alzar la voz con la esperanza de que alguien salga para ayudarnos.

—Que hermosa, me resulta buena idea llevarla con nosotros. Podemos divertirnos un poco con ella —expresa alguno de ellos causándome repulsión.

—Déjenla en paz, a quien quieren es a mí, ¿no? Pues llévenme, pero dejen que ella se vaya. —Escucho al hombre que se encuentra en el centro conmigo.

—Mírenlo, defendió a su princesa como si fuera un héroe —se burlan—, además, a ti nadie te dio permiso de hablar, así que, calladito te ves más bonito —le dice uno de ellos acercándose demasiado a él mientras que el otro ya se ha encargado de envolverme con su cuerpo.

—¡Auxilio! —grito y puedo escuchar el eco de mi voz. Esto me hace dar cuenta de que no va a salir nadie, que todos prefieren esconderse para evitar problemas.

—Mis hombres… —Mira de un lado a otro en busca de unos hombres que brillan por su ausencia.

—Ni los busques, ellos se encuentran indispuestos —lo interrumpe otro—. Y tú, muñequita, deja de gritar que nadie te va a escuchar.

—Suéltame, imbécil. —No sé de donde saco fuerza, pero logro escupirle en la cara a ver si de este modo me suelta. Tonta soy de creer que eso es posible.

Un pañuelo en mi rostro y el olor desagradable me hace perder la consciencia. Lo último que tengo en mis pensamientos es a mi hermanito y el futuro que le espera sin mí. Una lágrima escapa de mis ojos mientras caigo al suelo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.