Prisionera

3. El camino a casa.

El camino en sinuoso, las veredas lastiman mis ya, magullados pies. Llevamos caminando durante mucho tiempo y la verdad es que no se ve civilización a la vista, cada estoy más enojada por aparentar una valentía de la que no dispongo. Justo ahora, quisiera volver al calor que nos daba el refugio en el que nos tenía.

Puede sonar absurdo y es así, en estos momentos somos pajarillos que se acostumbraron a su jaula y que no se encuentran listo para estar en libertad. Parece que es lo que hubieran querido conseguir los hombres que nos tenían en cautiverio; depender de ellos para que no sentamos seguros.

La oscuridad comienza a cubrirnos y los ruidos propios del bosque se empiezan a escucharse a lo lejos. Es imposible saber dónde nos encontramos y cada ruido es motivo para que nos tengamos que detener o esconder por miedo que se trate de los mismos maleantes que nos has encontrado.

—¿Ves esa luz? —le señalo a Thiago un lugar lejano, donde apenas se puede ver un ligero brillo, pareciera que se trata de una vela.

—La veo, pero parece tan lejana —menciona el hombre que luce muy cansado.

—Vamos, haz un último esfuerzo.

A pesar de mi aparente debilidad, soy yo la que tiene que sostenerlo. Después de horas caminando es obvio que las fuerzas se han terminado. A este punto considero que ya hemos dejado atrás a los hombres, pero tampoco puedo confiarme demasiado, nadie me quita de la cabeza que alguien de por aquí sea quien esté coludido con ellos.

Apenas puedo ver mis pasos, el frío cala mis huesos, el cansancio está por derrumbarme y el hambre comienza a hacer estragos pesar de, lo acostumbra que estoy.

—Descansemos un poco. —Insiste el hombre. No puedo verlo, pero estoy seguro de lo demacrado que ha de estar.

—Vamos, la luz se ve menos lejos.

Sigo arrastrándolo conmigo. Busco las fuerzas de donde quiera que tengan que salir hasta que la luz se encuentra a unos cuantos metros.

Los perros nos han olido y comienzan a ladrar enseguida formando un escándalo descomunal debido el silencio del sitio.

—¿Quién anda ahí? —Se escucha la voz de un hombre.

Tengo miedo de responder, pero también tiemblo de frío.

—Busco refugio. —Digo con miedo.

—Les advierto que estoy armado. —Y para comprobarlo, lanza un estruendo que provoca que todo a nuestro alrededor quede en silencio y solo se escuche el sonido que ha causado el arma.  

—Por favor, necesitamos ayuda.

—Nadie que tenga buenas intenciones puede llegar hasta aquí y a esta hora, menos. —Nos grita desde algún punto.

—Le juro que sí, tenemos buenas intenciones, nos tenían secuestrados y estamos huyendo. —es mucha información la que estoy dando, pero no me queda de otra, es eso o dejarnos morir de frío.

—Váyanse de aquí, no quiero problemas.

—¡Por favor! —vuelvo a suplicar para que se apiade de nosotros—. Necesitamos algo de calor y comida antes de que muramos. Prometo que le pagaremos todo. —Haga promesas sin tener nada que ofrecer.

—Déjalos pasar. —Es una voz diferente, el que aboga por nosotros, una mujer para ser específicos.

—¿Qué haces aquí?, vamos, métete a la casa que aquí no tienes nada que hacer.

—Si tengo y no me voy hasta que me digas que sí, que los vas a ayudar.

Todo esto es solo palabras, a pasar de la pequeña luz que alumbra a lo lejos, son sombras los que se ven debido a la inmensidad del bosque en el que nos adentramos.

—Pasen y espero que no quieran robarme nada.

Al fin, después de un tiempo se acercan a nosotros y nos guían para permitirnos permiten pasar. Cuando estoy cerca me permito verlos, es un hombre y una mujer de mediana edad.

Me miran con desconfianza y después miran a mi acompañante con lástima. Nos abren la puerta de su hogar para que entremos. La luz me permite ver el espacio y no me sorprendo de nada; es verdad que la vida en el campo es distinta a la de la ciudad, pero en algo tengo parecido y es que a pesar de las pocas cosas con las que cuenta, es una casa muy ordenada y se puede respirar el ambiente de hogar que pocas veces se puede admirar en una casa lujosa.

Puedo saber a la perfección lo que es vivir rodeada de lujos y no porque yo tenga dinero para eso, es más bien las pocas veces que me ha tocado trabajar en una de esas casas que tienen más lujo que amor entre los integrantes, me ha permitido aprender mucho de su estilo de vida.

Puedo ver mejor a la mujer que nos ha ayudado, parece de mediana edad al igual que su pareja, quien no ha dejado de mirarnos, sus ojos van tras cada movimiento que hagamos y es normal su desconfianza, yo en su lugar ni hubiera pensado en abrir la puerta.

—Tomen asiento, mientras preparamos un espacio para que pasen la noche. Les advierto que al amanecer tendrán que irse.

—Lo prometemos y gracias por ayudarnos. —Soy yo quien habla, el otro a mi lado pareciera mudo, ya que no ha dicho ni media palabra.

—Me quedaré toda la noche en vigilia por si intentan hacer algo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.