Prisionera

5. A un paso del hogar.

—Más malas noticias, no, por favor. —Ya mi cara de desesperación es notable. Lo único que deseo en estos momentos es volver a casa y encontrarme con mi hermanito.

—Al parecer el auto en el que viajaban sus padres se ha averiado y tuvieron que volver a la ciudad. —Nos explica con calma.

—¿Quiere decir que pasaremos aquí un día más? —pregunta mi compañero de aventura, ya que en esta ocasión me encuentro muda tratando de asimilar que mi libertad todavía no se encuentra cerca.

—No, hemos resuelto el problema. Hemos conseguido un helicóptero que los acerque a la ciudad, ahí serán atendidos y también ahí podrá encontrarse con sus padres. —Respiro aliviada al escuchar la noticia.

—Muchas gracias. Después de todo tengo que agradecerle.

—Usted disculpe el trato que le dimos al principio, pero es que dudábamos de que fueran ustedes, en comparación a la foto que circula, se encuentra irreconocible —nos dice, algo apenado, aunque nada justifica el tratarnos de ese modo y se lo hago saber.

—Debe de tratar a todos con respeto, sin importar que seamos gente importante o no.

El agente agacha la cabeza, apenado por mis palabras. Puedo comprender que se trata de un pueblo y se maneja de manera diferente que la ciudad, pero algo no debe de cambiar en ningún sitio. Cualquier ser humano, sin importar su estatus, merece respeto.

En menos de media hora, nos encontramos en el aire, rumbo al encuentro de los padres de Thiago, esta vez ya no voy con incertidumbre, ya no tengo hambre y el vacío en mi estómago ahora se debe a la urgente necesidad de volver a casa.

En poco tiempo estamos aterrizando en donde ya nos esperan algunas personas y varias patrullas, mi corazón late de manera frenética y la tristeza se hace más grande al darme cuenta de que no tengo a nadie que me reciba, no tengo quien me busque salvo mi hermano y no sé dónde se encuentra.

—Tranquila, ya hemos llegado, ya no están los hombres que pueden hacernos daño —y Me envuelve en su cuerpo, tanto como el cinturón se lo permite, además ya estamos abajo, solo esperamos que abran para poder bajar—. Vamos.

Se levanta y me extiende la mano para que bajemos juntos. Al pisar suelo, lanzo un suspiro y todas las emociones juntas hacen que mi vista se comience a nublar, el suelo se mueve haciendo que caiga desmayada.

—¡Rebeca! —Escucho mi nombre a lo lejos—. Vamos Rebeca, despierta.

Un alboroto, después siento unos brazos que me suben y me dejan en un lugar menos frío. Huelo el alcohol que han puesto en mi nariz hasta que puedo despertar al fin. Me encuentro rodeado de gente que no conozco para nada, salvo Thiago que permanece a mi lado. Enseguida lo alejan de mí y desde aquí puedo ver a dos personas que lo envuelven con fuerza e imagino que se trata de sus padres. Conocí el amor de una madre y así se puede ver o por lo menos es lo que recuerdo.

Aquí nos separan, a mí me terminan de meter a una ambulancia y a él en otra. Tengo una extraña sensación, tal vez porque durante días fue mi compañero, hablábamos demasiado y ahora ni adiós le pude decir, ya que estoy segura de que va a ser difícil que lo vuelva a ver.

En silencio me despido de él.

—¿Dónde estamos?, ¿a dónde me llevan? —le pregunto a uno de los paramédicos.

—Estamos todavía algo lejos de la capital y por ahora los llevaremos al hospital más cercano para que puedan ser revisados.

Le doy una mirada de agradecimiento por ayudarme y poco a poco voy perdiendo la conciencia, el cansancio es más fuerte. Lanzo un último suspiro antes de quedarme dormida, ya pronto estaré en casa, ya pronto voy a poder seguir mi vida normal y este episodio será una pesadilla que prefiero recordar como un hermoso sueño porque he conocido a un buen hombre.

Cuando despierto, me encuentro en una habitación demasiado blanca. Hay un sonido que me molesta y es el de alguna máquina que tengo a mi lado. Me remuevo y en mi mano siento un ligero dolor; tengo algo conectado.

Antes de que pueda analizar más, entra una enfermera que me saluda muy alegre y después se pone a leer y anotar cosas en una tabla que trae en sus manos.

—¿Dónde estoy? —pregunto ya totalmente despierta.

—En un hospital, ¿cómo se encuentra?

—Aturdida.

—Es normal. Poco a poco irá pasando el efecto de los sedantes y como todo parece normal, puede que hoy mismo la den de alta.

—Puedo saber, ¿qué es de la persona que venía conmigo?

—¿Habla del señor Reséndiz?

—Sí, de él.

—Se encuentra estable, él despertó desde hace unas horas, ha comido y todo parece ir en orden. Ha preguntado mucho por usted y me encargo avisarle si ha despertado. Ha de ser un honor ser novia de uno de los hombres más importantes de la ciudad.

Me pregunto por qué está asegurando que ese hombre es mi novio. No digo nada porque tengo miedo de meter la pata, ya que después del incidente lo mejor es callar hasta que se me indique lo contrario.

—Imagino que ha de tener hambre, ya enseguida le traigo sus alimentos —expresa antes de desaparecer de mi vista. Aunque hambre es lo que menos tengo en este momento, me urge salir y ponerme en contacto con Santi.




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